Выбрать главу

Abrí los ojos.

– No es el que sean trasgos lo que lo hace un deber.

Él sonrió, deslizando su mano por mi pelo.

– Lo sé. Es por ser quiénes son, lo que son, y que además no te sientes en tu mejor momento.

– Ellos me asustan, Kitto.

Su expresión era seria.

– Yo también les temo.

– ¿Alguna vez te trataron mal?

– A ellos no les gusta mucho la carne masculina. Los he atendido una o dos veces cuando venían a la cama de mi dueña.

Kitto había sobrevivido en la cultura más violenta del mundo feérico, haciendo lo que algunas personas tienen que hacer en la prisión para sobrevivir. Eligen a alguien poderoso, o son elegidos, y se convierten en su propiedad. Era mirado con desprecio, pero extrañamente se honraba como una profesión. Por una parte, los trasgos como Kitto eran víctimas del humor cruel; por otra parte, eran muy valorados por sus dueños. El amo no era un término sexista en la nomenclatura trasgo. Podía ser macho o hembra. Era simplemente el término que recibían por poseer a un esclavo.

– ¿Atenderlos? -Le pregunté.

– Creo que en el ambiente de la pornografía yo sería lo que se acostumbra a llamar un fluffer [10]. Ellos lo hacen todo juntos, como hermanos. Ayudaba a mantener a uno listo mientras el otro terminaba.

Él lo dijo como si fuera la cosa más normal en el mundo. No había ninguna condena, ni cólera, nada. Así era en su mundo. El único mundo que él conocía hasta que su rey me lo entregó. Trataba siempre de dar opciones a Kitto en su nueva vida, pero debía tener cuidado, porque demasiadas opciones hacían que se preocupara. Su mundo entero había cambiado, literalmente. Nunca había visto la electricidad o una televisión. Ahora vivía en la mansión de una de las actrices más famosas de Hollywood, aunque nunca hubiera visto una sola de sus películas. Estaba mucho más impresionado de que ella hubiera sido anteriormente la diosa Conchenn, secreto que Hollywood no conocía.

– Estaré contigo esta noche, Merry. Te ayudaré.

– No puedo pedirte…

Él puso sus dedos contra mis labios.

– No tienes que pedirlo. Ninguno de tus otros hombres conoce la cultura trasgo como lo hago yo. No digo que podría protegerte de ellos, pero puedo impedir que caigas en sus trampas habituales.

Besé sus dedos y separé su mano de mi boca para poder poner otro beso contra la palma de su mano. Quería decir… “no puedo permitírtelo, porque ellos abusaron de ti”, pero él no lo veía de esa forma. Parecía incorrecto decirle que era un abuso cuando él no pensaba que lo era. Era su cultura, no la mía. ¿Quién era yo para lanzar piedras después de lo que había visto hoy en la cama de Andais? Pobre Crystall.

Se oyó un suave golpe en la puerta. Suspiré, y me acurruqué más contra las almohadas. No quería vérmelas con otra crisis hoy. Tenía ya una muy agradable prevista para más tarde esta noche, cuando los gemelos trasgo llegaran.

Kitto se inclinó y susurró contra mi pelo…

– Eres la princesa. Puedes decirles que se vayan.

– No puedo decirles que se vayan hasta que sepa lo que quieren. -Grité-, ¿Quién es?

– Rhys.

Kitto y yo cambiamos una mirada. Él abrió mucho los ojos, su versión de encogerse de hombros. Tenía razón. Tenía que ser algo importante para que Rhys estuviera dispuesto a verme en la cama con un trasgo, cualquier trasgo. Y eso que Kitto le gustaba, o al menos se había sentado una tarde entera con él para mostrarle un maratón de cine negro. Y junto con Galen se lo había llevado a comprarle ropa moderna. Pero Rhys siempre se iba si eso significaba tener algo con Kitto.

Lo que fuera que traía a Rhys a este cuarto debía ser importante. E importante el día de hoy significaba malo. Mierda. Dije en voz alta…

– Pasa.

Kitto comenzó a alejarse de mí como si fuera a marcharse, pero agarré su brazo y lo mantuve apoyado en su codo encima de mí.

– Éste es tu cuarto. Tú no te marchas.

