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– Tal vez se equivoca usted con su tesis. Tal vez detrás del nombre de Voltaire sólo se esconde un simple juego de palabras.

– Sí, lo sé, algunos simplones ven en el nombre de Voltaire un anagrama de AROVET L(e) J(eune), es decir, Arouet el Joven. Pero esta burda interpretación es indigna de un Voltaire. Un hombre que se cuenta entre las inteligencias más grandes de la historia mundial no se oculta detrás de un inocente juego de palabras. Voltaire, si bien creía en Dios como origen del orden moral, estaba en desacuerdo con los misterios cristianos, sobre todo con la Iglesia católica. El ser humano, afirmaba, no necesita una salvación divina y puso de vuelta y media los textos bíblicos. Esto es muy raro en un hombre de su tiempo, pero resulta comprensible partiendo de la base que conocía un secreto universal. ¡Kessler, estoy seguro de que estaba bien informado cuando adoptó este extraño nombre de Voltaire!

– Con permiso -objetó Kessler-, si le entiendo bien, ¿entonces Voltaire está relacionado con este relieve del arco de Tito?

Losinski tomó la fotografía de la mano del cofrade y se la puso, provocador, ante la cara:

– ¿Qué ve usted en esta foto, Kessler?

– Legionarios romanos con su botín.

– ¿Y de qué botín se trata?

– Veo una jofaina, tal vez de oro, un cordero, una rama de árbol, un alce, un estandarte, un yugo de bueyes, un pato y una espiga. ¿Qué hay de raro en ello?

– En el botín propiamente… nada, casi nada. Pero existe una pista, que debe levantar sospechas a un observador atento.

– ¡El alce!

– Exacto. En el país en que los legionarios de Tito cogieron el botín hay los más diversos animales salvajes, pero ningún alce. Esta paradoja fue elegida, pues, intencionadamente por el autor del relieve para dar una pista de que detrás de la representación se esconde un mensaje secreto.

– Pero el emperador Tito debió de haber aprobado el proyecto y haber dicho a su escultor: «No me acuerdo de haber visto un alce en nuestro botín de guerra».

– Esto habría hecho sin duda, hermano, pero Tito no vio nunca el arco de triunfo que lleva su nombre. Fue construido después de su muerte por su hermano y sucesor Domiciano, y el joven tenía tales problemas, que las particularidades del monumento le eran tan indiferentes como las palabras de los filósofos romanos. Y los propios romanos eran un pueblo necio. Sólo conocían su capital y todo lo que había más allá de sus fronteras lo consideraban exótico. Ni siquiera les habría llamado la atención si se hubieran trasladado pingüinos en este botín.

5

Losinski y Kessler entretanto habían llegado al extremo opuesto del Foro, pasando por delante de la curia y del arco de Septimio Severo, detrás del cual la Via Consolazione circunda el Capitolio. Kessler debió reprocharse después haber elegido precisamente este camino para su conversación, aunque en realidad fue idea de Losinski.

Desde la calle penetraba el ruido del tráfico, que molestaba las explicaciones de Losinski, pero excluía la posibilidad de oyentes indeseados. Así el polaco reanudó la charla y dijo:

– En el séquito del emperador Tito debieron haberse encontrado personas que se habían confrontado en el este con el nuevo movimiento cuyos activistas se llamaban cristianos. Para los romanos, estos christiani no eran sino seguidores de una de las numerosas sectas procedentes de Oriente; pero en torno al hombre que la había popularizado trepaban tantos mitos y leyendas, que la gente afluía en tropel a la secta. El hombre afirmaba seriamente ser hijo de un dios desconocido y dio pruebas haciendo cosas de las que ni siquiera los magos se atrevían a jactarse: con su brujería sacó de cinco panes y dos peces comida para cinco mil hombres, sin contar a las mujeres ni a los niños; convirtió el agua en vino y resucitó a los muertos. Cuando los romanos lo condenaron por blasfemo, fue muerto por los judíos [6], y luego sucedió algo que desconcertó completamente a las gentes de aquella época. Los seguidores de este hombre afirmaron haber visto con sus propios ojos que su maestro había resucitado de entre los muertos.

