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Casa número ocho: Hombre de edad muerto fuera de la casa, le falta una pierna. Dos perros decapitados. Mujer muerta en la escalera, indescriptible lo destrozado que está su cuerpo.

Casa número nueve: Cuatro personas muertas en la sala de estar de la planta baja. Medio desnudas, con tazas de café, la radio puesta, programa Pl. Tres mujeres de edad, un hombre también mayor. Todos con la cabeza entre las rodillas.

Casa número diez: Dos personas de edad muy avanzada, un hombre y una mujer, muertos en sus camas. Imposible saber si fueron o no conscientes de lo que les sucedió.

Ya al final de la lista no tuvo fuerzas para pedirle a su memoria que registrase los detalles. Lo que acababa de ver era, de todos modos, inolvidable, como echar un vistazo al mismísimo infierno.

Numeró las casas en que habían ido hallando los cadáveres, pero en el pueblo no estaban en ese orden. Cuando, a lo largo de su macabro reconocimiento, llegaron a la casa número cinco, encontraron señales de vida. Desde el jardín se oía una música que atravesaba tanto ventanas como paredes. Ytterström dijo que le parecía Jimmy Hendrix. Vivi Sundberg sabía quién era; en cambio Erik Huddén no tenía la más remota idea de quién hablaban. Su favorito era Björn Skifs.

Antes de entrar llamaron a otros dos policías que estaban acordonando la zona. El perímetro era tan grande que tuvieron que llamar a Hudiksvall para pedir más rollos de cinta. Fueron acercándose a la puerta con las armas preparadas. Erik Huddén la aporreó y un hombre medio desnudo de largos cabellos apareció en el umbral. Al ver tantas pistolas apuntándole retrocedió aterrado. Vivi Sundberg bajó la suya al ver que estaba desarmado.

– ¿Estás solo en casa? *

– Está mi mujer -respondió el hombre con voz trémula.

– ¿Nadie más?

– No. ¿Ha ocurrido algo?

Vivi Sundberg se guardó el arma y les hizo una seña a los demás para que la imitaran.

– Vamos a entrar -le dijo al hombre medio desnudo, que no dejaba de tiritar del frío que le llegaba de la calle-. ¿Cómo te llamas?

– Tom.

– ¿Qué más?

– Hansson.

– Bien, pues vamos a entrar, Tom Hansson, así dejarás de pasar frío.

En el interior de la casa la música estaba muy alta. A Vivi Sundberg le dio la impresión de que había altavoces ocultos en todas las habitaciones. Siguió al hombre a través de una sala de estar en total desorden, donde vio a una mujer en camisón, acurrucada en el sofá. El hombre bajó la música y se puso un par de pantalones que había en una silla. Tom Hansson y la mujer del sofá parecían algo mayores que Vivi Sundberg, rondarían los sesenta.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó la mujer asustada.

Vivi Sundberg se percató enseguida de su acento tan típico de Estocolmo. Probablemente se habrían mudado hasta allí en aquella época en que los jóvenes de la capital se trasladaban a vivir en el campo con el propósito de llevar una vida sencilla. Vivi decidió ir al grano. El tremendo descubrimiento que acababan de hacer ella y sus colegas la inducía a pensar que aquello era muy urgente. No había razón alguna para no suponer que la persona o personas que habían llevado a cabo aquella macabra matanza bien podían estar a punto de cometer otra similar.

– Parte de vuestros vecinos están muertos -reveló Vivi Sundberg-. Esta noche han sucedido en el pueblo cosas terribles. Es importante que respondáis a nuestras preguntas. ¿Cómo te llamas tú?

– Ninni -contestó la mujer del sofá-. ¿Herman y Hilda están muertos?

– ¿Dónde viven?

– En la casa de la izquierda.

Vivi Sundberg asintió.

– Sí, por desgracia, están muertos. Han sido asesinados, pero no sólo ellos. Parece que muchos de los habitantes de este pueblo han muerto asesinados.

– Si se trata de una broma, no tiene ninguna gracia -observó Tom Hansson.

Vivi Sundberg perdió el control por un instante.

– No puedo perder tiempo, necesito que respondáis a algunas preguntas. Comprendo que os parezca incomprensible lo que digo, pero, aun así, es cierto. Es horrible y cierto. ¿Cómo habéis pasado la noche? ¿Habéis oído algo?