Kitto pareció dudar pero se quedó donde yo lo quería. Él estaba bien de esa forma. Seguía órdenes maravillosamente, que era más de lo que podía decir de la mayor parte de los otros hombres.

Rhys entró, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él. Estudié su cara, parecía bastante pacífico.

– Doyle es un hombre muy obstinado, incluso para un sidhe.

– ¿Y ahora te has dado cuenta? -Pregunté.

Rhys sonrió abiertamente.

– Vale. De hecho, ya lo sabía.

– ¿Todavía no permitirá que Merry se siente a su lado? -preguntó Kitto. Parecía perfectamente cómodo a mi lado ahora, como si nunca hubiera pensado en irse.

Rhys entró más en el cuarto mientras hablaba.

– Él dijo… “debo protegerla yo a ella, no ella a mí”. Luego dijo que necesitas descansar esta noche, no sentarte y preocuparte por él.

– Yo lo habría abrazado mientras ambos dormíamos -dije.

– Él pierde, nosotros ganamos -dijo Rhys, sonriendo abiertamente otra vez. Se quitó la chaqueta.

– ¿Nosotros ganamos? -repitió Kitto, con un tono de sorpresa en su voz.

Rhys hizo una pausa, con la chaqueta en una mano. La pistolera que llevaba al hombro parecía austera contra el azul pálido de su camisa. Pese a que la funda del hombro parecía que era sólo para llevar pistolas, eso no era del todo cierto. Todos los hombres que habían estado conmigo durante unos meses se las hacían hacer por encargo, sospecho que a alguno de los artesanos del cuero dentro del sithen. Ningún humano podría hacerlas tan rápido y tan perfectas. Había fundas con intrincados diseños trabajados en el cuero, y con casi tantas formas ingeniosas de llevar armas como era posible y todavía poderse poner una chaqueta moderna sobre ellas.

Rhys estaba parado allí, con un arma bajo el brazo y un cuchillo bajo el otro. Una segunda pistola en su cintura. Había también una espada corta atada con correa a través de su espalda de modo que el puño sobresalía un poco por detrás de su espalda por un costado. Él podría agarrarla igual que se coge una pistola que se lleva a la espalda.

– Te toqué en la oficina del abogado, y no sentí todas las armas -dije-. Llevas un hechizo que afecta a la visión y al tacto.

– Si no las has notado, entonces es que es tan bueno como prometía -contestó Rhys.

– ¿Por qué vi las espadas en las espaldas de Frost y Doyle?

– El encantamiento sólo funciona si no se rompe la línea de la ropa que cubre la pistolera. Ellos siguen insistiendo en llevar espadas enormes que se ven por los bordes de las chaquetas, por eso ves las espadas. Lo que también provoca que con mayor frecuencia la gente note las pistolas y las otras armas. Una vez que llamas la atención hacia lo que contiene una ilusión, ésta comienza a romperse. Tú sabes eso.

– Pero no me di cuenta de que eran las fundas de cuero las que estaban encantadas.

Él se encogió de hombros.

– Eso debe haber costado un dineral.

– Eran regalos -dijo él.

Le observé con los ojos bien abiertos.

– No, este tipo de trabajos mágicos.

– Te volviste bastante popular entre las hadas menores cuando diste tu pequeño discurso en el vestíbulo, acerca de cómo la mayor parte de tus amigos estaban debajo de la escalera cuando eras una niña, no entre los sidhe.

– Es cierto -dije.

– Sí, pero eso también ayudó a ganártelos. Eso y que seas brownie en parte.

– ¿Un hada menor hizo el trabajo en cuero? -Pregunté.

Él asintió con la cabeza.

– Mientras que los sidhe han perdido la mayor parte de su magia, las hadas menores han conservado más de lo que sabíamos. Creo que tenían miedo de advertir a los sidhe de que ellas no se habían marchitado tanto como las hadas mayores.

– Muy sabio por su parte -dije.

Rhys estaba al pie de la cama ahora.

– No es que no me guste mi nueva y elegante funda de cuero, pero ¿estás dilatando esto para poder pensar en un modo cortés de despedirme, o hay una pregunta que no quieres hacer?

вернуться

[10] Especialidad técnica poco conocida por el público, pero esencial para el rodaje de una película porno. Una "fluffer" es una mujer (a menudo una actriz que no interviene en la escena), que provoca una erección al actor que participa en ella mediante una habilidosa felación.