– Su camisa se chamuscó, pero su piel parecía intacta -dije.
– ¿Y cómo viste a Hugh -preguntó Aisling-, si Galen te había sacado fuera a lugar seguro?
– Ella volvió -dijo Frost, y su voz no sonó feliz.
– Yo no podía abandonaros a la traición de los Luminosos -dije.
– Ordené que Galen te llevara a lugar seguro -dijo Frost.
– Y yo le ordené que no lo hiciera.
Frost me fulminó con la mirada, y yo le fulminé a él en respuesta.
– Tú no podías dejar a Doyle herido, tal vez moribundo -dijo Usna suavemente.
– Tal vez, sí; sin embargo, si debo gobernar alguna vez, si realmente debo gobernar una corte feérica, debo ser capaz de conducirles a la batalla. No somos como los humanos que esconden a sus líderes en la retaguardia. Los sidhe lideran desde el frente.
– Eres mortal, Merry -dijo Doyle-. Eso cambia algunas reglas.
– Si soy demasiado mortal para gobernar, que así sea, pero debo gobernar, Doyle.
– Hablando de gobernar -dijo Abe- dicen que Hugh dijo algo sobre hacer a nuestra princesa reina de la Corte de la Luz.
– No puede ser cierto -dijo Usna. Él nos contemplaba a Abe y a mí.
– Juro que es cierto -dijo Abe.
– ¿Ha perdido Hugh la cabeza? -Preguntó Aisling-. Sin ánimo de ofender, Princesa, pero los luminosos no permitirán que una noble de la corte oscura que es en parte brownie, y en parte humana se siente en el trono de oro. No a menos que la corte haya cambiado mucho en los doscientos años de mi exilio.
– ¿Tú qué dices, Usna? -Preguntó Doyle-, ¿estás tan impresionado como Aisling?
– Dime primero si Hugh dio algún motivo para cambiar de opinión.
– Él habló de cisnes con cadenas de oro, y de que el mágico perro verde está en la Corte Luminosa una vez más -dijo Frost.
– Mi madre me dijo que el Cu Sith había impedido que el rey golpeara a una criada -dijo Usna.
– ¿Y tú no le contaste esto a nadie? -preguntó Abe.
Usna se encogió de hombros.
– No me pareció tan importante.
– Por lo visto, unos cuantos de los nobles han tomado la desaprobación del perro como un signo contra Taranis -dijo Doyle.
– Y además se ha vuelto loco, chiflado como una jodida liebre de marzo [7] -dijo Abe.
– Bueno, eso es lo que hay -dijo Doyle.
Aisling me miró.
– ¿Realmente te ofrecieron el trono de la Corte de la Luz?
– Hugh dijo algo sobre una votación entre los nobles, y que si el resultado de la misma fuera en contra de Taranis, que es lo que él confiaba que iba a suceder, entonces intentaría que me votaran a mí como heredera forzosa.
– ¿Y tú qué le dijiste? -preguntó Aisling.
– Le dije que tendríamos que hablar con nuestra reina antes de que yo pudiera contestar a su generosa oferta.
– ¿Cómo se lo tomará Andais, estará contenta, o se enfurecerá? -preguntó Usna.
Pienso que ésta era una pregunta retórica, pero le dije…
– No lo sé.
Doyle dijo…
– No lo sé.
Frost dijo…
– Ojalá lo supiera.
Teníamos la posibilidad de quedar atrapados entre un gobernante de las hadas que estaba loco y una gobernante de las hadas que era simplemente cruel. Y yo me había dado cuenta hacía ya años que la diferencia entre locura y crueldad no le importa mucho a una víctima.
CAPÍTULO 11
DOYLE Y FROST PREGUNTARON A USNA SI SU MADRE LE había contado algún nuevo cotilleo sobre la Corte Luminosa. Había bastantes. Por lo visto y desde hacía ya algún tiempo, Taranis actuaba de forma totalmente imprevisible. Cuando por fin llegábamos a las puertas de la mansión de Maeve Reed, Aisling preguntó:
– ¿Por qué me has llamado para participar en esta conversación? Taranis prohibió a todo el mundo bajo pena de tortura que me hablaran sobre la Corte Luminosa, por lo que no tengo nada nuevo que contar.
