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– Perfecto -dijo Cortez-. Sigue haciéndolo.

Lo hice. Nos pusimos de pie y, con Cortez haciendo de escudo, avancé entre la multitud mientras repetía el hechizo tranquilizador. No tuvo efecto en todos. Como lo temía, la agresión había adquirido vida propia, y algunas personas no querían parar, pero muchos sí que cesaron, de modo que fueron capaces de dominar a los que seguían luchando.

– Ahora, a casa -dijo Cortez-. ¡Rápido!

– Pero hay más…

– Ya es suficiente. Si te quedas aquí más tiempo la gente comenzará a reconocerte.

Así que corrimos hacia la puerta principal.

Una vez dentro, Cortez llamó a la policía. Después lo llevé al cuarto de baño, donde podríamos evaluar las heridas recibidas. Savannah se quedó en mi dormitorio, con la puerta cerrada. Yo no le dije que todo había terminado. En ese momento tuve miedo de qué otra cosa podría estar tentada de responder.

El corte en mi mano no era la peor de mis heridas… Me puse un vendaje y centré mi atención en Cortez, empezando con una compresa fría para su labio ensangrentado. Después, la herida del cortaplumas. La hoja se le había hundido en el lado derecho. Le levanté la camisa, limpié la herida y se la examiné mejor.

– Tiene buen aspecto -dije-. Pero te vendrían bien un par de puntadas. Tal vez cuando llegué aquí la policía podremos llevarte al hospital.

– No es necesario. He tenido heridas peores.

Eso podía verlo. Aunque sólo le había levantado la camisa unos centímetros, alcancé a ver que una gruesa cicatriz le cruzaba el abdomen. Era un hombre muy delgado, pero más musculoso de lo que cabría esperar. Supongo que hay más riesgos en luchar contra los de una Camarilla que los que se dan en los juzgados y el papeleo.

– Te prepararé una cataplasma. Por lo general cierra mejor una herida que los puntos. Y tiene, además, la ventaja de dejar menos cicatriz.

– Muy útil. Tendré que pedirte una copia de la receta.

Abrí el botiquín del baño y saqué los ingredientes para la cataplasma.

– Todo esto es culpa mía. Savannah ya lanzó ese hechizo en otra ocasión, con resultados incluso peores. Debería haberle dicho que lo borrara de su repertorio.

– Yo no iría tan lejos. El hechizo de confusión puede resultar muy útil en las circunstancias adecuadas, o como un último recurso. Pero el que lo lanza tiene que comprender eso, algo que obviamente no le pasó a Savannah.

– ¿Siempre funciona de esa manera?

– No. La intensidad con que ella lanza los hechizos es muy grande. Jamás había visto que un hechizo de confusión afectara a tantas personas y de una manera tan negativa. El hechizo siempre exacerba cualquier tendencia subyacente hacia la violencia. Quizá en estas circunstancias debería haber esperado una reacción así, suponiendo que la clase de personas que se congregan alrededor de una historia semejante no son precisamente las que poseen un mayor equilibrio mental.

– Eso es quedarse corto.

Sonó el timbre de la puerta de la calle.

– La policía -dije-. O eso espero.

* * *

Era la policía. Pero no se quedaron demasiado tiempo. Afuera, el gentío o bien se había ido o reanudaba su vigilancia como si nada hubiera pasado. La policía tomó algunas declaraciones, ayudó a la gente a llegar a los médicos y clausuró la zona. Después, dejó en la retaguardia un coche policial y dos agentes de guardia.

Savannah apareció cuando yo le estaba poniendo la cataplasma a Cortez.

– No esperéis que os diga que lo lamento -anunció, de pie junto a la puerta del baño-. Porque no es así.

– Tú… ¿Tú sabes lo que has hecho? -Crucé el baño y abrí la ventana-. ¿Ves eso? ¿Las ambulancias? ¿Los médicos? Ha habido gente herida, Savannah. Personas inocentes.

– No deberían haber estado allí. Son humanos estúpidos. ¿A quién le importan los humanos?

– ¡A mí me importan! -Salté y me quité el vendaje de la mano-. Supongo que tampoco te importa esto. Pues bien, hay algo que sí debería importarte…

La tomé de los hombros y la hice girar para que enfrentara a Cortez, y después señalé su labio hinchado y la herida que tenía en el costado.

