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En esa chica todo parecía palpitante. Cómo se viste Charlotte Bradsburry, cómo vive Charlotte Bradsburry, se levanta todas las mañanas a las seis, va a correr al parque, se ducha con agua helada, come tres avellanas y un plátano con una taza de té, y se va a trabajar andando. Lee los periódicos del mundo entero, recibe a diseñadores, a autores, a creadores, decide el sumario, escribe su editorial, se come una manzana y un anacardo a mediodía y, por la noche, cuando sale, no se queda más de media hora en una fiesta y vuelve a acostarse a las diez de la noche. Porque a Charlotte Bradsburry le gusta leer, escuchar música y soñar en la cama. Es muy importante soñar en la cama, aseguraba Charlotte Bradsburry, así es como me vienen las ideas. Bullshit!, fulminó Hortense Cortès royendo la corteza del sándwich. Tú no tienes ideas, Charlotte Bradsburry, ¡tú te cebas con las de los demás!

América estaba a los pies de Charlotte Bradsburry, Vanity Fair, el New Yorker, Harper's Bazaar la reclamaban, pero Charlotte Bradsburry permanecía deliciosamente inglesa. «¿Dónde iba a vivir si no?, ¡ los demás países eran salvajes!». Había un vídeo que la mostraba de frente, de perfil, en tres cuartos, vestida de largo, vestida de cóctel, en vaqueros, corriendo en pantalón corto… Hortense estuvo a punto de atragantarse al descubrir una rúbrica: la última conquista de Charlotte Bradsburry. Una fotografía mostraba a Charlotte y a Gary, en una exposición de los últimos dibujos de Francis Bacon. Él, sonriente, elegante, con chaqueta de rayas verdes y azules; ella menuda, colgada de su brazo, enarbolando una amplia sonrisa detrás de sus gafas negras. La leyenda decía: «Charlotte Bradsburry sonríe». Hubiese vendido mi alma por ir, maldijo Hortense. Estuve a punto de que me aplastaran en la entrada. ¡Imposible conseguir una tarjeta de invitación! ¡Y se quedaron diez minutos, prometiendo volver para una visita privada!

¡No había ni una sola foto en la que Charlotte Bradsburry apareciera fea! Buscó «régimen de Charlotte Bradsburry» y no encontró ninguna mención a michelines o a celulitis. Ninguna foto robada descubriendo alguna tara física. Tecleó «opiniones negativas sobre Charlotte Bradsburry» y sólo encontró tres pobres notas de ineptas celosas, que afirmaban que Charlotte Bradsburry se había operado la nariz, o se había hecho una liposucción en las mejillas. Triste botín, suspiró Hortense, no voy a llegar muy lejos con esos argumentos ridículos.

Tecleó «Hortense Cortès». Cero resultados.

La vida era demasiado dura para las debutantes. Gary había puesto el listón muy alto, Charlotte Bradsburry se revelaba tenaz.

Recuperó un último trocito de queso del plato y lo masticó un buen rato. Después se dio cuenta y se insultó: pero ¿qué idea es esta de devorar un sándwich en plena noche? ¡Cientos de calorías que se amalgamarían en tejidos adiposos sobre su trasero y sus caderas durante el sueño! Charlotte Bradsburry iba a transformarla en un cardo.

Corrió al baño, puso dos dedos en la garganta y vomitó su sándwich. Odiaba hacer eso, no lo hacía nunca, pero era un caso de extrema urgencia. Si quería enfrentarse a su rival Googeleada hasta la saciedad, debería eliminar el menor gramo de grasa. Tiró de la cadena y vio girar en la superficie los filamentos de queso. Tendría que frotar la taza si no quería que Li May la echara del apartamento, señalando con el dedo una mancha amarillenta sobre el esmalte blanco.

Vivo con una chinita maniática en un pequeño apartamento sin ascensor, rodeada de muebles de plástico mientras que…

Se prohibió ir más allá. Pensamientos negativos. Muy malos para la mente. Pensar en positivo: Charlotte Bradsburry es vieja, se marchitará. Charlotte Bradsburry es un icono, no se acuesta uno con un póster. Charlotte Bradsburry tiene sangre vieja y azul en las venas, desarrollará una enfermedad hereditaria. Charlotte Bradsburry tiene un apellido estúpido que suena a marca de chocolate malo. A Gary sólo le gusta el chocolate negro, con un 71% de cacao mínimo. Charlotte Bradsburry es vulgar: tiene 132.457 entradas en la red. Pronto surgirá una nueva estrella, y Charlotte Bradsburry caerá en el olvido.

