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La linterna cayó y de pronto me encontré frente a cuatro personas, cuyas edades iban desde la de una universitaria a alguien cercana a la jubilación.

– Caramba -susurró la menor de las mujeres con un piercing en el labio inferior-. Es la bruja que apareció en los periódicos.

– Yo no soy… ¿Qué hacen ustedes aquí?

– Creo que nosotros deberíamos hacerles la misma pregunta -dijo un hombre de algo más de veinte años con una gorra de béisbol.

Una mujer de mediana edad, la que primero había hablado, lo hizo callar.

– Ella está aquí por la misma razón que nosotros.

– ¿Para encontrar el tesoro?

Ella lo fulminó con la mirada.

– Para comunicarse con el mundo de los espíritus.

– ¿Es cierto que tú la viste levantarse de entre los muertos? -Preguntó la mujer más joven y señaló la tumba de Mott-. Qué genial. ¿Cómo fue? ¿Dijo algo?

– Sí -contestó Savannah-. Dijo: «Vuélvanme a molestar y les romperé el…».

Le di un codazo para que se callara.

– ¿Ustedes saben lo que están haciendo? Se llama perturbar un camposanto. -Puse detrás de mi espalda la mano con la pequeña pala-. Es una ofensa muy seria.

– Buen intento -dijo el hombre joven-. Mi hermano es policía. No podemos meternos en problemas a menos que la desenterremos. No somos estúpidos.

– No -dijo Savannah-, sólo están merodeando por el cementerio en busca de un tesoro enterrado. ¡Eh, un momento! ¡Creo que he encontrado algo! No, me equivoqué: no era más que otro cadáver putrefacto.

– Cuida tu lengua, jovencita -saltó la mujer mayor-. Si bien disiento de usar a los espíritus para buscar una ganancia material, en el mundo antiguo los nigromantes hacían exactamente eso. Creían que los muertos lo veían todo: el pasado, el presente y el futuro, y así les permitían localizar tesoros ocultos.

El hombre de más edad que estaba junto a ella hizo un ruido.

– Tienes mucha razón -repuso ella-. Bob desea que yo aclare que se cree que los muertos pueden encontrar cualquier tesoro, no sólo aquello que ellos mismos pueden haber enterrado.

– ¿Él te ha dicho todo eso con sólo un gruñido? -preguntó Savannah.

– Es telepatía mental, querida. Bob ha superado el reino de la comunicación verbal.

– Puede ser, pero no ha superado el reino de la justicia humana -dije y me agaché para recoger un platillo con hongos secos-. Apuesto a que éstos ayudan a la telepatía mental. Tal vez ustedes puedan explicarle esto a la policía.

– No tiene por qué amenazarnos, querida. Nosotros no representamos ningún peligro para ustedes ni para ninguna otra persona. Simplemente queremos comunicarnos con la pobre señorita Mott. Un espíritu que ha sido resucitado una vez permanece muy cerca de la superficie, como estoy segura de que sabe. Si logramos ponernos en contacto con ella, tal vez podrá darnos un mensaje desde el otro lado.

– O decirnos dónde encontrar el tesoro -añadió el joven.

La joven puso los ojos en blanco.

– Tú siempre con lo del tesoro. -Me miró. -Joe es otro miembro de nuestro grupo. Joe y Sylvia. Sólo que Joe tiene que jugar a los bolos y a Sylvia no le gusta conducir una vez que oscurece.

– Aja.

– No necesitamos preocuparnos acerca de que esta gente haga resucitar a los muertos, Paige -masculló Savannah-. Son tan tontos que no serían capaces de resucitar a…

Volví a darle un codazo para que se callara.

– Una vez más, les pediré que se vayan.

El joven dio un paso adelante y me miró desde arriba.

– O de lo contrario, ¿qué?

– Te aconsejo que tengas cuidado, o de lo contrario ella te lo demostrará -masculló Savannah.

– ¿Es una amenaza?

– Ya está bien -dije-. Ahora nos iremos todos…

– ¿Quién se va? -Preguntó el joven-. Yo no pienso irme.

La mandíbula de la mujer de más edad exhibía una expresión decidida.

– Nosotros no nos iremos antes de habernos comunicado con el mundo de los espíritus.

