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Algunos de los sabuesos más grandes se parecían a los antiguos perros lobos irlandeses, antes de que se fueran mezclando con otras razas menos robustas. Había sólo algún sabueso entre los galgos, pero sobresalían por encima de todos los demás como montañas que se elevan encima de una llanura. Unos tenían el pelaje áspero, otros liso, pero en todos, su color era una variación de rojo y blanco. Luego estaban los terriers que se agolpaban alrededor de nuestros tobillos. Ellos, también, eran sobre todo blancos y rojos, excepto unos pocos que eran negros y marrones. Los negros y marrones, devueltos a la vida por la magia salvaje, eran la raza de la que la mayoría de los terriers modernos descendían.

Casi todos los terriers eran de Rhys, pero parecía lógico ya que él había sido el Dios de la Muerte. Nuestra gente ve la tierra de los muertos como un lugar subterráneo, la mayoría de las veces, por lo que era lógico que él poseyera los pequeños terriers [8]. No parecía hacer mucho caso a ninguno de los elegantes perros, o a los enormes perros de guerra. Se arrodilló entre la masa de perros que gruñían y ladraban, todos mucho más pequeños, y que brillaban por la alegría que les mostrábamos. Siempre habíamos sido un pueblo que honrábamos a nuestros animales. Los habíamos echado tanto de menos.

Había aún otra excepción en el color de los perros. Los sabuesos de Doyle. Estos no eran tan altos como los perros lobos, pero si más musculosos, más carne magra sobre hueso. Eran de la raza de perros que habían llegado con nosotros, los perros negros, los que los Cristianos habían apodado como Sabuesos del Infierno. Pero no tenían nada que ver con el diablo. Sólo eran unos perros negros, del mismo color negro que el vacío del cual ninguna vida procede. Antes de que hubiera luz, debió de haber oscuridad.

Doyle intentó andar sin ayuda, pero tropezó. Frost sujetó a su amigo por los brazos. Extrañamente, no había ningún perro para saludar a Frost. Él y algunos otros habían tocado a los perros negros, pero estos no se habían transformado en ninguna otra raza de perro para ellos.

Ninguno de nosotros sabía por qué, pero yo sabía que esto molestaba a Frost. Él temía, pensaba yo, que fuera un signo bastante claro de que él no era lo suficiente sidhe. En tiempos remotos él había sido la escarcha, Jack Frost, y ahora era mi Asesino Frost, pero siempre se sentía inseguro porque no había nacido sidhe, sino que fue creado.

Por encima de un mar de pequeños perros, se cernían unos seres alados y mágicos, los semi-duendes. Ser duendes sin alas entre ellos era una señal de gran vergüenza. Todos los que me habían seguido en el exilio no tenían alas, hasta que yo se las devolví con la nueva magia feérica. Penny y Royal, gemelos de cabello oscuro y brillantes alas me saludaron con la mano.

Les devolví el saludo. Ser saludada de esta manera por una nube de semi-duendes y nuestros perros era un honor que nunca pensé que tendría.

Me ofrecí para ayudar a Frost con Doyle, pero Doyle rehusó. Él no me miraba siquiera. Su supuesta debilidad le había herido profundamente. Uno de los perros negros más grandes me empujó, soltando un suave gruñido. Mungo y Minnie se alzaron, protestando y estirando sus cuellos. No era un forcejeo que deseara ver, así que me eché para atrás, llamándoles con mis manos.

Mis perros eran capaces de protegerme si llegara el caso, pero contra los perros negros parecían frágiles. Acaricié sus cabezas. Mungo la apoyó contra mi pierna, y fue un peso consolador. Nada me apetecía más que echar una siesta con mis perros al lado de la cama, o ante la puerta. No a todos mis hombres les gustaba tener un auditorio peludo, y a veces a mí tampoco. No obstante, teníamos una tarea que hacer antes de que pudiéramos descansar.

Teníamos que llamar a mi tía Andais, Reina del Aire y la Oscuridad, tan pronto como entráramos. Yo habría acostado a Doyle y Abe inmediatamente, pero Doyle había indicado que si alguien antes que nosotros le contaba a la reina que me habían ofrecido el trono de su rival, podría verlo como traición. Podría verlo como si me hubiera pasado al otro bando. Andais no se tomaba muy bien el rechazo, ningún tipo de rechazo.

