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Se arrojó en mis brazos, me abrazó y me besó en la mejilla. Fue la primera muestra espontánea de afecto que me había demostrado jamás, y lo único que atiné a hacer fue quedarme allí parada como una idiota rematada, pensando que eso explicaba muchas cosas.

– ¿Tienes la regla?

– ¡Sí! ¿No es maravilloso? -Se puso a bailotear y a girar-. Ten cuidado, Leah. Yo… -Calló al advertir la presencia de Daré y de su compañera de pie en el pasillo. ¿Quiénes demonios son ustedes?

Por fin un plan

Librarnos de las asistentes sociales resultó facilísimo. Después de ese espectáculo, estaban impacientes por correr a su oficina y presentar su informe. Traté de que se quedaran y realizaran una entrevista completa -ahora que Savannah estaba tan complaciente-, pero ninguna de las dos quiso saber nada más.

Minutos después se habían ido. Cortez no había hecho nada para ayudarme a persuadirlas de que se quedaran. Tan pronto se fueron, nos condujo al salón, nos indicó que nos sentáramos en el sofá y comenzó a pasearse de aquí para allá. No era una buena señal.

– ¿Estás completamente segura? -le preguntó a Savannah.

– ¿Acerca de que Paige es una buena tutora? Por supuesto que sí. Por eso lo dije, pero no creo que me estuvieran escuchando. Le expliqué a la rubia que yo quería seguir viviendo aquí, pero ella pegó un salto hacia atrás como si yo tuviera mononucleosis o algo por el estilo.

– No me refiero a eso -dijo Cortez-. Tu menstruación, ¿estás segura de que te ha llegado?

– Sí, claro. Las chicas no solemos sangrar sin ninguna razón.

– Tiene sentido -dije-. Ella no se ha sentido demasiado bien últimamente… A eso hay que sumarle sus cambios de humor.

– ¿Qué cambios de humor? -preguntó Savannah.

– No es nada, querida. Está todo bien. Me siento muy feliz por ti. Los dos estamos felices.

Cortez no parecía nada feliz. Estaba agitado; no es una descripción precisa cuando se aplica a la mayoría de las personas, pero en Cortez era equivalente a un colapso nervioso.

– ¿Estás enterada de lo de la ceremonia? -preguntó.

– Precisamente iba a hablar con Paige acerca de eso -contestó ella-. ¿Y cómo es que tú sabes lo de la ceremonia, hechicero?

Lo dijo con una sonrisa, pero él no le prestó atención y me miró.

– Sí -asentí-. Conozco la ceremonia de la menstruación.

– ¿Estás enterada de lo que implican sus posibles variaciones? -preguntó él.

– ¿Variaciones?

– Lo tomo como un no. -Fue hasta la ventana y volvió. Después se detuvo, se pasó una mano por el pelo, se colocó bien las gafas y se serenó. Antes de continuar, se instaló en el sillón, frente a nosotras-. Os mencioné antes que el interés de la Camarilla Nast en Savannah está muy relacionado con secuestrarla a una edad temprana. Eso tiene sus razones, y muy buenas, por cierto. Si a una bruja se la captura antes de que comience a menstruar, es mucho más fácil de manejar.

– Lavado de cerebro -dije.

– Reclutar, persuadir, lavado de cerebro, llámalo como quieras. Una bruja que no ha alcanzado la pubertad es la candidata ideal. Eso, en sí mismo, no es sorprendente, por tratarse de una edad muy vulnerable, como cualquiera con algunos conocimientos de la psicología de los jóvenes puede decirte.

Savannah resopló.

Cortez continuó:

– Sin embargo, en el caso de una bruja, hay algo más que eso. Al variar la ceremonia de la menstruación es posible asegurarse lealtad.

– Esclavizarla, quieres decir.

– No, no. El hecho de alterar la ceremonia puede imponer ciertas limitaciones a los poderes de una bruja, algo que luego puede emplearse para persuadirla de permanecer junto a la Camarilla. No es fácil de explicar. Existen matices e implicaciones que yo no entiendo del todo. El quid de la cuestión es éste: se altera la ceremonia y se obtiene una recluta ideal. Pero si la ceremonia se mantiene inalterable no hay nada que hacer.

