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A una noción muy sencilla. El sexo es destructivo. Mortal.

¿Cómo? ¿He entendido bien?

No sé. Qué has entendido.

Oye, no serás un fanático religioso o algo así…

No. Y también te aclaro que me gusta el sexo y procuro practicarlo.

Entonces me he perdido. Además, lo que nos dice la biología es justo lo contrario: del sexo brota la vida. ¿No?

La transmite a un nuevo transmisor, que es diferente.

¿Qué diferencia hay?

El impulso sexual juega a favor de la vida de otro, y en contra de la vida del que lo experimenta. Al gorila dominante, su afición a montar a las hembras le hará verse, al cabo de los años, con otro bicho con sus genes pero mucho más joven y fuerte, que lo echará de la manada. Y en cuanto a la hembra, es más evidente: la lleva a pasar por el deterioro del embarazo, por los desvelos y sufrimientos que conlleva el cuidado de la cría, tal vez a morir por defenderla de un predador.

Vale. En plano estrictamente zoológico ya lo entiendo. Pero te recuerdo que hablamos de personas, no de gorilas. Y que podemos usar anticonceptivos, etcétera, etcétera.

Está bien… Te recuerdo que también somos primates, y que tenemos un lado animal. Pero si quieres, pasemos a la antropología.

Por favor.

¿Qué es lo que resulta constructivo para un profesor y padre de familia de, pongamos, 50 años? Mantenerse fiel a su esposa y considerarla la mujer más apetecible, aunque haya perdido el atractivo físico, incluso aunque observe, día a día, cómo la pérdida de hormonas femeninas acentúa en ella los rasgos masculinos. ¿Qué hace brotar en él su sexualidad? El deseo de tirarse a esa alumna de pómulos redondos y escote a punto de reventar que se sienta en la primera fila y que lo aturde con el efluvio de sus hormonas femeninas en ebullición.

Eso ha sido un golpe bajo.

No era mi intención. Estoy poniendo un ejemplo gráfico de los efectos del impulso sexual en las personas. No estoy juzgando moralmente al profesor, ni tampoco a la alumna que decide tentarlo o seducirlo, movida, aunque ella no lo sepa, porque su aura de macho alfa, portador de unos genes ídem que podrá derramar en su útero, excita en sentido correlativo y complementario (aunque muy probablemente tampoco sea lo más conveniente para ella) su propio apetito sexual…

¿Es necesario describirlo de forma tan desagradable?

¿No íbamos a ser crudamente sinceros? El sexo es cruel. Inoportuno. Absurdo. Y cuanto más cruel, más inoportuno, y más absurdo, más poderoso. Frente a él, antes o después, hay sólo dos opciones: o domarlo o dejarse arrastrar por él. Y si uno elige lo segundo, debe saber que tal vez esté eligiendo su perdición. Mira lo que le pasó nuestro fray Francisco. ¿Por qué? Porque nada era más absurdo e inoportuno que desear ponerles encima la mano a las monjitas cuyas almas le habían encargado dirigir. Y por eso mismo, nada podía resultarle más brutal e irresistiblemente deseable. Cedió al deseo y se arruinó la vida.

Vale. Pero estamos en el siglo XXI. Y no hablamos de la vida sexual de frailes y monjas, sino de la del resto de la gente. Para la que hoy, afortunadamente, el sexo es algo natural.

¿Y eso lo resuelve todo? Reflexiona un poco. ¿La diferencia es que ahora para la gente el sexo es algo natural? ¿Y cuándo no lo ha sido? De ahí el afán de la Inquisición, en su primera época, por enseñarle a la población que la simple fornicación, *el sexo entre no casados, era para la Iglesia un pecado mortal, de lo que casi nadie era consciente. Al final lo aprendieron, y aprendieron a esconderse, pero siguieron haciendo de todo, que para eso estaba la confesión, para lavarlo. Y aún aquello que no lavaba se siguió practicando con frenesí. En los archivos de la Inquisición se observa la frecuencia con que se procesaba y condenaba por cierto delito de índole sexual. ¿Sabes cuál?

Sí, lo sé. Ya te dije que estudié las estadísticas. La sodomía.

Bingo. Y lo que ves ahí es sólo la punta del iceberg. Muchos la practicaban, como método anticonceptivo. Los que terminaron respondiendo de ello ante la Inquisición fueron los que se pelearon con la mujer o le pusieron los cuernos y tuvieron la mala fortuna de que a ella se le ocurriera esa desproporcionada manera de hacérselo pagar.

Estoy tratando de averiguar qué quieres decirme con todo esto.

Que el sexo, aunque muchos lo trivialicen y se lo tomen como un entretenimiento, puede ser una fuerza devastadora. Y que la liberación sexual no lo ha vuelto más inofensivo. Al contrario.

¿Y en qué te basas para afirmar eso?

Antes, con todo, la moral oficial lograba imponer ciertas restricciones al flujo del impulso sexual, lo que mal que bien limitaba su potencial destructivo. Ahora cualquiera puede entrar en Internet y encontrarse de todo, gratis y en cantidades ilimitadas. Si el sexo es como una droga, y sus efectos en el cerebro sugieren que lo es, ahora los yonquis disponen de un hipermercado con los estantes rebosantes de heroína. Y se ponen morados. Hasta que enloquecen, y cruzan todos los límites. Para muestra, las redes de pederastas. ¿Quién, que no haya perdido por completo sus facultades mentales y morales, puede disfrutar mirando fotos donde se abusa de bebés? Pero ya ves. En cada redada caen más. Y cada vez se trata de ciudadanos más normales.

Ajá. Y ante ese panorama, ¿qué hay que hacer, según tú? ¿Promoverla abstinencia? ¿Prohibir la pornografía?

Líbreme Dios de pensar que debe prohibirse a un adulto que haga lo que quiera sin perjudicar ni ejercer violencia sobre nadie. Y espero que nadie se sienta nunca autorizado a prohibírmelo a mí.

¿Entonces?

La pregunta era, si no recuerdo mal, por qué rehuí el sexo contigo.

Pues sí. Gracias por volver a la cuestión.

Me gusta el buen vino. No quiero que se deje de vender y tampoco pienso dejar de beberlo. Pero sé que el alcohol puede ser peligroso y que en ciertas circunstancias más vale evitarlo. Por ejemplo, si vas a conducir un coche, o a cerrar un trato. Y entonces, me reprimo.

Me he perdido otra vez.

Me gusta el sexo. Me fastidiaría si me lo prohibieran o lo restringieran y no pienso abstenerme de él. Pero sé que puede ser peligroso y que en ciertas circunstancias más vale evitarlo. Y entonces, me reprimo.

¿Y qué te lleva a reprimirlo conmigo?

Hemos compartido otras cosas. Que el sexo podría estropear.

No me lo creo. ¿No habrá otra razón?

Bueno. Tal vez haya otra.

Creo que merezco saberla. ¿No te parece?

Tal vez prefiera el sexo con mujeres con las que no sienta la afinidad de pensamiento que siento contigo.

¿Y eso por qué?

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* En castellano en el original. (N. del e./t.)