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El sol se hundió y la noche descendió. Los insectos comenzaron sus llamadas en serio. Ranas intervinieron y los Caballos relinchaban de vez en cuando, y el ganado se preparó para la noche. Nubes de tormenta se reunieron en lo alto, masas oscuras, siniestras turbulentas que tapaban la luz de la luna y las estrellas. Cargadas de lluvia, unas gotas cayeron, como un presagio de lo que estaba por venir. Se apagaron las luces en las ventanas, una por una, cuando los trabajadores se instalaron con su familia.

Margarita se dio un baño y una vez más, se sentó en su escritorio, tratando de redactar una carta que pudiera salvarla. La papelera se desbordó con papel arrugado mientras se ponía más y más frustrada. El viento se levantó, golpeando su ventana, y finalmente Margarita se metió en la cama y levantó las sabanas, con su pluma todavía en la mano.

CAPITULO 3

Un rayo cruzó el cielo, zigzagueando de la tierra al cielo. La tierra tembló, abriéndose una grieta de tres pulgadas en los pastos del establo.

Debajo de la habitación principal, en el suelo negro rico, un corazón comenzó a latir. Una mano se movió, los dedos se doblaron en un puño apretado y se abrió paso a la superficie. La tierra explotó cuando Zacarías de la Cruz se levantó. El hambre quemando a través de él, un enojado soplete, royendo a través de la piel y sus huesos y muy dentro en su interior. Lo desgarraba, implacable, insaciable, un hambre brutal, insistente que era más terrible que cualquiera que hubiera sentido alguna vez en todos sus siglos de existencia. La necesidad corría por sus venas y pulsaba con cada latido de su corazón.

Ella le había hecho esto. Él podía probar la esencia de su vida en su boca, esa inocencia hermosa explotando contra su lengua, goteando en su garganta, creando una adicción, un ansia terrible que nunca terminaría mientras él existiera. Sus manos temblaban y sus colmillos se alargaron, la saliva se reunía a lo largo de sus puntas agudas. ¡Cómo se atrevió! La tierra tembló debajo de la casa. Las paredes ondularon, una ondulación lenta, amenazando con derrumbar la estructura entera. Su visión se puso roja, y él estalló a través de la puerta de la trampilla, lanzando la enorme cama de cuatro postes contra la pared lejana. Las grietas se distribuyeron a lo largo de los ladrillos de arcilla hasta la ventana.

Usted ha colocado a cada hombre, mujer y niño a mi cuidado en peligro. Él podía oír el latido de un corazón, un ritmo distinto, llamándolo, conduciéndolo a un frenesí de hambre, cada latido por separado pulsaba a través de sus propias venas. Él sabía exactamente donde estaba ella. Margarita era su nombre. La moza traidora que se atrevió a desafiar una orden directa de su amo. Él le había advertido que ella pagaría por su desobediencia- su deliberado desafío. Él había esperado que huyera como una pequeña cobarde, pero la tonta muchacha le esperaba en la misma casa-en su casa-sola.

Su gusto persistía hasta él pensó que podía volverse loco por ansiarla. Él cruzó el cuarto, comiendo el terreno con sus largos pasos, empujó el aire hasta la puerta, de modo que estallara abriéndose ante él, permitiéndole trasladarse con infalible rapidez a través de la sala de estar a la parte posterior de la casa donde estaba su dormitorio. Si él no hubiera sabido ya, dónde se encontraba el cuarto, todavía la habría encontrado. Su corazón latía con miedo, tronando en sus oídos. Él no se molestó en bajar el volumen, deseando, incluso necesitando oír su terror.

Se merecía estar aterrorizada. Si hubiera despertado vampiro, habría roto su voto a sus hermanos. Después de siglos de honor, su vida habría sido un desperdicio, su lucha por proteger a su familia y a su pueblo sería para nada. Y todavía podría pasar. Estaba muy cerca, demasiado cerca de convertirse.

Necesitaba algo-. Cualquier cosa. La anticipación de tomar su sangre era una urgencia a la cual, no le dio la bienvenida, un signo de que estaba caminando en el delgado borde entre honor y el fracaso final.

