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Luché por visualizar a las criaturas que había dentro de la nube. Tentáculos, prolongaciones plateadas y doradas, blanca y poderosa magia. Caí de rodillas ante el dolor. Jonty intentó sujetarme.

– No, no me toques -Siseé. -La magia quiere hacer sangrar a alguien, a cualquiera, y si me tocas serás su blanco.

Entonces, cerré los ojos y mentalmente proyecté la imagen que necesitaba. Cuando pude verla, brillante y retorciéndose en mi visión interior, alcé mi mano izquierda otra vez, y lancé el dolor sobre esa imagen tan clara como el cristal. Mi dolor se intensificó durante un esplendoroso momento, dejándome sin aliento; durante un segundo sólo hubo dolor, muchísimo dolor. Luego éste se alivió, y casi pude respirar… y supe que la mano de sangre estaba ocupada en otro objetivo.

Mantuve los ojos cerrados para que nada más pudiera ocupar mi visión. Temía que si miraba a los guerreros trasgos otra vez, volvería a hacerlos sangrar sin querer. Sabía lo que quería hacer sangrar, y eso estaba sobre nuestras cabezas, en el cielo. Pensé en todas las cosas hermosas que podrían estar volando encima de nosotros. ¿Tenían que ser tan espantosos? Había tal belleza en nuestro mundo de las hadas, ¿por qué tenían que ser como una pesadilla?

Oí el sonido de alas batiendo en lo alto, y abrí los ojos. Estaba en el suelo sobre la capa de Holly, aunque no recordaba haberme caído. Sobre nosotros, tan cerca que las grandes alas blancas casi rozaban la cabeza de Jonty, volaban cisnes. Cisnes de un blanco resplandeciente bajo la luz de la luna: Habría por lo menos más de una veintena, y… ¿había visto lo qué pensé que había en sus cuellos y hombros? ¿Cadenas y collares de oro? Eso no podía ser, era sólo materia de leyenda.

Pero fue el anónimo Gorra Roja quién expresó lo que yo pensaba:

– Llevan cadenas en sus cuellos.

Después oí el graznido salvaje de los gansos. Volaban sobre nosotros siguiendo la dirección que los cisnes habían tomado. Me puse de pie, tropezando con el abrigo que había tomado prestado. Jonty me sujetó, pero eso no pareció dañarnos, ni a él, ni a mí. Me sentía ligera y etérea, como si la mano de sangre hubiera hecho algo más. ¿Qué había estado pensando justo antes de que los cisnes volaran sobre nosotros? ¿Que la belleza en las hadas a menudo parecía ser una pesadilla?

Entonces volaron grullas: el ave de mi padre, uno de sus símbolos. Las grullas volaban bajo y parecieron inclinar sus alas hacia nosotros, casi en una especie de saludo.

– ¡Están cayendo! -gritó Bithek.

Miré hacia donde él señalaba. El nubarrón había desaparecido, y con él la mayoría de las criaturas. Había sido tantas, una masa convulsa, pero ahora sólo había unas pocas, tal vez menos de diez, y una de ellas se había estrellado contra los árboles. Otra cayó sobre el suelo, y escuché el agudo ruido de los árboles al quebrarse como si hubieran caído bajo el impacto de un cañonazo. Los hombres estaban dispersos, demasiado lejos de mí para saber quién era quién. ¿Estaría Doyle a salvo? ¿Y Mistral? ¿La magia había llegado a tiempo?

Muy dentro de mí, finalmente admití, que era a Doyle a quien necesitaba para poder sobrevivir. Amaba a Rhys, pero no como amaba a Doyle. Me permití admitir la verdad. Me permití conocerla, al menos dentro de mi propia mente, y la verdad era que si Doyle moría, una parte de mí moriría también. Había sucedido en ese momento en el coche, cuando él nos había empujado a Frost y a mí dentro, y me había cedido a Frost.

– Si no soy yo, debes de ser tú -Le había dicho a Frost. También amaba a Frost, pero por fin lo había comprendido. Si yo pudiera haber elegido a mi rey en ese momento, sabía quién sería.

Lástima que no era yo quien tenía que hacer la elección.

