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– Eso no tiene nada que ver, ¿no crees?

Ella se encogió de hombros:

– A los dos se les ha quedado atrás la época dorada. Ambos casos se aprovechan más de los recuerdos que de lo que ves u oyes.

Tenía su lógica. Tal vez era un poco aterradora, pero lógica al fin y al cabo.

– ¿Y qué pasa contigo?

– ¿Conmigo? ¿De qué?

– ¿No querían también un regreso de la Pequeña Pocahontas?

– Pues, sí.

– ¿Has tenido la tentación?

– ¿De qué? ¿De volver al cuadrilátero?

– Sí.

– Por supuesto -afirmó Esperanza-. He estado moviendo mi espléndido culo trabajando a jornada completa mientras me sacaba la licenciatura de Derecho sólo para poder volver a enfundarme un bikini de piel y agarrar a ninfas maduritas delante de una pandilla de camioneros babosos. -Hizo una pausa-. De todos modos, eso sigue estando por encima del trabajo de representante deportivo.

– Ja, ja. -Myron se acercó a la mesa de Big Cyndi, donde había un sobre con su nombre garabateado en un color naranja fluorescente.

– ¿Lo ha puesto con ceras de colores? -preguntó Myron.

– No, con sombra de ojos.

– Ya.

– Bueno, ¿piensas decirme lo que te pasa?

– Nada -dijo Myron.

– Tonterías -exclamó ella-. Tienes la misma cara que cuando te enteraste de que los Wham se habían separado.

– No me lo recuerdes -bromeó Myron-. A veces, de noche, todavía sufro pesadillas.

Esperanza escrutó su rostro unos segundos más:

– ¿Tiene algo que ver con tu ligue de la universidad?

– Algo, sí.

– Dios mío.

– ¿Qué?

– No sé cómo decírtelo sin ser brusca, Myron. Con las mujeres eres mucho más que tonto. Las pruebas A y B son Jessica y Emily.

– A Emily ni siquiera la conoces.

– Pero me has contado lo suficiente -dijo-. Pensaba que no querías hablar con ella.

– Y no quería, pero me encontró en casa de mis padres.

– ¿Se presentó allí, por la cara?

– Sí.

– ¿Y qué quería?

Myron movió la cabeza. Todavía no se sentía preparado para hablar de ello.

– ¿Hay algún mensaje?

– No tantos como nos gustaría.

– ¿Está arriba Win?

– Creo que ya se ha ido a casa -dijo, recogiendo su abrigo-. Y creo que voy a hacer lo mismo.

– Buenas noches.

– Si sabes algo de Lamar…

– Te llamo.

Esperanza se puso el abrigo y se dobló el cuello negro brillante hacia fuera. Myron se metió en su despacho e hizo unas cuantas llamadas, casi todas con la intención de reclutar a gente. Las cosas no marchaban bien.

Hacía unos cuantos meses, la muerte de un amigo sumió a Myron en una especie de espiral depresiva que le provocó -empleando un término psiquiátrico avanzado- una ida de olla. Nada drástico, sin ataque de nervios ni necesidad de ingresarlo en una institución, pero se marchó a una isla desierta del Caribe con Terese Collins, una bella presentadora de televisión a la que prácticamente no conocía. No le dijo a nadie -ni a Win, ni a Esperanza, ni siquiera a su madre ni a su padre- adónde iba ni cuándo pensaba volver.

Como dijo Win, cuando se le iba la olla, se le iba con elegancia.

Cuando Myron se vio obligado a regresar, sus clientes se habían dispersado con nocturnidad, como si fueran trabajadores extranjeros ilegales durante una inspección de la policía de inmigración. Ahora Myron y Esperanza habían vuelto e intentaban resucitar la comatosa, tal vez moribunda, agencia MB SportsReps. No era tarea fácil. La competición en este negocio estaba formada por doce leones hambrientos, y Myron era un cristiano aquejado de una grave cojera.