Sus dedos picaban por envolverse alrededor de su delgado cuello. Esta gente que trabajaba en el rancho habían jurado lealtad a la familia de De La Cruz, sirviéndoles, de padre al hijo, madre a hija por siglos, con todo eso, ella había arriesgado tan negligentemente a todos. Golpeó su palma contra la puerta, deliberadamente astillando la madera en lugar de abrir la puerta.

Margarita no hizo ningún esfuerzo por huir, con los ojos agrandados por el terror, protegiendo su rostro mientras él pateaba a un lado la madera rota. Se acurrucó en un rincón del cuarto, con la mano sobre su boca, su rostro pálido bajo su piel suave y dorada. Cuando él se le acercó, le tendió una mano tratando de aplacarlo con un pedazo de papel agarrado entre sus dedos, una mala defensa cuando se estaba muriendo de hambre.

Él la tiró a sus pies, consciente de cuan luminosa era. Cuan suave. Tan caliente. ¿Tan viva? Él estaba claramente consciente de su corazón llamando al suyo – su pulso rítmico creando esta hambre esta necesidad. A través de la neblina roja de la locura, registro la suavidad de su piel. Su fragancia fresca y limpia, que era una reminiscencia de la niebla de la selva tropical y las heliconias [1] únicas y hermosas que crecían en el tronco de los árboles y llamaba a los colibríes con su dulzura. El olor le envolvía cuando la atrapó entre sus brazos de acero e inclinó la cabeza hacia su esbelto cuello.

Ella luchó violentamente y él la fijó con un brazo y con el otro cogió una guedeja gruesa de pelo, machacando los filamentos de seda en su puño mientras que la estiró de un tirón hacia atrás. Él bajó su cabeza hacia ese punto dulce vulnerable donde su pulso golpeaba tan frenéticamente. Él no intentó calmar su mente o de cualquier modo controlar que se enterara lo que estaba sucediendo. Él quería que supiera. Quería su miedo. Él se propuso lastimarla así ella nunca olvidaría porqué debía obedecer. La lluvia golpeaba las ventanas. El viento asolaba la hacienda. El relámpago rasgo a través del cielo, iluminando las turbulentas nubes negras. El trueno se estrelló, sacudiendo la tierra temblando debajo de sus pies, alimentando su humor negro.

Zacarías hundió sus dientes profundamente en la carne blanda, indefensa. Un poco duro, sin un agente anestésico, perforando el cuello deliberadamente cerca de su garganta. Ella debería haber recordado al vampiro que la atacó. No debió haber sido tan descuidada, como para desobedecerlo. Necesitaba otra lección de lo peligroso, indiferente y vil criatura podía ser.

Su piel era de satén caliente, suave y fascinante, una sensación de shock, su fragancia natural atractiva. Pero fue su sangre lo que realmente le sorprendió.

Rica. Inocente. Fresca. El sabor era exquisito. Tan adictiva como la primera vez que la probó cuando había estado tan cerca de la muerte. Ella luchó contra él, empujándolo, tratando desesperadamente de liberar sus brazos, pero él era enormemente fuerte y no quería nada entre él y su presa, y no se equivoquen, esta mujer joven con su sangre adictiva le pertenecía a él. Se dio cuenta de que estaba gruñendo, una advertencia oscura. No había manera para que ella consiguiera liberarse y nadie podía entrar en la casa-su casa-sin su consentimiento o conocimiento. Estaba completamente a su merced y no tenía ninguna.

Cada uno de sus órganos absorbió su sangre increíble. Cada célula saltó a la vida. No había nada que hubiera experimentado que estuviera cerca de la perfecta riqueza de su sangre. La oleada de calor se difundió a través de él como una bola de fuego desconocido. Sus venas y arterias cantaban. Incluso su ingle se agitó, llena con el sabor deslumbrante y el calor de su sangre. Él la arrastró más cerca, más animal que hombre, sus brazos ahora la lastimaba como bandas de acero, con la boca arrastrando más de ese dulce néctar en su cuerpo muerto de hambre.

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[1] Heliconias planta tropical de Sur y Centro América.