Unas figuras comenzaron a avanzar hacia nosotros, y los trasgos se separaron para formar un pasillo para mis guardias. Cuando finalmente reconocí a la alta y oscura figura algo en mi pecho se alivió, y repentinamente empecé a llorar. Entonces, comencé a andar hacia él. No noté la hierba congelada bajo mis pies desnudos. No noté los rastrojos cortándome. Sólo corrí, con los Gorras Rojas corriendo a mi lado. Recogí los bordes del abrigo que había tomado prestado como si fuera un vestido de gala, manteniéndolos fuera de mi camino para poder correr hacia él.

Doyle no estaba solo; había perros, enormes perros negros que se arremolinaban entre sus piernas. De repente recordé una visión que yo había tenido donde estaba él con perros como estos, y la tierra tembló bajo mis pies, sueño y realidad mezclados delante de mis propios ojos. Los perros me alcanzaron primero, presionando su cálido pelaje contra mí cuando me arrodillé a su lado; noté su aliento jadeante y caliente en mi rostro cuando alargué mis manos para acariciarlos. Su piel negra se estremeció con un hormigueo de magia.

Los cuerpos se retorcieron bajo mi mano, la piel se hizo menos gruesa y más lisa, los cuerpos se hicieron más pequeños. Alcé la vista para mirar a uno de los perros que corrían, era blanco y lustroso, con orejas de un rojo brillante. La cara del otro perro era mitad roja y mitad blanca, como si alguna mano le hubiera dibujado una línea de arriba abajo por el centro. Yo nunca había visto nada tan hermoso como aquella cara.

Entonces Doyle se paró delante de mí y yo me lancé hacia sus brazos. Él me levantó del suelo y me abrazó con tanta fuerza que casi me hizo daño. Pero quería que me abrazara fuerte. Quería sentir su cuerpo contra el mío. Quería saber que todavía seguía vivo. Tenía que tocarlo para saber que era real. Necesitaba que me tocara, y necesitaba saber que él todavía era mi Oscuridad, y lo que era más importante, mi Doyle.

Él susurró sobre mi pelo.

– Merry, Merry, Merry.

Yo sólo me agarré a él, muda, y lloré.

CAPÍTULO 22

TODOS SOBREVIVIERON, INCLUSO LOS POLICÍAS HUMANOS, aunque algunos de ellos se habían vuelto locos por lo que habían visto. Abeloec les dio de beber en el cáliz de cuerno, y cayeron en un sueño mágico, destinados a despertar sin el recuerdo de los horrores que habían visto. Veis, la magia no es siempre algo malo.

Los perros negros eran un milagro: Se transformaban dependiendo de quién los tocara. Ante el toque de Abe pasaron de ser grandes perros negros a convertirse en perros falderos ideales para reposar ante un fuego acogedor, de color blanco con manchas rojas, perros hadas. Ante el roce de Mistral se transformaron en enormes perros lobos irlandeses, no como los pálidos y esbeltos ejemplares de hoy en día, sino como los gigantescos animales que tanto habían sido temidos por los romanos por ser capaces de romper la espina dorsal de un caballo con su mordisco. Ante el toque de alguien más, uno se convirtió en un perro cubierto por el verde pelaje de los Cu Sith [6] que habían habitado la Corte de la Luz. ¿Qué pensaría su rey, Taranis, de su regreso? Seguro que intentaría adjudicarse el mérito de su regreso, reclamándolo como una prueba de su poder.

En medio del regreso de tantas cosas perdidas y ahora reencontradas, otras cosas mucho más preciadas me fueron devueltas. La voz de Galen gritando mi nombre me hizo darme la vuelta en los brazos de Doyle. Él avanzaba por un campo nevado y una estela de flores crecía por donde él caminaba, haciendo regresar la primavera. Todos los que habían desaparecido en los jardines muertos estaban con él. Nicca apareció con un semiduende alado. Amatheon estaba allí con el tatuaje de un arado de un resplandeciente rojo sangre grabado en su pecho. Vi a Hawthorne, con su pelo oscuro entremezclado con flores vivas. El pelo de Adair ardía a su alrededor como un halo de fuego, tan brillante que oscurecía su cara cuando él se movía. Aisling caminaba rodeado por una nube de pájaros cantores. Iba desnudo, excepto por un trozo de gasa negra que había colocado alrededor de su cara para taparla.

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[6] El Cu Sith es el nombre del legendario perro verde de las hadas que habitaba en las montañas de Escocia. Se dice que el Cu Sith era más grande que un toro, con una cola larga y trenzada, y conducía a las mujeres fértiles a las Cortes de las Hadas para que estas mujeres proporcionaran leche a los bebes hadas. Pero textualmente significa “Perro de Hada”.