Él asintió y salió para escoltar a Leah al interior de casa. Un minuto después, la puerta de atrás se abrió. Leah entró y paseó la vista por el lugar. Después sus ojos brillaron al ver a Savannah y sonrió.
– Savannah -saludó-. Por Dios, qué grande estás, criatura. Ya eres casi tan alta como yo.
Savannah la miró durante diez segundos interminables y luego se fue a su cuarto. Leah la siguió con la mirada y frunció el entrecejo como si ese recibimiento la hubiera dejado perpleja.
– ¿Qué le has hecho? -preguntó.
– ¿Yo? Tú eres la que…
Cortez levantó las manos.
– Como Leah mencionaba antes, a nosotros los hechiceros nos gustan las reglas. La regla cardinal de la negociación, y estoy segura de que Leah la conoce bien, es que a ninguna de las partes les está permitido mencionar agravios pasados o menospreciar a la otra. ¿Entendido?
– ¿Por qué me miras a mí? -Preguntó Leah-. Fue ella la que empezó.
– No, me parece que fuiste tú. Sin ninguna duda, en este asunto Paige es la parte injuriada. Si la ofendes, la negociación termina.
– ¿Qué te hace pensar que estoy aquí para negociar?
– Si no es así, puedes irte ahora mismo.
Puso los ojos en blanco.
– Por Dios, qué divertido es, ¿no te parece, Paige? -Entró en el salón y se instaló en mi sofá-. Qué bonita casa. Debes de haber recibido una buena herencia.
– Fuera de aquí -ordenó Cortez-. Sal de aquí ahora mismo, Leah.
– ¿Qué he hecho ahora? Solo felicité a Paige por su casa y comenté que… ¡Caramba! -Sonrió-. Supongo que ahora me doy cuenta de que ese último comentario puede haber sido «incorrecto».
– Déjala hablar -dije y apreté tan fuerte los puños que sentí que se juntaba sangre allí donde las uñas se me clavaban en las palmas de las manos-. ¿Para qué has venido?
– No me gusta la forma en que esto se está desarrollando -dijo ella, y se recostó contra los cojines-. Estos miembros de las Camarillas son tan desastrosos como Isaac me dijo. Todo son reglas y códigos de conducta. ¡Y el papeleo! Te juro que no podrías creerlo, Paige. Matas a un humano de mierda y te obligan a llenar un millón de formularios, y por triplicado. Una vez le disparé accidentalmente a un delincuente y ni siquiera Asuntos Internos me hizo llenar tantos formularios. ¿Podrás creer que Kristof nos regañó por lo que sucedió en la funeraria? Parece que fue un «exceso de autoridad» y que «nuestro juicio fue cuestionable» y ahora está furioso porque habrá una especie de audiencia disciplinaria de todas las Camarillas sobre el tema. Dios, te aseguro que esos perros guardianes de las Camarillas tienen tanto sentido del humor como el bebé Cortez.
– ¿Qué es lo que quieres, Leah? -pregunté.
– En primer lugar, inmunidad. Si yo me aparto de este trato, la Camarilla Nast me romperá el trasero. Quiero que Lucas me prometa la protección de su papá.
– Yo no desempeño ningún papel en la Camarilla Cortez…
– Oh, déjate de tonterías. Tú eres un Cortez. Si dices que yo estoy protegida, entonces lo estaré. Lo segundo que quiero es la custodia compartida de Savannah.
– ¿Eso es todo? -pregunté-. Caramba, pensé que querías algo grande. ¿Qué te parecería tenerla los fines de semana?
Leah movió un dedo en dirección a Cortez.
– Creo que Paige no se está tomando esto en serio.
– Y que lo digas -murmuró Cortez.
– ¿Puedo preguntarte para qué quieres tener la custodia compartida de Savannah?
– Porque la pequeña me gusta. Porque creo que tú le arruinarás la vida. Y porque podría resultarme útil.
– De modo que, a cambio de recibir esas dos cosas, ¿harás qué? ¿Te enfrentarás por nosotros a toda la Camarilla Nast?
Se echó a reír.
– No tengo tendencias suicidas, Paige. Si tú me das lo que quiero, yo me apartaré de la lucha.
