– Esos hechizos no funcionan -susurró una voz junto a mi oído.
Pegué un salto y casi caí de rodillas. Savannah espió mi Manual.
– Bueno, en realidad no funcionan, ¿no es así? -dijo-. Aparte de los pocos que conseguiste que tuvieran efecto, el resto fracasó, ¿verdad?
– ¿Tú los has probado?
Ella se dejó caer junto a mí.
– No. Nunca consigo descubrir dónde escondes los Manuales. Pero sé que los estás practicando para tu diario, ¿recuerdas? Me preguntaba si debería decirte que no funcionan, pero supuse que no me escucharías. Lucas cree que debería decírtelo, para que no sigas perdiendo el tiempo.
Eso me dolió, me fastidiaba enormemente la sola idea de que Savannah hubiera hablado con un desconocido de cosas que no quería hablar conmigo. Sin embargo debía reconocer que ella tenía razón. Yo no la habría escuchado. No quería oír nada que tuviera que ver con sus antecedentes, con su madre. Eso debía cambiar.
– ¿Por qué crees que no tendrán efecto?
– No es que lo piense; lo sé.
– Muy bien, entonces, ¿por qué sabes que no tendrán efecto?
– Porque es magia de brujas.
– ¿Y qué tiene de malo la magia de brujas? No hay nada…
– ¿Ves? Le dije a Lucas que reaccionarías así.
Volví a arrodillarme.
– Lo siento, Savannah. Por favor, continúa.
Ella sonrió.
– Vaya, eso me gusta más.
– No te acostumbres demasiado. Ahora habla.
– Ningunos de los hechizos fuertes de brujas funcionan porque les faltan las partes centrales. Por eso tanto mi madre como otras brujas, brujas que no pertenecían al Aquelarre, usan magia de hechiceros, por la fuerza que tienen esos hechizos.
– ¿Ellas usan magia de hechiceros?
– ¿No lo sabías?
– Mmmmm, bueno, yo… -Me costó pronunciar esas palabras-. No, no lo sabía.
– Sí, claro, todos los hechizos realmente poderosos son magia de hechiceros. Lo único que nosotras podemos hacer son cosas simples de brujas, como los hechizos del Aquelarre, además de algunos otros, pero para los hechizos fuertes necesitamos usar magia de hechiceros. Ése es el problema, ¿entiendes? Mi madre solía enfadarse mucho por eso. Culpaba al Aquelarre de haber perdido la parte central de los hechizos. Al menos, ellas dijeron que la habían perdido, pero mamá siempre pensó que la habían tirado. Dijo que eso estaba muy mal, porque les negaba a las brujas…
Savannah no siguió cuando Cortez apareció junto a la puerta.
– Lamento interrumpir. -Sus labios se movían como si estuviera reprimiendo una sonrisa-. Parece que tenemos una nueva situación justo al fondo de la casa… No quisiera importunar tu práctica, Paige, pero se me ocurrió que tal vez te vendría bien un descanso.
– Aguarda un segundo -dije-. Savannah me estaba contando algo importante.
– Eso puede esperar -dijo ella y se puso de pie de un salto-. ¿Qué pasa afuera?
– Creo que una descripción verbal no le haría justicia -fue la respuesta de Cortez, quien sonrió.
Savannah salió y se dirigió a la escalera.
No están desnudas están vestidas de cielo
Cuando acabé de subir las escaleras aparté de la ventana de la cocina a una Savannah casi histérica, levanté las persianas y al mirar hacia afuera vi a cinco mujeres arrodilladas, formando un círculo, sobre mi jardín. Cinco mujeres desnudas, no en topless o sucintamente vestidas, sino completamente desnudas.
Salté hacia atrás tan rápido que tropecé con Cortez.
– ¿Qué demonios es eso? -pregunté.
– Creo que el término más comúnmente aceptado es Wiccanas.
– ¿Wiccanas?
– O quizá debería decir que es así como se presentaron cuando me aventuré a pedirles que se vistieran y abandonaran los terrenos de esta propiedad. Me indicaron que son miembros de una pequeña secta de Wiccanas, perteneciente a un Aquelarre de alguna zona de Vermont. Supongo que no tienen ninguna relación con el tuyo, ¿verdad?