– El sithen luminoso te reconoció como su rey cuando llegamos a América -dijo Doyle -, y fuiste desterrado por eso.
– Soy consciente de lo que me costó mi lugar en la corte -admitió Aisling.
– En ese caso a la princesa le está siendo ofrecido tu legítimo trono -dijo Doyle.
Los ojos de Aisling se abrieron sorprendidos. Incluso a través del velo se percibió su asombro. Obviamente él no había sumado dos y dos, y ni se le había ocurrido la idea.
La puerta de la limusina se abrió, y Fred sostuvo la puerta. Nos quedamos sentados mientras esperábamos a que Aisling digiriera nuestro comentario.
– Cierre la puerta un momento, Fred -dije.
La puerta se cerró.
– Sólo porque el sithen me reconociera hace más de doscientos años, no significa que actualmente todavía sea su opción para ser rey -aclaró Aisling. -Y no es a mí a quien la nobleza ha hecho esa oferta.
– Quería que tú lo escucharas primero, Aisling -dijo Doyle-. No quería que pensaras que habíamos olvidado lo que el mundo feérico te había ofrecido una vez.
Aisling miró a Doyle durante un largo momento.
– Es lo más noble que has podido hacer, Doyle.
– Pareces sorprendido -le dije.
Él me miró.
– Doyle ha sido la Oscuridad de la reina durante mucho tiempo, Princesa. Estoy comenzando a comprender que algunos de sus buenos sentimientos pudieron quedar sepultados bajo el dominio de la reina.
– Esa es la manera más cortés que alguna vez he oído para decir que nosotros creíamos que eras un bastardo sin corazón, Doyle -dijo Abe.
Pequeñas arrugas se formaron a los lados de los ojos de Aisling. Creo que estaba sonriendo.
– No lo quería de decir de esa forma.
Doyle le sonrió.
– Creo que muchos de nosotros nos encontraremos con que bajo el cuidado de la princesa, somos mucho más nosotros mismos que desde hace mucho tiempo.
Todos me miraron, y el peso de esas miradas me avergonzó. Luché contra ese sentimiento y me senté erguida, intentando ser la princesa que ellos pensaban que era. Pero había momentos, como ahora, en que me sentía como si posiblemente no fuera lo que ellos necesitaban. Nadie podía satisfacer tantas necesidades.
Inhalé una brisa floral y primaveral. Una voz, que no era una voz y al mismo tiempo era más que eso, pulsó a través de mi cuerpo, canturreó a lo largo de mi piel y susurró. “-Seremos suficiente”.
Sabía que era una vieja idea aquella que decía que con el Consorte, o la Diosa a tu lado no podías perder. Pero había momentos en los que yo no estaba tan segura, de que ganar significara lo mismo para mí que para la Diosa.
CAPÍTULO 12
Nos juntamos TODOS en la puerta de la mansión como una marabunta de cuerpos. Perros, sabuesos-duende, nos saludaron con aullidos, ladridos, y con ruidos que sonaron como si estuvieran intentando hablar con nosotros. Teniendo en cuenta su origen sobrenatural yo no lo habría puesto en duda.
Había tantos perros, tratando de saludar a tantos amos diferentes en la puerta que no podíamos avanzar. Cuando los perros querían, actuaban como si nos hubiéramos ido días en vez de sólo unas horas. Mis perros se parecían más a unos galgos, pero no del todo. Había diferencias en la cabeza, las orejas, y el lomo, pero tenían su misma gracia muscular. Eran de color blanco, del más puro, un blanco tan brillante como mi propia piel, pero con marcas rojas, también igual como mi propio pelo. Minnie, diminutivo de Miniver, era blanca excepto por la mitad de su cara y una mancha grande de color rojo en su lomo. Su cara era asombrosa: roja por un lado, blanca en el otro, como si alguien se hubiera esmerado en dibujar una línea a lo largo de su cara. Mungo, mi pequeño, era un poco más alto, un poco más pesado, e incluso más blanco, con sólo una oreja roja para darle un toque de color.
7 Estar "