El hombre se había sentado en el sofá, junto a la mujer.

– No, estábamos durmiendo.

– ¿Y no oísteis nada?

Ambos negaron con un gesto.

– ¿Ni siquiera os habéis dado cuenta de que el pueblo estaba lleno de policías?

– Cuando ponemos la música muy alta, no oímos nada.

– ¿Cuándo fue la última vez que visteis a vuestros vecinos?

– Si te refieres a Herman y Hilda, los vimos ayer -intervino Ninni-. Solemos vernos cuando salimos a pasear a los perros.

– ¿Vosotros tenéis perro?

Tom Hansson asintió y señaló la puerta de la cocina.

– Es bastante viejo y muy perezoso. Ni siquiera se levanta cuando viene visita.

– ¿No ladró anoche?

– Nunca lo hace.

– ¿A qué hora visteis a los vecinos?

– Ayer, sobre las tres de la tarde, pero sólo a Hilda.

– ¿Todo estaba como de costumbre?

– Le dolía la espalda. Herman estaría en la cocina, haciendo crucigramas. A él no lo vi.

– ¿Y qué me dices de los demás habitantes del pueblo?

– Todo era normal. En este pueblo no hay más que ancianos y suelen quedarse en casa cuando hace frío. En primavera y en verano nos vemos más.

– ¿No hay niños en el pueblo?

– Ninguno.

Vivi Sundberg guardó silencio, pensaba en el niño asesinado.

– ¿Es verdad lo que dices? -preguntó la mujer.

Vivi percibió miedo en su voz.

– Sí -respondió-. Lo que os he contado es verdad. Es posible que todos los habitantes del pueblo estén muertos, a excepción de vosotros.

Erik Huddén se hallaba junto a la ventana.

– No, quizá no -dijo muy despacio.

– ¿Qué quieres decir?

– Que no todos están muertos. Ahí fuera hay alguien.

Vivi Sundberg se apresuró a acercarse a la ventana. Y entonces vio lo que había captado la atención de Erik Huddén.

Había una mujer en la carretera. Era vieja, vestía un albornoz y llevaba unas botas negras de goma. Tenía las manos entrelazadas, como si estuviese rezando.

Vivi Sundberg contuvo la respiración. La mujer no se movía.

3

Tom Hansson se acercó a la ventana y se colocó al lado de Vivi Sundberg.

– Ah, es Julia -explicó-. A veces nos la encontramos fuera sin abrigo. Hilda y Herman suelen echarle un ojo cuando no está aquí la asistente.

– ¿Dónde vive? -quiso saber Vivi.

Tom señaló la penúltima casa del pueblo.

– Llevamos aquí casi veinte años -prosiguió-. La idea era que viniesen más. Al final, nosotros fuimos los únicos. Cuando llegamos, Julia estaba casada. Su marido se llamaba Rune y era conductor de vehículos y maquinaria para el trabajo en el bosque. Un día se le reventó una arteria. Murió en la cabina del vehículo. A partir de entonces, Julia empezó a comportarse de forma extraña. Una persona indignada con la injusticia pero que no lo demostraba, llevaba los puños cerrados, pero metidos en los bolsillos, no sé si me explico. Y luego se volvió senil. Somos de la opinión de que debe poder morir aquí. Tiene dos hijos que vienen a verla una vez al año. Sólo piensan en heredar y no se preocupan mucho de ella, la verdad.

Vivi Sundberg salió con Erik Huddén. La mujer seguía inmóvil en la carretera. Cuando Vivi se detuvo ante ella alzó la vista, pero no dijo nada. Y tampoco protestó cuando Erik Huddén ayudó a Vivi a conducirla de vuelta a su casa. Estaba limpia y ordenada y, en las paredes, había fotografías del marido muerto y de los dos hijos que no se preocupaban de ella.

Por primera vez desde que llegó a Hesjövallen, Vivi Sundberg sacó un bloc de notas. Entretanto, Erik Huddén leía un documento oficial que había sobre la mesa de la cocina.

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* El tuteo entre desconocidos es habitual en Suecia. Mantenemos este rasgo en la traducción aunque pueda resultar inusual al lector de lengua española. (N. del E.)