Y además ¿quién era esa Charlotte Bradsburry?

Se tumbó en el suelo e hizo una serie de abdominales. Contó hasta cien. Se levantó y se secó la frente. ¿Cómo ha podido enamorarse de una Google Girl, él, tan independiente, tan solitario, tan desdeñoso ante la pompa y el alboroto de la moda? ¿Qué le está pasando? Está cambiando. Está buscándose. Todavía es joven, suspiró mientras se lavaba los dientes, olvidando que tenía un año más que ella.

Volvió a acostarse, furiosa y triste.

¡Es tan extraño estar triste! ¿He estado triste alguna vez? Por mucho que busque, no recuerdo haber experimentado ese sentimiento, esa mezcla tibia, ligeramente empalagosa, de abandono, de impotencia, de melancolía. Ni furor ni tormenta. Tristeza, tristeza, ¡hasta el sonido de la palabra es feo! Un charco de agua tibia. Además, no sirve para nada. Sólo para la autocomplacencia. Como mi madre. ¡No quiero parecerme a mi madre!

Apagó la lamparita de noche con pantalla rosa barata, que había cubierto con un fular rojo tulipán para iluminar su habitación, y se obligó a pensar en la buena marcha de su desfile. Tenía que ser un éxito: eligen a 70 entre 1000. Tengo que formar parte del lote. No perder de vista la meta. I'm the best, I'm the best, I'm a fashion queen. [19] En quince días estaré, yo, Hortense Cortès, sobre el podio con mis «creaciones», porque esa chica, Charlotte Bradsburry, no crea, se alimenta de la nada. Volvió a abrir los ojos, encantada. ¡Pero si es verdad! Un día ya no se hablará de ella, ¡y ese día seré yo la que tenga 132.457 entradas en Google, y más aún!

Se estremeció de alegría, subió la sábana hasta el mentón, saboreando su revancha. Después lanzó un pequeño grito: ¡Charlotte Bradsburry! ¡Estará allí, el día del desfile! En primera fila, con su ropa perfecta, sus piernas perfectas, su expresión perfecta, su mueca de desengaño, sus grandes gafas negras. El desfile de Saint Martins era el acontecimiento del año.

Y él la acompañará. Estará sentado a su lado en primera fila.

La pesadilla volvía a empezar.

Otra pesadilla…

* * *

Joséphine meditaba en el Eurostar que la llevaba a Londres. Se había fugado, había dejado en París a su hermana y a su madre. Zoé se había ido a estudiar para los exámenes a casa de una amiga, «quiero sacar una matrícula; con Emma trabajo». La idea de quedarse con Iris en la gran casa la había empujado hasta una agencia del ferrocarril para comprar un billete hasta Londres. Había dejado a Du Guesclin con Iphigénie y se había hecho la bolsa, pretextando un coloquio en Lyon sobre el hábitat señorial en las campiñas medievales, presidido por una especialista del siglo XII, Elisabeth Sirot.

– Acaba de publicar un libro formidable, Casas nobles y fortificadas, en Picard. Una auténtica obra de referencia.

– ¡Ah! -había murmurado Iris.

– ¿Quieres saber de qué trata?

Iris había sofocado un pequeño bostezo.

– Es realmente original, ¿sabes?, porque antes sólo interesaban los castillos, y ella ha descrito la vida cotidiana partiendo de las casas ordinarias. Durante mucho tiempo no se les ha dado importancia, y ahora nos damos cuenta de su potencial arqueológico. Han conservado estructuras de época, sistemas de acometida de agua, letrinas, chimeneas. Resulta sorprendente porque, en una casa aparentemente vulgar, cuando levantan los falsos techos o tantean las paredes, encuentran todos los elementos medievales, la decoración, las molduras y la pintura de los techos, todo lo que formaba parte de la vida en la Edad Media. La casa se convierte en una especie de muñeca rusa que encierra las diferentes épocas y, en el centro, aparece el núcleo medieval, ¡es genial!

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[19] «Soy la mejor, soy la mejor, soy una reina de la moda».