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Todas, salvo la anciana señora Rizzoli, a la que estaban haciendo una permanente, llevaban pulverizador de gas.

Betty Kuchta agitó una pistola de descarga eléctrica.

– También tengo una de éstas.

– Es un juguete. -Joyce agitó otro artefacto de defensa personal.

Nadie lo superaba.

– Bien, ¿qué quieres que te hagamos? -me preguntó Clara-. ¿Manicura? Acabo de recibir una nueva laca de uñas. Mango Sabroso.

Miré la botella de Mango Sabroso. No había pensado hacerme la manicura, pero el color de aquella laca era asombroso.

– Que sea Mango Sabroso, pues.

Colgué mi cazadora y mi bolso del respaldo de mi silla, me senté en la zona de manicura y hundí los dedos en el cuenco de agua tibia.

– ¿A quién persigues ahora? -inquirió la anciana señora Rizzoli-. Me han dicho que buscas a Kenny Mancuso.

– ¿Lo ha visto?

– Yo no. Pero he oído que Kathryn Freeman lo vio salir de la casa de esa chica, Zaremba, a las dos de la madrugada.

– No era Kenny Mancuso -aseguró Clara-. Era Mooch Morelli. La propia Kathryn me lo dijo. Vive en la casa de enfrente e iba a sacar a su perro, que tenía diarrea por comer huesos de pollo. Le he dicho que no le dé huesos de pollo, pero no me hace caso.

– ¡Mooch Morelli! -exclamó la señora Rizzoli-. ¡Imaginaos! ¿Lo sabe su esposa?

Joyce levantó el casco del secador.

– Dicen que ha pedido el divorcio.

Todas metieron nuevamente la cabeza bajo el casco de sus respectivos secadores y continuaron leyendo la revista que tenían en las manos, pues aquello se acercaba demasiado a lo que me había ocurrido con Joyce. Todo el mundo sabía que la había pillado tirándose a mi esposo, y nadie quería presenciar cómo le metía una bala en la cabeza llena de rulos.

– ¿Y tú? -pregunté a Clara, que estaba limándome una uña y convirtiéndola en un óvalo perfecto-. ¿Has visto a Kenny?

Clara negó con la cabeza.

– Hace mucho tiempo que no lo veo.

– He oído que alguien lo vio entrar a hurtadillas en la funeraria de Stiva esta mañana.

Clara dejó de limar y alzó la cabeza.

– ¡Madre Santa! Yo estaba allí esta mañana.

– ¿Has visto u oído algo?

– No. Debió de ser después de que me marchara. No me sorprende. Kenny y Spiro eran muy buenos amigos.

Betty Kuchta se inclinó y sacó la cabeza del secador.

– No las tenía todas consigo, ¿sabéis? -Se llevó un dedo índice a la sien-. Era compañero de mi Gail en segundo de primaria. Los maestros sabían que nunca debían darle la espalda.

La señora Rizzoli asintió con la cabeza.

– Mala hierba. Demasiada violencia en su sangre. Como su tío Guido. Pazzo. amp;

– Más te vale andarte con cuidado con ése -me dijo la señora Kuchta-. ¿Te has fijado en su dedo meñique? A los diez años Kenny se cortó la punta del dedo meñique con el hacha de su padre. Quería comprobar si dolía.

– Adele Baggione me lo contó todo -intervino la señora Rizzoli-. Lo del dedo y muchas otras cosas. Adele dijo que estaba mirando por la ventana trasera de su apartamento y se preguntó qué iría a hacer Kenny con el hacha. Dijo que lo vio poner el dedo sobre el tocón que había al lado del garaje y cortárselo. Dijo que ni siquiera lloró. Dijo que se quedó allí, mirándolo y sonriendo. Se habría desangrado si Adele no hubiese llamado una ambulancia.

Eran casi las cinco cuando salí del salón de Clara. Cuanto más oía acerca de Kenny y de Spiro tanto más horrorizada me sentía. Cuando empecé la búsqueda creía que Kenny era un fanfarrón, y ahora me preocupaba que estuviese loco. Y Spiro no me parecía exactamente cuerdo.

Fui directamente a casa. Para cuando llegué a mi apartamento estaba tan asustada que abrí la puerta con una mano mientras con la otra sostenía el pulverizador de gas. Encendí las luces y me relajé un poco al ver que todo parecía estar en orden. La lucecita roja de mi contestador parpadeaba.

Era Mary Lou.

– Bueno, ¿de qué se trata? ¿Te has juntado con Kevin Costner o algo así? ¿Ya no tienes tiempo para llamarme?

Me quité la cazadora y marqué su número de teléfono.

– He estado ocupada -le dije-. Pero no con Kevin Costner.

– Entonces, ¿con quién?

– Con Joe Morelli.

– Mejor que mejor.

– No en ese sentido. He estado buscando a Kenny Mancuso, y no he tenido suerte.

