Frost se sentó en el asiento enfrente de Doyle. Galen se movió para sentarse, pero Doyle le dijo…
– Coge el segundo SUV [5]. Rhys tomará el primero. Tenemos demasiados guardias que sólo conocen el mundo feérico. Sé sus ojos y oídos modernos, Galen.
Rhys le dio un golpecito en la espalda.
– Vamos.
Galen me dirigió una mirada infeliz, pero hizo lo que le dijeron.
Fue Frost quién dijo…
– Necesitamos a Aisling aquí.
– Y a Usna -indicó Doyle.
Frost asintió como si eso tuviera sentido. Para mí no lo tenía, todavía. Pero yo no tenía la experiencia de siglos de batallas para abrirme paso a través de la sensación de shock y desorientación que parecía rodearme como una bruma.
La puerta se cerró, y disponíamos de unos minutos mientras Rhys y Galen iban a por los hombres que Doyle y Frost habían nombrado.
– ¿Por qué ellos? -pregunté.
– Aisling fue desterrado de la Corte de la Luz, porque su sithen, su Colina de las Hadas le reconoció a él como el rey en esta nueva tierra y no a Taranis -dijo Doyle. Su voz parecía normal, sin ningún indicio de tirantez. Sólo su brazo atado fuertemente en cabestrillo a su pecho y la venda que atravesaba su cara mostraba lo que su voz debería de haber revelado.
– Entonces él tiene que saber que Hugh está intentando traicionar su reino -dije.
– No -comentó Abe desde mi regazo. -Ahora ya no es el reino de Aisling.
– Pero el sithen acostumbraba a elegir a su gobernante -expliqué.
– Sí -dijo Abe-. Igual que la piedra Lia Fail [6] elegía antaño a los reyes de Irlanda. Pero el sithen puede ser voluble. Le gustó Aisling hace más de doscientos años. Ahora no es el mismo hombre que fue desterrado. El tiempo le ha cambiado. La colina Luminosa podría no quererle ahora. -La voz de Abe sonó cansada, apagándose su tono.
Puse mi mano contra su mejilla. Un pequeño roce que le hizo sonreír.
– La madre de Usna es todavía una de las favoritas en la Corte de la Luz -dijo Frost-, y todavía se habla con su hijo.
– Entonces Usna podría saber si Hugh formó parte en el complot para deshacerse de Taranis -expresé.
Frost y Doyle asintieron.
– Sí.
Miré sus caras, tan distantes y frías. Me recordó a como eran cuando vinieron a mí por primera vez. ¿Por qué estaban así ahora? Yo era de la realeza, por lo que no debería de mostrar debilidad preguntando. Pero también estaba enamorada de ellos, y tan sólo estaba Abe para atestiguarlo, por lo que pregunté…
– ¿Por qué os mostráis tan distantes?
Ellos se miraron, y hasta con las vendas ocultando el rostro de Doyle no me gustó aquella mirada. No prometía nada que yo quisiera.
– No estás embarazada, Meredith -comentó Doyle, cuya voz todavía sonaba controlada-. Comienzas a dejar claro que nos has elegido. Pero si no estás embarazada entonces no somos tus reyes. Debes mirar a los otros hombres más abiertamente.
– Tú quedas mal herido y quieres que todos caigan como locos sobre mí -dije.
Doyle intentó girar la cabeza y mirarme directamente, pero por lo visto le dolía demasiado, así que tuvo que girar todo su cuerpo a la vez.
– No es una locura. Es de sentido común. No deberías llevar tu corazón donde no puede ir tu cuerpo.
Sacudí la cabeza.
– No tomes decisiones por mí, Doyle. Ya no soy una cría. Elijo quién viene a mi cama.
– Nos tememos -dijo Frost, y no se le veía muy feliz diciéndolo-, que el cariño que sientes por nosotros se lo está poniendo más difícil a los otros hombres.
– Duermo con ellos. En vista de que sólo hemos regresado hace pocas semanas, creo que les he prestado bastante atención.
Frost la dirigió una pequeña sonrisa.
– El sexo no es todo lo que un hombre ansía, incluso después de mil años de abstinencia.