– ¿Te importa eso algo? Este hombre está aquí para ayudar, Savannah. Para ayudarte a ti. Podrían haberlo matado cuando estuvo ahí afuera tratando de anular el hechizo que tú lanzaste.

– Yo no le pedí que lo anulara. Si los dos terminasteis heridos, es culpa vuestra por haber salido al jardín.

– Tú… -le bajé el brazo-. Vete a tu cuarto, Savannah. ¡Ya!

En sus ojos brillaron lágrimas, pero se limitó a pisar fuerte y a mirarnos con furia.

– ¡No lo lamento! ¡No lo lamento en absoluto!

Y corrió hacia su dormitorio.

Todo sobre Eve

Lo siento tanto -Dije cuando entramos en el salón. -. Sé que debería poder manejarla, sí, realmente debería hacerlo. No hago más que decirme que voy progresando, que le estoy enseñando a controlarse, pero de pronto ocurre algo como lo de hoy y se hace obvio que no le he enseñado nada en absoluto.

Me dejé caer en el sofá. Cortez eligió un sillón y antes de sentarse lo movió para ponerse frente a mí.

– A ella no le gustan los humanos -proseguí-. Detesta el Aquelarre. Y probablemente me detesta a mí. A veces me pregunto por qué sigue aquí.

– Porque su madre se lo pidió. Antes de que Eve muriera, le dijo a Savannah que si algo llegaba a pasarle, debía recurrir al Aquelarre y encontrar refugio allí.

– ¿Quién te lo dijo?

– Savannah. Estuvimos hablando. Tiene algunas preocupaciones y pensó que yo podría mediar en su nombre.

– ¿Qué te ha contado? No, déjame adivinar: que como tutora suya soy una maravilla, que la comprendo y que siempre digo y hago lo que es mejor.

Una leve sonrisa.

– Savannah reconoció que vosotras dos no siempre os lleváis bien. Como es natural, dice que tú no la entiendes, que no delegas en ella suficiente responsabilidad, que eres sobreprotectora. En una palabra, todo lo que un adolescente le dice siempre a un adulto. ¿Sabes qué otra cosa añadió? Que tienes potencial.

– Que yo tengo… -No pude reprimir una leve sonrisa-. Yo tengo potencial.

– No te lo tomes a mal. Ella dice que también yo tengo potencial. Ninguno de los dos está todavía a su altura, pero al menos parece haber esperanzas para nosotros.

Miré hacia las cortinas.

– Sin embargo, con potencial o sin él, no me parece que yo sea lo que Eve tenía en mente cuando le dijo a Savannah que buscara refugio en el Aquelarre. El problema es… -Callé-. Dios, estoy parloteando y diciendo disparates. ¿Qué hora es?

– No muy tarde. ¿Qué estabas diciendo?

Vacilé. Quería seguir hablando. Quizá el agotamiento había minado mis defensas. O tal vez Cortez tenía el aspecto de una persona con la que se podía hablar.

– A veces, bueno, me pregunto si las Hermanas Mayores no tendrán razón. Si no estaré poniendo en peligro al Aquelarre al tener aquí a Savannah.

– ¿Quieres decir que desearías que otra persona cuidara de ella?

– Dios, no. Lo que quiero decir es que tal vez las dos estamos poniendo en peligro al Aquelarre al quedarnos aquí. Que yo debería irme y llevármela conmigo. Sólo que no puedo. Esta… Ésta es mi vida… Piensa que soy la líder del Aquelarre. Quisiera… Quisiera que… -Oí la emoción que había en mi voz, algo muy parecido a la desesperación. Tenía las mejillas encendidas-. Son muchas las cosas que quiero hacer. No puedo irme. -Aparté la vista, incómoda por mi arrebato. Quería detenerme, pero, después de haber empezado, no podía hacerlo hasta decir todo lo que quería decir-. Con respecto a Savannah -seguí-, quiero demostrarle cómo asumir sus poderes y emplearlos para el bien. Sólo en algunas ocasiones, como esta noche, me parece que eso sea imposible. Al parecer, no logro que comprenda la diferencia entre el bien y el mal. No consigo que le importe.