Ya estaba bastante enojada conmigo porque la mayoría de sus más devotos guardias la habían dejado por mí. No es que la hubieran dejado por mí, sino que ellos me eligieron más bien como una posibilidad de tener sexo después de tantos siglos de forzado celibato. Por esto, la mayoría de los hombres se habrían ido con cualquier mujer. También ayudaba que yo no fuera una sádica sexual y mi Tía Andais sí, pero eso, también, era un hecho que mejor no airear.

Doyle había insistido en estar presente cuando se hiciera la llamada. Él quería que ella viera lo que Taranis le había hecho. Creo que Doyle pensaba que esa ayuda visual podría ayudar a controlar sus habituales ataques de cólera. Ella era más estable que Taranis, pero había momentos en los que mi tía no parecía completamente cuerda. ¿Le gustarían estas noticias inesperadas o las odiaría? La verdad, no tenía ni idea.

Doyle se sentó en el borde de mi cama. Yo me senté a su lado. Rhys a mi otro lado. Buscando un punto de humor, él dijo…

– Me prometiste sexo, pero te conozco, te distraerás a menos que me siente a tu lado. -Éste era un chiste mordaz que teníamos Rhys y yo. Pero Doyle había accedido a sentarse con nosotros demasiado rápidamente. Lo que me dejó saber que el daño de mi Oscuridad era peor de lo que él dejaba ver.

Frost se colocó en la esquina de la cama. Es más fácil sacar un arma cuando uno estaba de pie.

Galen se puso a su lado. Había insistido en ser incluido en la llamada, y nada ni nadie podrían disuadirle. Al final había sido más fácil dejarle hacer. El argumento de Galen de que al menos necesitábamos otro guardia sano tenía algún mérito. Pero pienso que tanto él, como yo, no estábamos muy seguros de cómo se tomaría Andais las noticias de la Corte Luminosa. Él tenía miedo por mí, y yo tenía miedo por todos nosotros.

Abe estaba en el lado más lejano de la cama. No había querido ser incluido, pero no había discutido la orden de Doyle. Creo que Abe tenía verdadero terror a Andais. ¡¡Igual que yo, no te digo!!

Rhys se movió hacia el espejo. Su mano estaba cerca del cristal, pero sin llegar a tocarlo.

– ¿Preparados? -nos preguntó.

Yo asentí. Doyle dijo…

– Sí.

– No -contestó Abe-, pero mi voto no cuenta, al parecer.

Frost sólo indicó…

– Hazlo.

Galen miraba el espejo con ojos un poquito demasiado brillantes. No era magia, eran los nervios.

Rhys tocó el espejo, utilizando tan poca magia que ni la sentí. El espejo permaneció nublado durante un momento, luego apareció el dormitorio negro de la reina. Pero ella no estaba allí. Su enorme colcha negra de piel estaba vacío salvo por una pálida figura.

Él yacía sobre su estómago entre las pieles negras y las sábanas. Su piel no sólo era blanca, o como la luz de la luna igual que la mía, sino tan pálida que tenía una calidad translúcida. Era como si la piel se pudiera formar del cristal. Salvo que este cristal estaba cuarteado con largas cuchilladas carmesíes en los brazos y piernas. Ella había dejado su espalda y nalgas intactas, lo que probablemente significaba que los cortes eran para persuadir y no torturar. A Andais le gustaba ir a por el centro del cuerpo cuando quería causar dolor sólo por el placer de causarlo.

La sangre brillaba tenuemente bajo las luces, y ese brillo tenía la calidad de una joya que nunca había visto en la sangre con anterioridad. Todo el cabello del hombre se extendía a un lado de su cuerpo, combinando con la luz y creando pequeños prismas de colores. Él estaba tan silencioso, que por un momento pensé que las heridas eran más horribles de lo que podíamos ver. Entonces vi cómo subía y bajaba su pecho. Estaba vivo. Herido, pero vivo.

Susurré su nombre…

– Crystall.

Él se dio la vuelta, despacio, obviamente dolorido. Apoyó su mejilla contra la piel que tenía debajo, y nos contempló con unos ojos que me parecieron vacíos, como si ya no hubiera ninguna esperanza. Lastimó mi corazón ver esa mirada en sus ojos.

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[8] Estos eran perros de pequeño tamaño y pelo duro que se utilizaban para cazar ratas, conejos y en general pequeñas alimañas. Estos perros no eran ejemplares homogéneos y prácticamente diferían de una granja a otra.