– ¿Eso es todo?
– Debería ser suficiente. Soy la mejor arma que tienen. Harías bien en ponerte ahora de mi lado, Paige. Es algo que incluso tú deberías tener en cuenta, Lucas.
– Intenta hacerme un ofrecimiento que yo no pueda rechazar -dijo él-. Creo que hablo en nombre de Paige al decirte que te largues de aquí ahora mismo, Leah. Nos estás haciendo perder el tiempo.
Ella se sentó bien erguida y se inclinó hacia adelante. De sus ojos había desaparecido todo rastro de humor.
– Te estoy haciendo un ofrecimiento serio, hechicero. Tú no me quieres en esta pelea.
– ¿No? Si tu posición es tan fuerte, seguramente no estarías aquí ahora. Las Camarillas siempre recompensan el talento. ¿Quieres que yo arriesgue una conjetura con respecto al porqué de este repentino cambio de actitud tuyo?
– Aguarda -intervine-. Deja que yo haga primero un intento. Soy nueva en esto de las Camarillas, así que quiero estar segura de que lo entiendo bien. Tú dices que estás aquí porque no te gusta la elección que hiciste al aliarte con la Camarilla. Creo que en eso dices la verdad. Pero no porque tengan demasiadas reglas. Sino porque, de pronto, ya no tienes autoridad. Tienes, sí, un poder increíble, pero eso es todo. No eres nadie, apenas un soldado raso. ¿Me estoy acercando?
Los ojos de Leah dejaban ver todo su odio.
Continué.
– Todo esto empezó porque tú te acercaste a la Camarilla Nast y les ofreciste un trato. Quizá averiguaste lo del padre de Savannah, o tal vez sólo diste con un nombre por azar y ellos inventaron la historia de la paternidad. Aceptaron tu oferta y después asumieron el mando de la situación. Creo que posiblemente lo único que obtendrás es un buen bono de fin de año y una oficina con ventana. Y lo que es peor, perdiste a Savannah. La traicionaste por esa triste oficina.
Una urna de bronce voló del estante de la biblioteca, navegó por la habitación y se incrustó en la pared. Leah se levantó del sofá y me lanzó una mirada de odio antes de pasarle esa mirada a la urna.
– Bueno, bueno -dije-. ¿Erraste el tiro? A lo mejor no eres tan buena como crees.
Esta vez, toda la biblioteca se sacudió, se balanceó una vez y luego se detuvo, todavía erguida. Yo lancé un hechizo de traba antes de que ella hiciera un nuevo intento.
– En cuanto te suelte, te marchas -dije-. No creas que he olvidado lo que le hiciste a mi madre. Y no creas ni por un instante que no puedo matarte ahí, justo donde estás, o que en este mismo momento no estoy pensando en esa posibilidad.
Cuando anulé el hechizo de traba, Leah me lanzó una mirada feroz y después, bramando de rabia, se fue dando un portazo.
– De modo que su poder disminuye a medida que sus emociones aumentan -comentó Cortez-. Muy interesante.
– Y útil. ¿Has descubierto qué es lo que la delata?
Cortez sacudió la cabeza.
– Maldición. Bueno, no puedo preocuparme por eso ahora. Necesito hablar de algo con Savannah. -Comencé a alejarme pero de pronto me detuve. – ¿Debería estar preocupada? Me refiero a una posible represalia.
– ¿De Leah? No. Las Camarillas la limitan muchísimo. Ella sabe cuál es el castigo por actuar sin su consentimiento, sobre todo si esas acciones ponen en peligro un proyecto actual. Se considera que es una traición y se castiga con la muerte. Una muerte muy desagradable, por cierto.
– Espléndido.
Cortez se colocó bien las gafas.
– Bueno, he terminado mi trabajo. Después de que hayas hablado con Savannah, tal vez podríamos… bueno, eso es si te sientes como para…
– El intercambio de hechizos -dije con una sonrisa-. No te preocupes, no lo he olvidado. Es el punto siguiente de mi lista. Primero permíteme que termine con Savannah.
La llave
Háblame de nuevo de los encantamientos de los hechiceros.
Estábamos sentadas cruzadas de piernas sobre la cama de Savannah.