La oficina de MB SportsRep estaba muy bien situada, en la esquina de Park Avenue y la calle 46, en el edificio Lock-Horne, propiedad de la familia de Win, compañero de piso de Myron durante la universidad y en la actualidad. El edificio tenía una situación estupenda en pleno centro y ofrecía unas vistas magníficas del skyline de Manhattan. Myron se deleitó con la imagen unos momentos y luego miró hacia abajo, a los trajes con corbata que se apresuraban por la calle. Aquella visión como de hormigas obreras siempre lo deprimía y le hacía venir a la cabeza el estribillo de «Is That All There Is?». [4] Ahora se volvió hacia su «Pared de los clientes», en la que colgaba las fotos en acción de todos los atletas representados por la agencia, que ahora tenía un aspecto tan pobre y escaso como un trasplante de pelo mal hecho. Quería preocuparse, pero por muy injusta que resultara su actitud de cara a Esperanza, no tenía el corazón realmente puesto en la tarea. Quería volver, amar MB y recuperar aquellas ganas de antes, pero por mucho que intentara avivar la antigua llama, no lograba recuperarla.

Al cabo de más o menos una hora llamó Emily.

– Mañana el médico de Jeremy, Singh, no tiene horario de consulta -le dijo Emily-, pero hace sus rondas por la mañana.

– ¿Dónde?

– El hospital maternoinfantil. En el Columbia Presbyterian de la calle 167. Está en la décima planta, ala sur.

– ¿A qué hora?

– Empieza la ronda a las ocho.

– De acuerdo.

Un breve silencio.

– ¿Estás bien, Myron?

– Quiero verle.

Ella tardó unos segundos en reaccionar:

– Como ya te he dicho, no puedo impedírtelo, pero piénsatelo, ¿vale?

– Sólo quiero verle -aclaró Myron-. No le diré nada. De momento, al menos.

– ¿Podemos hablarlo mañana? -le pidió Emily.

– Sí, claro.

Ella vaciló de nuevo.

– ¿Tienes Internet, Myron?

– Sí.

– Tenemos una URL privada.

– ¿Cómo?

– Una página web. Hago fotos con la cámara digital y las cuelgo en ella. Para mis padres. El año pasado se marcharon a vivir a Miami y cada semana la consultan, así ven fotos nuevas de sus nietos. Lo digo por si quieres ver qué aspecto tiene Jeremy…

– ¿Qué dirección es?

Ella se la dijo y Myron la tecleó. Se detuvo un momento antes de apretar la tecla de Intro. Las imágenes fueron apareciendo lentamente. Mientras, golpeaba rítmicamente la mesa con los dedos. Arriba de la pantalla había un banner que decía «Hola, Nana y Papito». Myron pensó en sus padres y alejó la idea de su cabeza.

Había cuatro fotos de Jeremy y Sara. Myron tragó saliva. Puso el cursor encima de la imagen de Jeremy y clicó para acercar la imagen, ampliando la cara del chico. Trató de respirar con normalidad. Miró la cara del chico un buen rato, sin experimentar, en realidad, ninguna sensación. Al final se le emborronó la visión, su cara reflejada en la pantalla encima de la del chico, mezclando las dos imágenes, creando un eco visual de algo que no sabía qué era.

5

Myron oyó gritos de éxtasis a través de la puerta.

Win -nombre reaclass="underline" Windsor Home Lockwood III- dejaba que Myron se alojara temporalmente en su piso en el Dakota, en la esquina de la calle 72 y Central Park West. El Dakota era un viejo edificio histórico de Nueva York cuya rica y lujosa historia había quedado totalmente eclipsada al convertirse en escenario de la muerte de John Lennon veinte y pico de años atrás. Entrar en él significaba cruzar el lugar en el que Lennon había muerto desangrado, una sensación no muy distinta a pisotear una tumba. Myron empezaba a acostumbrarse.

Desde fuera, el Dakota era bello y oscuro y parecía una casa encantada hinchada de anabolizantes. La mayoría de los pisos, incluido el de Win, tenían más metros cuadrados que un principado europeo. El año pasado, después de toda una vida viviendo en la casita de papá y mamá en los suburbios, Myron se había finalmente marchado del sótano para mudarse a un loft del SoHo con su amada, Jessica. Fue un gran paso, la primera señal de que, después de más de una década, Jessica estaba lista para -¡horror!- el compromiso. De modo que los dos amantes se cogieron de las manos y se lanzaron a vivir juntos. Y como tantos otros lanzamientos en la vida, ése acabó salpicándolos desagradablemente.

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[4] Canción de Peggy Lee, «¿Es eso lo único que hay?». (N. de la T.)