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¿Seguro que se equivocó de apellido?

Seguro.

¿Cómo lo sabéis… lo sabes?

Tengo sobre mi mesa un facsímil de la copia manuscrita del pliego de descargos de Teresa. O Theresa, como se escribía entonces. Supongo que ella sabría mejor que don Marcelino cómo se apellidaba… Pero el asunto está claro, en todas las demás fuentes. El único que mete la pata es él, por eso he deducido que habíais conocido la historia de su mano. Bueno, en realidad lo deduje antes, cuando al intentar agregarla a mi lista de contactos, el programa me dijo que la dirección 1638valle1638no existía.

Vaya, qué torpe. Así que me has encontrado por milagro.

No. Tengo bastante tiempo para pensar. Y cierta costumbre de deshacer malentendidos. No podía dejar de averiguarlo.

Theresa… Me gusta más así. Como en mi idioma.

¿Cuál es tu idioma?

Inglés. Soy escocesa.

¿Prefieres que hablemos en inglés?

Pues, tengo más soltura. Llevo tres años viviendo en España y estudié español en la universidad, pero todavía hago errores.

Cometo errores…

Eso, cometo… En fin, ya se sabe que los británicos somos ineptos en el uso de otras lenguas que no son la nuestra. Pero no sé si tú tienes problema por escribir en inglés, ¿sí?

Ningún problema. *Como desees.

Gracias. Muy gentil.

No hay de qué. Me gusta tu lengua. Disfruto practicándola.

¿De dónde eres? Supuse que español…

Español, sí.

¿De qué parte?

De ninguna. Nací en un lugar, claro, y viví en otros, pero eso se ha vuelto irrelevante. Ahora no vivo allí.

¿No estás en España?

No.

¿Puedo preguntar dónde?

Cómo iba a impedírtelo. Pero no suelo dar esa información.

¿Ni siquiera el país?

Uno de Europa.

¿Continental?

Sí. Me perdonarás, pero no podría vivir en tus islas, aunque admito que la parte de la que tú vienes tiene su encanto.

Soy del norte de Escocia. Inverness.

Inverness… La conocí, hace años.

¿ Sí? ¿Y a qué fuiste allí, para ver al monstruo? No.

Hace tiempo que aprendí que los monstruos no están en el fondo de ningún lago.

¿Ah, no? ¿ Y dónde están pues?

Dentro de las personas normales.

Bueno… Eso me recuerda lo que motivó mi invitación. El Cuaderno del Inquisidor…

Ah, sí, esa mierda masoquista.

¿Cómo?

Es lo que es, ¿acaso no lo viste al leerlo? Lo empecé con otro propósito, pero al escribir se me fue torciendo. Un día lo releí y de pronto me pareció estúpido, aburrido y completamente desafortunado. Es lo que pasa cuando te pones a hacer literatura: te distraes con la anécdota y con los personajes y, como te descuides, terminas no diciendo lo que tenías que decir.

¿Y qué era lo que tú querías decir?

Poca cosa, en realidad. O no, o a lo mejor resulta que es importante. Pero acabé llegando a la conclusión de que estaba siguiendo un camino demasiado indirecto para decirlo. Me cansé y decidí abandonarlo. No pensé que nadie fuera a leerlo, y mucho menos que alguien pudiera interesarse por ello. ¿Por qué?

¿Me preguntas?

Sí.

¿Por qué me interesó?

Sí.

Por el tema. Soy historiadora. Lo fui.

Ah, ya, la Inquisición. La fascinación británica por el fanatismo católico hispano… Y por la tortura, dicho sea de paso. Mira que hay sádicos entre vosotros, será por esos colegios siniestros a los que os mandan de pequeños. Perdona mi incorrección…

No me disgusta, la incorrección, ni me empeño en defender a toda costa al país donde nací. Pero bueno, cuando estudié el tema en la universidad mi enfoque era otro.

¿Estudiaste el tema en la universidad?

Sí. Traté de investigar quiénes eran los inquisidores.

Eso ya lo hizo alguien antes…

Lo sé. Julio Caro Baroja, en El señor inquisidor. Por lo que cuentas en tu blog, adiviné que lo habías leído.

Vaya, qué sagaz. ¿Y cómo lo adivinaste?

«Soy más jurista que teólogo…» Es su tesis.

Vale, me has convencido, sabes del tema. Ahora entiendo por qué te interesó mi desvarío. No deja de ser curioso que dieras con él.

¿Qué quieres decir?

Que quizá eras la única a la que podía llamarle la atención. Que cosas, una escocesa. Si es que realmente lo eres…

Lo soy. Yo no miento, nunca. Lo hice, años atrás, y lo pagué caro. Desde entonces sólo digo la verdad. También lo pagas, a veces, y más caro, pero más a gusto.

No puedo estar más de acuerdo. Empiezo a inquietarme.

¿Por qué?

Tiendo a pensar que no es bueno encontrar tantas afinidades con una desconocida.

¿Y eso?

Tengo mis razones para no querer sentirme afín a nadie. Y menos a las desconocidas.

¿Puedo saberlas, tus razones?

No tan pronto. Quizá nunca puedas.

Eso no es muy cortés, Inquisidor.

Tampoco lo es creerse con derecho a ser informada puntualmente de las intimidades ajenas, Theresa.

Touchée. Así que se trata de una intimidad…

Por ahora ya he dicho todo lo que tenía que decir al respecto. Yo tampoco miento. Prefiero omitir información.

Eso quiere decir que te avergüenzas de algo de lo que eres, haces, hiciste o has sido.

Claro, tengo un cerebro. ¿Tú no?

¿Me preguntas si tengo cerebro?

No soy tan descortés. Te pregunto si tú no te avergüenzas de nada de lo que has sido o de lo que has hecho.

De nada. Para todo creí tener motivos, en su día. No estaba obligada a acertar siempre. Ningún humano lo está.

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* Hasta aquí, la conversación en castellano en el original. Desde aquí, todas las conversaciones transcritas están en inglés en el original. (N. del e./t.)