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"Para mi también." John la escoltó al vestíbulo. Ella le sonrió antes de dar media vuelta y alejarse de él, estremeciéndole el alma y enviando de una oleada de deseo por su todo su cuerpo. "Lady Arabella," dijo, con voz ronca

Ella se giró, con expresión preocupada. "¿Sucede algo?"

"No es prudente por su parte frecuentar mi compañía."

"¿Qué quiere decir? "

"No vuelva aquí otra vez. "

"Pero si acaba de decir… "

"Dije no vuelva otra vez. Al menos no sola. "

Ella parpadeó. "No sea ridículo. Suena como un héroe de novela gótica. "

"No soy un héroe," dijo él enigmáticamente. "Haría bien en recordar eso. "

"Deje de burlarse de mí." Su voz careció de convicción.

"No lo hago, milady." Él cerró los ojos, y durante una fracción de segundo una expresión de agonía nubló sus rasgos.

"Hay muchos peligros en este mundo de los que no sabe nada. De los que nunca debería saber nada," añadió él severamente.

La criada llegó al vestíbulo.

"Debería irme," dijo Belle rápidamente y bastante nerviosa.

"Sí."

Dio media vuelta y huyó escalones abajo, hacia su caballo. Montó ágilmente y se alejó por sendero que llevaba a la carretera, sumamente consciente de los ojos de John clavados en su espalda durante todo el recorrido.

¿Qué le había pasado? Si ya antes Belle se había sentido intrigada por su nuevo vecino, ahora se sentía vorazmente curiosa.

Su humor cambiaba como el viento. No entendía como podía bromear tan dulcemente con ella un momento y parecer tan siniestro y amenazador al siguiente.

Y no podía evitar la certeza de que él, de alguna manera, la necesitaba. Necesitaba a alguien, eso estaba claro. Alguien que pudiera borrar el dolor que asomó a sus ojos cuando creyó que nadie lo miraba.

Belle enderezó los hombros. Ella nunca había sido de las que se echan atras ante un desafío.

Capítulo Cuatro

Belle se sintió acosada por pensamientos sobre John durante el resto del día. Se acostó temprano, esperando que una noche de sueño reparador le brindara una nueva perspectiva. Pero el sueño la eludió durante horas, y cuando por fin consiguió dormirse, John apareció en sus sueños con alarmante persistencia.

A la mañana siguiente, despertó un poco más tarde que de costumbre, pero cuando bajó a desayunar, se encontró con que Alex y Emma se habían quedado en la cama de nuevo. No le apetecía buscar alguna ocupación con la que entretenerse, así que ella terminó rápidamente el desayuno y decidió dar un paseo.

Echó un vistazo a su calzado, decidió que sus zapatos eran lo bastante robustos para una pequeña excursión, y se escabulló por la puerta principal, dejando a Norwood una nota para sus primos. El aire otoñal era fresco, pero no frío, y Belle se alegró de no haberse molestado en coger una capa. Emprendiendo una rápida marcha, se encontró caminando hacia el este. En dirección a donde se encontraba la propiedad de John Blackwood.

Belle gimió. Debería haber sabido que esto iba a pasar. Se detuvo, tratando de obligarse a dar media vuelta y dirigirse al Oeste. O al Norte o al Sur o al Noroeste o hacia cualquier otro sitio excepto el Este. Pero sus pies se negaron a obedecer, y avanzó penosamente, tratando de justificar su comportamiento diciéndose que sólo sabía llegar a Blondwood Manor [6] por la carretera, y que como iba paseando por los bosques, probablemente no conseguiría llegar hasta allí, de todos modos.

Frunció el ceño. No se llamaba Blondwood Manor. Pero por su vida que no podía recordar cual era el nombre. Belle sacudió la cabeza y siguió caminando.

Pasó una hora, y Belle comenzó a lamentar su decisión de no traer a su yegua. Quedaban aproximadamente un par de millas hasta el límite de la propiedad de Alex, y por lo que John le había dicho el día anterior, sabía que había otro par de millas hasta su casa. Sus botas no estaban resultando ser tan cómodas como había esperado, y tenía la secreta sospecha de que se le estaba formando una ampolla en el talón derecho.

