– De acuerdo, nos decantaremos por la hipótesis del asesino que quiere vengarse de los bancos para ver adónde nos conduce. Si entretanto aparece alguna reivindicación, cambiaremos el rumbo. -Hace una pausa y se dirige a Guikas y a mí-: Tendrán que echar el resto para solucionar el caso antes de que surjan más problemas con la banca. Oficialmente, no anunciaremos el abandono de la opción terrorista. Declararemos que siguen abiertas todas las líneas de investigación. No sólo para defendernos de posibles críticas, sino también para tranquilizar a los extranjeros, que sólo ven terroristas en Grecia. -Calla un momento y se vuelve hacia el juez instructor-: ¿Cómo justificaremos la puesta en libertad del sospechoso?
– Nosotros no tenemos que justificar nada. Los jueces no hacen declaraciones a los medios de comunicación.
Está aliviado porque ahora la pelota está en nuestro tejado. El ministro lo pilla y se dirige al director general de la policía:
– Procure dejar bien claro que se le ha puesto en libertad pero que no se le permite abandonar el país.
El director general, que comprende que le toca sacar las castañas del fuego, se limita a asentir con la cabeza. El ministro se pone de pie, señalando así el fin de la reunión.
– Prepara un despachito para Kula. A partir de mañana estará a tu disposición -dice Guikas en el momento de separarnos en la puerta del Ministerio del Interior.
Quedarse al margen tiene sus ventajas, ya lo dijimos. Guikas sube a su coche para volver a Jefatura, y yo, a un coche patrulla para ir a Koropí.
29
El tráfico no presenta problemas hasta Ayía Paraskeví, pero se torna muy denso a partir de la sede de la radiotelevisión griega. Las dificultades empiezan en el desvío hacia Mesoyia, porque el calor aprieta. Todo el mundo corre hacia la playa para echar al mar lo que pueda: la mayoría, su propio cuerpo; los niños, sus colchonetas hinchables, y los mayores, sus lanchas neumáticas.
Una de esas lanchas nos precede, remolcada por un BMW cabriolé que va a cuarenta por hora. Apremio a Vlasópulos a que encienda la sirena y así el conductor se vea obligado a apartarse, pero éste no se da por aludido. Vlasópulos se pone a la altura del pesado del BMW.
– ¿Es que no oyes la sirena? -grita al conductor.
– ¿Qué pasa? ¿Tienes prisa para darte un chapuzón? -contesta el muy impertinente.
– Jefe, ¿le pido la documentación? -me pregunta Vlasópulos cabreado.
– No, nos liaremos y bastante trabajo tenemos ya.
– Nos recortan los sueldos, las pagas extras y las pensiones, y éstos siguen yendo en BMW con lanchas en el remolque -filosofa Vlasópulos.
– Creen que se librarán de la crisis cuando se vaya la troika. [8]
– La troika no se irá -contesta categóricamente, como si lo supiera de los propios implicados.
– ¿Por qué estás tan seguro?
– Porque a la tercera va la vencida, comisario.
– ¿Qué quieres decir?
– Mire, primero apareció Kapodistrias. Le dijimos que quién se creía que era y lo matamos. Después vinieron los bávaros y la Regencia. [9] Les dijimos que quiénes se creían que eran y los echamos. Ahora han venido el danés, el belga y el alemán. Y nosotros volvemos a decirles que quiénes se creen que son, pero éstos no van a desaparecer, porque a la tercera va la vencida. Una vez te escapas, otra vez te libras, pero al final te pilla el toro. ¿Lo entiende ahora?
Es una manera de verlo. No resulta demasiado seductora, pero quizá por eso mismo sea acertada. Lo que nos seducía hasta ahora ha demostrado ser una falacia.
En Koropí nos detenemos primero en la inmobiliaria de Yannis Mértikas, a quien ya visité tras el asesinato de Zisimópulos. Quiero que Mértikas me informe sobre la situación actual de Stéfanos Varulkos y la cuantía de su deuda con el Banco Central, para utilizar los términos que hoy en día usan hasta los reporteros de tercera.
La fachada de la inmobiliaria sigue cubierta de anuncios de pisos y parcelas en venta. Mértikas se encuentra solo, inmerso en la contemplación de su pantalla de ordenador. A su hija, llamada Litsa, si no recuerdo mal, no la veo ante su escritorio.