– ¿De modo que si conseguimos celebrar la ceremonia sin ningún cambio ellos ya no querrán a Savannah? Eso no tiene nada de malo, abogado.

– Salvo por dos pequeños inconvenientes. Primero, si descubren que Savannah ha llegado a la menstruación, harán todo lo que esté a su alcance para secuestrarla antes de la octava noche.

– ¿Cómo podrían averiguarlo? -preguntó Savannah.

– Por los chamanes-dije-. Tienen chamanes, ¿no?

Cortez asintió.

– Los de la Camarilla tienen de todo.

– Un chamán puede diagnosticar enfermedades y también sabría si has madurado hasta el punto de tener la primera menstruación. Lo único que un chamán tiene que hacer es tocarte. Bastaría con que te empujara en medio de una multitud. Ellos deben de haber hecho que alguien te investigara antes de empezar con todo esto.

– ¿Me estás diciendo que tengo que quedarme encerrada aquí adentro durante una semana? Bromeas, ¿verdad? Ya sabes que la semana que viene es mi graduación. Siempre y cuando me permitan graduarme después de todo esto.

– Lo harán -afirmó Cortez-. Yo me aseguraré de que así sea. No obstante, nuestra principal preocupación será impedir que la Camarilla Nast se entere de tus buenas noticias. Paige, ¿esta casa está protegida contra las proyecciones astrales?

– Siempre.

– Entonces tenemos el segundo inconveniente. Una vez que Savannah haya completado la ceremonia inalterada, ellos ya no la querrán. Sin embargo, dada la reputación de su madre y el problema que les causó a las Camarillas, los Nast no se limitarán a darse por vencidos. Si no pueden tener a Savannah, se asegurarán de que nadie más pueda tenerla.

– Lo que quieres decir es que me matarán -dijo ella.

– Savannah no necesita oír esto.

– Pues a mí me parece que sí, Paige.

– Bueno, disiento. Savannah, vete a tu cuarto, por favor.

– Él tiene razón, Paige -dijo ella, muy serena-. Yo necesito oír esto.

– Necesita saber exactamente cuál es el peligro al que se enfrenta -explicó Cortez-. Debemos protegerla hasta después de la ceremonia, y entonces decirles que su oportunidad ha pasado.

– ¿Qué? -exclamé-. Pero si ellos saben eso la matarán. Tú mismo lo has dicho.

– No. Lo que yo dije fue que podrían matarla si creyeran que ha completado la ceremonia inalterada. Sin embargo, si la octava noche pasara sin una ceremonia, los poderes de Savannah se verían irrevocablemente debilitados. Por consiguiente, ella no representaría ninguna amenaza.

– No pienso saltarme la ceremonia -afirmó ella.

– No lo harás -dije yo-. Sólo tenemos que convencerlos de que sí te la saltaste.

* * *

Durante tres horas trabajamos en nuestro plan; compartimos información, presentamos ideas, redactamos listas… Las listas de Cortez, desde luego. Savannah permaneció con nosotros durante la primera hora, hasta que decidió que las conjugaciones verbales le resultaban más divertidas.

Teníamos una semana por delante… Era un período demasiado largo para permanecer encerrados en la casa. Debatimos las ventajas de quedarnos en ella frente a las de encontrar un lugar seguro para toda la semana. Después de barajar distintas opciones, convinimos en que nos quedaríamos en casa hasta tener noticias de los pasos que daban los de la Camarilla Nast. Ellos se habían tomado mucho trabajo para convertir mi vida en un infierno, y Cortez sospechaba que era posible que ahora sencillamente se echaran atrás y aguardaran a que yo me derrumbara. Si huíamos, seguramente nos seguirían. Por ahora parecía mejor esperar y ver qué sucedía durante uno o dos días.

Aunque la ceremonia de Savannah no tendría lugar hasta dentro de ocho días, había algunas cosas que debían hacerse la primera noche, como por ejemplo recoger el enebro. Eso significaba que debíamos salir de casa. Asimismo, el libro de la ceremonia se guardaba en la casa de Margaret, y Cortez aceptó que yo necesitaba repasarlo lo antes posible, así que sumamos eso a nuestra lista de tareas para la noche. Hasta entonces, sólo nos restaba esperar.