– Ja, ja.
– Parecen bastante inofensivas. Están realizando una ceremonia de limpieza en tu beneficio.
– Qué… agradable.
– Eso pensé. -Sonrió entonces, algo que jamás creí que su cara fuera capaz de hacer-. Me parece que me corresponde deciros otra cosa. En beneficio de ellas. Por su petición. Algo que te aconsejaría que aceptaras.
– ¿Qué es?
– Han pedido que te unieras a ellas.
Si yo no hubiera sido una firme convencida de la no violencia, juro que lo habría matado. En cambio, me dejé caer contra la mesa, muerta de risa. Riendo con mucha más intensidad de lo que la situación exigía. Al cabo de una semana de infierno, debo admitir que un grupo de Wiccanas desnudas en el jardín trasero de casa era una diversión muy bienvenida.
– ¿Debo interpretar eso como un no? -preguntó Cortez sin dejar de sonreír.
– Me temo que sí.
– Entonces les diré que lo lamento enormemente y les pediré que se vayan.
– No -dije-. Lo haré yo.
– ¿Estás segura?
– Eh, son las primeras personas que veo que me apoyan. Lo menos que puedo hacer es decirles yo misma que se muden.
– ¿Puedo acompañarte? -preguntó Savannah.
– No -dijimos al unísono Cortez y yo.
Antes de salir espié por la puerta de atrás.
Salvo por las Wiccanas, mi jardín estaba vacío. En cuanto salí, las Wiccanas interrumpieron su ceremonia, giraron todas al mismo tiempo y me dedicaron sonrisas beatíficas. Me acerqué lentamente a ellas. Cortez me pisaba los talones.
– Hermana Winterbourne -saludó la líder del grupo.
Abrió los brazos de par en par, me abrazó, me estampó un beso en los labios y otro en el pecho izquierdo. Yo solté un grito. Cortez hizo un ruido como si se atragantara, que sonó sospechosamente parecido a una risa reprimida.
– Mi pobre, pobre criatura -dijo ella, tomó mis dos manos y se las llevó al pecho-. Te han asustado tanto. Pero no te preocupes. Estamos aquí para ofrecerte el apoyo de la Diosa.
– Alabada sea la Diosa -entonaron las otras.
La líder oprimió mis manos.
– Hemos iniciado la ceremonia de limpieza. Por favor, desecha tus vestimentas mundanas y únete a nosotras.
Cortez volvió a atragantarse de la risa y luego se inclinó y me murmuró al oído:
– Yo tendría que ir a ver cómo está Savannah. Si decides cumplir con su súplica, avísame. Por favor.
Se dirigió a la casa, víctima de un repentino ataque de tos. Yo tomé la túnica que tenía más cerca.
– ¿Podría ponerse esto? ¿Podrían todas por favor cubrirse?
La mujer se limitó a sonreírme.
– Nosotras estamos como nos lo exige la Diosa.
– ¿La Diosa les exige que estén desnudas en mi jardín?
– Pero es que no estamos desnudas, criatura. Estamos vestidas de cielo. La ropa impide las vibraciones mentales.
– Sí, bueno, correcto. Mire, sé que todo esto es muy natural, lo de la forma humana y todo eso, pero ustedes no pueden hacer esto. No aquí. Es ilegal.
Otra sonrisa beatífica.
– A nosotras no nos importan las leyes de los hombres. Si vienen a llevarnos, nos iremos sin presentar lucha.
– Dios santo.
– Diosa, querida, no Dios. Y no tome su nombre en vano.
– Alabada sea la Diosa -canturrearon las otras.
– Eso es… Quiero decir… -Sé cortés y educada, me recordé. Las brujas deberían respetar a las Wiccanas, aunque no entendamos del todo eso del culto a la Diosa. Yo conocía a algunas Wiccanas y eran personas muy agradables, aunque debo reconocer que nunca se habían presentado desnudas en mi jardín ni me habían besado las tetas-. Tengo entendido que ustedes son de Vermont -logré articular. Eso era suficientemente cortés de mi parte, ¿no?