– Sé eso -le contesté, -pero no tengo tantos corazones para dar.
– Y ése -dijo Doyle -, es el problema. Frost me ha dicho cómo te comportaste cuando fui herido. No puedes tener favoritos, Meredith, todavía no. -Una mirada de dolor cruzó su cara, pero pensé que no tenía nada que ver con sus heridas. -Sabes que siento lo mismo, pero debes de quedar embarazada, Meredith. Debes, o no habrá ningún trono, ni llegarás a ser reina.
Abe habló, su mano descansaba en mi pierna al lado de su cabeza.
– Hugh no dijo que Merry tuviera que concebir para ser la reina de los Luminosos. Sólo le ofreció el trono.
Traté de recordar exactamente lo que Sir Hugh había dicho.
– Abe tiene razón -dije.
– Quizás la magia les interesa más que los bebés -comentó Frost.
– Quizás -concedió Doyle -, o quizás Hugh se trae algo entre manos.
La puerta de la limusina se abrió, y todos saltamos, incluso Doyle y Abe. Abe se permitió un pequeño sonido de dolor. Doyle guardó silencio, sólo su rostro mostró su dolor durante un momento. Para cuando Usna y Aisling subieron al coche, había recuperado su habitual expresión estoica.
Los dos recién llegados se sentaron. Usna al lado de Frost, y Aisling junto a Doyle, que dijo…
– Decidles que se pongan en marcha.
Frost presionó el botón del intercomunicador.
– Llévanos a casa, Fred.
Fred había sido el chofer de Maeve Reed durante treinta años. Ya tenía el pelo canoso y era más viejo, mientras que ella permanecía hermosa e inmaculada durante años. Él nos preguntó:
– ¿Desea que los coches permanezcan juntos, o prefiere que intente perder a la prensa?
Frost miró a Doyle. Doyle me miró a mí. Yo había tenido más experiencia que cualquiera de ellos en ser perseguida por la prensa. Presioné el botón intercomunicador que estaba encima de mí, aunque tuve que estirarme para hacerlo.
– Fred, no los despiste. Hoy nos perseguirán como locos. Sólo llévenos a casa de una pieza.
– Así se hará, Princesa.
– Gracias, Fred.
Fred había estado tratando con la “realeza” de Hollywood durante décadas. No parecía impresionado por tratar con alguien de la realeza auténtica. Pero creo que cuando uno ha sido el chofer de la Diosa Dorada de Hollywood, ¿qué era ser una simple princesa?
CAPÍTULO 10
USNA RELAJÓ SU ALTO Y MUSCULOSO CUERPO CONTRA EL asiento como si disfrutáramos de un viaje de placer. La empuñadura de una espada sobresalía de entre su largo y suelto pelo, que caía a su alrededor en un desorden de color rojo, negro, y blanco. Los colores del pelo estaban distribuidos a manchas, no en mechas como el de Abe. Los ojos de Usna, aunque grandes y brillantes, eran de la más pálida sombra de gris, unos ojos de los cuales cualquiera de mis otros guardias podría alardear. Pero aquellos brillantes ojos grises miraban fijamente a través de una cortina de pelo.
Había reaccionado de tres formas diferentes a su primera experiencia en la gran ciudad: una, llevaba más armas encima de las que había llevado alguna vez en la tierra de las hadas; dos, parecía esconderse detrás de su pelo. Siempre escudriñaba fijamente a través de él, como un gato que se esconde tras la hierba hasta que saltaba sobre un ratón incauto. Tres, se había unido a Rhys en la sala de pesas y había añadido algo más de músculo a su cuerpo esbelto. La analogía del gato venía del hecho de que él estaba manchado como un gato calicó o tricolor, y de que su madre había sido convertida en gata cuando estaba embarazada de Usna. Ella había quedado embarazada del marido de otra sidhe luminosa, y la esposa desdeñada había decidido que su exterior debería hacer juego con su interior.
Usna había crecido, había vengado a su madre, y había deshecho el hechizo, y su madre vivía feliz desde entonces en la Corte de la Luz. Usna había sido desterrado por algunas de las cosas que él había hecho para vengarla. Él pensaba que había sido un intercambio justo.