– Alto, hermano -objetó Kessler-, habla usted como un hereje. Lo que hace no está bien.

La objeción enfureció a Losinski, que arrugó la frente y replicó:

– Quizá debería escucharme hasta el final, hermano, luego podrá opinar libremente.

Ahora estaban a corta distancia uno frente a otro, casi como adversarios dispuestos a medir sus fuerzas, Losinski de cara al Foro, Kessler con la vista al Capitolio. Losinski miraba fríamente y seguro de vencer, Kessler crítico, pero inseguro por el talante científico del coadjutor. En esta actitud comenzó de nuevo:

– Sobre todo por el celo misionero de un constructor de tiendas de campaña llamado Pablo, que nunca conoció a su maestro, el movimiento adquirió fuerte concurrencia, de modo que paulatinamente se convirtió en una amenaza para los dioses oficiales de Roma. En todo el imperio se formaron comunidades con seguidores de esta secta; no sólo en Palestina, en Asia Menor y Grecia, incluso en Roma, el domicilio de los dioses, tenían los cristianos sus adeptos. Sí, estas gentes poseían un celo misionero como ninguna otra religión había manifestado. Y puesto que se aislaban de todo lo que no fuera su religión y practicaban ritos extraños en sus reuniones secretas, pronto fueron objeto de murmuración en todo el imperio romano. Su fanatismo era tan exagerado, que defendían su opinión preconcebida incluso frente a personas que habían conocido directamente al hombre milagrero de Nazaret. Y cuando vino una de estas personas y afirmó que lo de Jesús era muy diferente, yo lo sé mejor que nadie, entonces amenazaron con lapidar a este hombre, que sólo huyendo pudo salvarse de la muerte. Huyó a Egipto y escribió todo lo que había vivido.

– Dios mío -balbuceó Kessler y miró la fotografía. Cada vez más cosas adquirían sentido de repente. No era tan ingenuo para creer que Losinski se lo había inventado. Si había conocido a una persona seria, ésta era el coadjutor de Polonia. Este hombre examinaba cada asunto dos veces antes de darlo por válido. Kessler sospechaba que en el momento siguiente se sacaría un as de la manga, que a él, Kessler, lo dejaría mudo. Guardó silencio, pero su cabeza estaba a punto de estallar por la tensión.

Con una sonrisa de satisfacción en la comisura de los labios, característica de los sádicos, gozaba Losinski del momento antes de añadir finalmente:

– Lo que este hombre explicó, lo escucharon otros maravillados; pero siempre que intentaban proclamarlo públicamente, eran acallados por los cristianos, que los expulsaban, los mataban o los intimidaban con amenazas. Por ello formaron un movimiento secreto contra los cristianos, en el que participaron hombres significativos. Reconocieron que nada, ni la mentira ni la verdad, podía impedir la afluencia de gente a una secta que a causa de los recientes acontecimientos de la época se hallaba viento en popa. En consecuencia, codificaron de distinta manera lo que sabían para las futuras generaciones. El artista que hizo los relieves del arco de Tito, o bien era él mismo un activista de este contramovimiento, o bien fue sobornado para elegir precisamente esta representación sin conocer su significado. Cuando Pío VII descubrió la secuencia de palabras en el relieve, debió de sobresaltarse grandemente; pues en el archivo secreto del Vaticano se guarda un cofrecillo sellado por el Papa respectivo del que se dice que cada sucesor en la cátedra de Pedro sólo puede abrirlo una vez y después debe cerrarlo y sellarlo de nuevo. Al parecer, los Papas que abrieron este cofrecillo se derrumbaron sin sentido como alcanzados por un rayo o desde ese momento su carácter cambió de modo extraño…

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[6] Este error figura en el original En realidad Jesús fue condenado por el tribunal religioso judío y ejecutado por el brazo militar romano. (N del T)