Trató de no esbozar una mueca de incomodidad, pero pronto el dolor alcanzó nuevas cotas de intensidad. Con un audible gemido, finalmente se dio por vencida y concedió la victoria a su ampolla. Se agachó y acarició la hierba con la mano, para comprobar si estaba húmeda.

El rocío del amanecer ya se había evaporado, así que se dejo caer al suelo, se desató la bota, y se la sacó. Estaba a punto de incorporarse y comenzar a caminar de nuevo cuando se dio cuenta de que llevaba puestas sus medias favoritas. Con un suspiro, se subió la falda y despacio se la quitó también.

* * *

Desde su posición, a unas diez yardas de distancia, John no podía creer lo que veían sus ojos. Belle había deambulado hasta su propiedad otra vez, y estaba a punto de dar conocer su presencia cuando ella comenzó a refunfuñar para si misma y luego se dejo caer sobre la tierra sin ceremonia alguna.

Intrigado, John se ocultó tras un árbol. Lo que siguió a continuación fue una escena mucho más seductora de lo jamás hubiera podido soñar. Después de quitarse el calzado, Belle se había levantado las faldas hasta bastante más arriba de sus rodillas, ofreciéndole una seductora vista de sus esculturales piernas. John casi gimió en voz alta. En una sociedad que consideraba los tobillos como algo procaz, esto resultaba muy erótico.

John sabía que no debería mirar. Pero mientras seguía allí de pie, viendo como Belle, lentamente, deslizaba la media por su pierna, no podía pensar en otra alternativa. Si la llamaba, tan solo conseguiría avergonzarla. Mejor que no supiera que estaba allí. Un verdadero caballero, supuso, tendría la fortaleza suficiente para volverse de espaldas, pero, John decidió que la mayor parte de los hombres que se tomaban la molestia de llamarse a si mismos caballeros eran unos necios.

Sencillamente, no podía apartar los ojos de ella. Su inocencia sólo la hacía más seductora, más aún que a la mayoría de las profesionales. Su no planeado striptease era de lo más sensual al irse quitando Belle la media con atormentadora lentitud; no porque tuviera un auditorio, sino porque parecía gustarle la sensación de la seda deslizándose a lo largo de su suave piel.

Y entonces, demasiado pronto para el gusto de John, acabó y empezó a murmurar para si misma otra vez. Él sonrió. Nunca se había encontrado con nadie que hablara tan a menudo consigo mismo; especialmente no de forma tan divertida.

Ella se puso de pie y se miró de arriba a abajo un par de veces hasta que su mirada recayó sobre un lazo que adornaba su vestido. Ató la media alrededor del adorno, asegurándola firmemente a su vestido, y luego agachándose recogió su bota. John casi se echó a reír cuando comenzó a refunfuñar otra vez, fulminando con la mirada al zapato, como si fuera alguna insignificante y ofensiva criatura al darse cuenta de que podría haber metido la media en la bota para que no se perdiera.

Él oyó su suspiro, así que ella debía haberlo emitido en voz bastante alta, y entonces Belle se encogió de hombros y, cojeando, comenzó a caminar trabajosamente en su dirección. John enarcó una ceja ante sus movimientos porque ella no se dirigía hacia su casa, sino que se dirigía hacia la de él. Sola. Uno habría pensado que la muchacha tendría la sensatez de prestar atención a su advertencia. Creyó haberla asustado el día anterior. El señor sabía que él si se había asustado.

Sin embargo, no pudo contener una sonrisa, porque calzada con una sola bota, ella cojeaba casi tanto como lo hacía él.

John dio media vuelta rápidamente y se dirigió de regreso a los bosques. Después de su accidente, había ejercitado religiosamente su pierna herida, y como resultado, podía andar bastante rápido, casi tan rápido como un hombre sano. El único problema era que aquel esfuerzo excesivo haría que su pierna le doliera más tarde como si hubiera caminado – mejor dicho echado una carrera-de ida y vuelta al infierno.

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[6] Señorío de la madera clara. (N. T.)