– ¡Hombre, bienvenido! -exclama al verme-. ¿Qué le trae por aquí?
– He venido para charlar un rato.
– Un enviado de Dios. ¿Sabe lo que es pasarse el día sentado mirando la pantalla sin tener con quién hablar?
– ¿No está su hija?
– Le he dado vacaciones hasta nuevo aviso. Es mejor que se quede en casa que venir aquí para espantar moscas. Vería con malos ojos el negocio que va a heredar.
– ¿Qué ha pasado? ¿La gente ya no vende sus tierras para comprar el último modelo del Jeep Cherokee, como me dijo?
– Ni venden tierras ni compran Jeeps y Mercedes. No hay dinero, señor comisario. Nos arrastra la resaca financiera. Mientras el dinero circulaba, había trabajo; unos vendían tierras para comprar todoterrenos, otros se compraban las tierras aunque para ello tuvieran que pedir un préstamo. Circulaba el dinero, y eso es lo que importa. Pero ahora dicen que todo se hacía en negro y que, para sanear la economía, tiene que circular dinero blanco. El buen pan es el negro, el buen dinero es el blanco. Eso dicen ahora. Pero ¿qué haces cuando no circula dinero de ningún tipo? Le diré una cosa: cuando aprieta el hambre, comes pan blanco aunque no sea tan bueno para la salud, y cuando se aprieta demasiado el cinturón necesitas dinero, aunque sea negro. Si quiere mi opinión, el dinero no tiene color. El dinero es como el coche. Para que el motor arranque, tiene que circular. Si no lo sacas del garaje, se queda sin batería. Y así estamos. -Calla unos segundos y vuelve a la realidad-. Pero usted no ha venido para escuchar discursitos sobre el dinero.
– He venido para que me cuente lo que sabe de Stéfanos Varulkos.
Me mira sorprendido.
– ¿Cómo se ha acordado de él?
– Deje, tardaría demasiado en explicárselo.
– ¿Qué quiere saber de Varulkos?
– Por qué quebró.
Sigue sin comprender, pero decide tragarse las preguntas.
– Varulkos era el constructor más importante de Koropí. Todas las parcelas en las que construyó me las compró a mí. Pero una vez quiso pasarse de listo y metió la pata.
– ¿Qué sucedió?
– Encontró una parcela en una posición privilegiada. Grande y cuadrada. No acudió a mí para que mediara, quería ahorrarse mi comisión. Los propietarios del terreno no le dijeron que había un heredero más, un hombre que vivía en Canadá. Varulkos ya había construido medio bloque de pisos cuando apareció ese heredero. Éste tomó medidas legales y detuvo la construcción. Después de un año de tira y afloja, Varulkos tuvo que pedir un crédito para comprar la parte del grecocanadiense. Como entretanto se había quedado sin fondos, necesitó otro préstamo para terminar la construcción. Pero se encontró con que no podía vender los pisos.
– ¿Por qué no?
– Pues porque eran viviendas de lujo y muy caras. Además, todo el mundo sabía que estaba endeudado hasta el cuello, de modo que esperaban que bajara los precios para comprar a precio de ganga. Al final, él ya no pudo pagar las cuotas de sus préstamos y el banco se quedó con todo. Para colmo -añade tras una pausa-, se equivocó al elegir su banco.
– ¿El Central?
– El Central en tiempos de Zisimópulos. No sé cómo funcionará ahora, pero en aquella época Varulkos dijo que le habían ofrecido unas condiciones muy buenas. Eso hacía Zisimópulos: ofrecía buenas condiciones, pero al menor problema te daba la patada y te echaba al precipicio.
[8] Se refiere a los representantes del Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco Central Europeo que supervisan la aplicación de las medidas lomadas por el gobierno de Grecia para el saneamiento de la economía del país.
[9] Ioannis Kapodistrias (1776-1831), político y diplomático de gran relevancia, así como primer gobernador de Grecia durante el periodo de transición que siguió a la revolución contra el Imperio otomano, fue asesinado en octubre de 1831. Con los bávaros y la Regencia alude a los monarcas griegos de origen alemán, el último de los cuales fue Constantino II, depuesto por la Junta Militar de los coroneles en 1973 y expulsado definitivamente en 1974, con la llegada de la democracia (