– Pareces deprimida. Hazte la manicura.

– Ya me la he hecho, y no ha servido de nada.

– Entonces sólo queda una cosa por hacer.

– Ir de compras.

– Exactamente. Nos vemos en el centro comercial Quaker Bridge a las siete. En la zapatería de Macy's.

Cuando llegué, Mary Lou estaba totalmente abstraída contemplándose los zapatos.

– ¿Qué te parecen éstos?

Hizo una pirueta sobre unos botines negros de tacón de aguja.

Mary Lou mide un metro sesenta y cinco, su cuerpo se asemeja á una letrina de ladrillo, tiene una cabellera abundante, que esa semana era roja, y le gustan los pendientes de grandes aros y ese carmín que hace que los labios siempre parezcan húmedos. Llevaba seis años felizmente casada y tenía dos hijos. Sus crios me caían bien, pero por el momento me contentaba con un hámster. Con un hámster no hace falta una cesta para los pañales sucios.

– Me suenan -contesté-. Creo que la bruja Hazel llevaba zapatos como ésos cuando encontró a la pequeña Lulú cogiendo bayas en su jardín.

– ¿No te gustan?

– ¿Son para una ocasión especial?

– Para año nuevo.

– ¿Qué? ¿Sin lentejuelas?

– Deberías comprarte zapatos. Algo sexy.

– No necesito zapatos. Necesito unos prismáticos de visión nocturna. ¿ Crees que aquí podré encontrar unos?

– ¡Dios mío! -Mary Lou alzó un par de zapatos de ante color cereza y suela de plataforma-. Mira éstos. Si parece que los hubiesen hecho para ti.

– No tengo dinero. Ya me he gastado lo que me han pagado y espero otro cheque.

– Podríamos robarlos.

– Ya no hago esas cosas.

– ¿Desde cuándo?

– Desde hace mucho. De todos modos, nunca he robado nada grande, la única vez que robamos algo fueron chicles en la tienda de Sal, pero porque lo odiábamos.

– ¿Y qué hay de la chaqueta que le robaste al Ejército de Salvación?

– ¡Esa chaqueta era mía!

Cuando cumplí catorce años mi madre regaló mi chaqueta tejana preferida al Ejército de Salvación y Mary Lou y yo la rescatamos. A mi madre le dije que la había comprado, pero la verdad era que la habíamos mangado.

– Al menos deberías probártelos. -Mary Lou cogió a un vendedor de la manga-. Queremos éstos en un treinta y siete.

– No quiero zapatos nuevos. Necesito otras cosas. Necesito una pistola nueva. Joyce Barnhardt tiene una más grande que la mía.

– Ya entiendo.

Me senté y desaté los cordones de mis Doctor Martens.

– La he visto en el salón de Clara. Tuve que contenerme para no ahorcarla.

– Te hizo un favor. Tu ex era un pelmazo.

– Es malvada.

– Trabaja aquí, ¿sabes? En la sección de cosméticos. La vi maquillar a alguien antes de entrar. Pintarrajeó a una viejecita y la dejó hecha un monstruo.

Cogí los zapatos que me entregó el vendedor y me los puse.

– ¿A que son maravillosos? -dijo Mary Lou.

– Son bonitos, pero no puedo disparar contra nadie con ellos.

– Nunca disparas contra nadie. Bueno, de acuerdo, lo hiciste una vez.

– ¿Crees que Joyce Barnhardt tiene zapatos color cereza?

– Sé de buena fuente que Joyce Barnhardt calza un cuarenta y parecería una vaca con estos zapatos.

Me acerqué al espejo que había al fondo de la zapatería y admiré los zapatos. ¡Muérete de envidia, Joyce Barnhardt!, pensé.

Me volví para verlos por detrás y choqué con Kenny Mancuso.

Me asió con manos de hierro y tiró de mí, aplastándome contra su pecho.

– ¿Sorprendida de verme?

Me dejó muda.

– Eres como una patada en el culo -comentó-. ¿Crees que no te vi oculta tras los arbustos de la casa de Julia? ¿Crees que no sé que le contaste que me tiré a Denise Barkolowski? -Me zarandeó y mis dientes castañetearon-. Y ahora tienes entre manos un negocio con Spiro, ¿verdad? Os creéis muy listos.

– Deberías dejar que te llevara al juzgado. Si Vinnie asigna la tarea a otro agente de recuperación, puede que éste no sea muy amable contigo antes de entregarte.

– ¿No te habías enterado? Soy un tío especial, insensible al dolor. Lo más probable es que sea un jodido inmortal.

Vaya por Dios.

De pronto, en su mano apareció una navaja.

– No dejo de enviarte mensajes, pero no me haces caso. Puede que te corte una oreja, tal vez así me hicieses caso.

– No me asustas. Eres un cobarde. Ni siquiera te atreves a enfrentarte a un juez.

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& Loco, en italiano.