– Espléndido -dijo Savannah-. Permítame que la ayude.

Su voz aumentó de volumen y sus palabras resonaron a través del silencio cuando recitó un conjuro en hebreo. Yo giré sobre mis talones para detenerla. Pero, antes de que pudiera hacerlo, ella había terminado. Todo quedó en silencio.

– Maldición -murmuró cerca de mí de modo que sólo yo pudiera oírla-. Se suponía que…

Su cuerpo se puso rígido, su cabeza se sacudió hacia atrás y sus brazos se extendieron. Un crujido ensordecedor quebró el silencio, como el trueno de cien armas de fuego disparadas al unísono. Un fulgor luminoso encendió el cielo. Savannah estaba de pie, apenas tocando el suelo, y su cuerpo se zarandeaba. Me abalancé hacia ella. Cuando mis dedos le tocaron el brazo, algo me golpeó en el estómago y me arrojó hacia atrás contra una lápida.

Bastante genial…pero para peor

Cuando me recuperé de la caída, vi que Savannah se había desmayado. Los cuatro aspirantes a nigromantes se encontraban de pie y en círculo alrededor de su cuerpo tendido boca abajo. Logré ponerme de pie y corrí hacia Savannah. Estaba inconsciente, y tenía la cara blanca como el papel.

– Llamen a una ambulancia -grité.

Nadie se movió. Comprobé el pulso de Savannah; era débil pero estable.

– Vaya, vaya -dijo la joven-. Eso sí que ha sido genial.

– ¡Llamen a una maldita ambulancia! -gruñí.

Una vez más, nadie se movió. Alrededor de nosotros, el aire se encontraba inmóvil, pero yo alcanzaba a sentir el crujido de la energía. Al oír un ruido cerca de los árboles, levanté la vista y vi una forma que se movía hacia nosotros. Alguien se acercaba.

Cortez. Perfecto. Él tenía un teléfono móvil.

Levanté la cabeza para decirle que se diera prisa y vi que la figura emergía de los árboles. Pero no era una figura. Era una masa retorcida de luz rojiza que giraba sobre sí misma y se volvía azul, luego verde y después amarilla. A mi izquierda, pequeños haces de luz sobrevolaban por encima del suelo y se coagulaban en masas que revoloteaban sobre la tierra y después salían disparadas hacia el aire. Todos nos quedamos mirando, paralizados, cómo uno después de otro, esos fantasmas etéreos de color se elevaban del suelo alrededor de nosotros.

– ¡Oh! -Exclamó la mujer joven-. ¡Son preciosos!

Las luces se encendieron alrededor de todos nosotros, adquirieron velocidad y se lanzaron al aire. Una se elevó justo junto a mí, luego dio un viraje brusco y se zambulló en picado hacia mi cabeza. De pronto me quedé sin aliento; el aire literalmente me fue chupado de los pulmones. Jadeé. La luz huyó a toda velocidad y se perdió entre los árboles.

Súbitamente el suelo comenzó a sacudirse y la luz se filtró desde la tierra. Algo me golpeó con fuerza y me apartó de Savannah. Un aullido ensordecedor rasgó el aire. Yo me arrojé hacia Savannah, pero un geiser de luz brotó repentinamente entre las dos y me empujó hacia atrás. El suelo tembló con tanta fuerza que me arrojó de rodillas. Un aullido tras otro resonaron en la noche.

– ¡Savannah! -grité.

Tan pronto abrí la boca, me quedé sin aire. Un globo de luz me rodeó la cabeza y me chupó el aire. El dolor se me clavó en el pecho. No podía respirar. Mientras luchaba, la luz pareció tomar forma. Traté de clavarle las uñas a mi atacante, pero lo único que conseguí fue que mis dedos lo atravesaran.

– ¡Deja de luchar! -me dijo una voz al oído.

Pero yo me esforcé aún más y con piernas y brazos me abalancé contra esa cosa.

– Maldita sea, Paige, ¡no luches! ¡Estás empeorando las cosas!

¿Cortez? Mientras mi cerebro reconocía su voz, mi cuerpo permaneció inmóvil por un instante. La luz se evaporó y yo caí hacia atrás, me golpeé contra el suelo y tragué aire. Cortez se inclinó sobre mí.