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Se echó hacia atrás, incómoda, y repitió:

– Soy su madre, vengo de París para verla y me gustaría darle una sorpresa.

– No debería tardar, su clase termina a la una y cuarto… -respondió la mujer consultando un registro.

– Entonces voy a esperarla…

Fue a sentarse sobre una silla de plástico beige y se sintió beige. Tenía miedo. Quizás no había sido buena idea querer sorprender a Hortense. La mirada de la mujer le había traído antiguos recuerdos, miradas desaprobadoras de Hortense sobre su vestimenta cuando iba a buscarla al colegio, la ligera distancia que mantenía entre ella y su madre cuando iban por la calle, los suspiros exasperados de su hija si Joséphine se entretenía con un comerciante: «¿Cuándo dejarás de ser amable con TODO el mundo? ¡Es desesperante esa forma de ser! ¡Se diría que esa gente son amigos nuestros!».

Estaba a punto de marcharse cuando Hortense apareció en el hall. Sola. El pelo liso, peinado hacia atrás sujeto con una cinta negra. Pálida. El ceño fruncido. Buscando manifiestamente respuesta a un problema que se planteaba. Ignorando a un chico que corría detrás de ella, tendiéndole una hoja que había dejado caer.

– Querida… -susurró Joséphine interponiéndose en el camino de su hija.

– ¡Mamá! ¡Qué contenta estoy de verte!

Parecía contenta, en efecto, y Joséphine se sintió llena de alegría. Se ofreció a llevar la pila de libros que Hortense rodeaba con sus brazos.

– ¡No! ¡Deja! ¡Ya no soy un bebé!

– ¡Se te ha caído esto! -gritó el chico tendiéndole una fotocopia.

– Gracias, Geoffrey.

Esperaba que Hortense le presentara. Ésta dejó pasar unos segundos y después se resignó:

– Mamá, te presento a Geoffrey Está en mi clase…

– Encantada, Geoffrey…

– Encantado, señora… Hortense y yo somos…

– Otro día, Geoffrey, otro día. No podemos quedarnos toda la vida, ¡las clases empiezan dentro de una hora!

Le dio la espalda y se llevó a su madre.

– Parece encantador -dijo Joséphine, girando completamente la cabeza para decir adiós al chico.

– ¡Un auténtico plasta! ¡Sin ninguna creatividad! Lo soporto porque tiene un piso grande y me gustaría que me alquilase una habitación no muy cara, el año próximo, pero primero tengo que domarle, no quiero que se haga falsas ilusiones…

Fueron hasta un coffee-shop cercano a la escuela, y Joséphine se acodó sobre la mesa para observar mejor a su hija. Tenía ojeras y el rostro cansado y marchito, pero su pelo seguía teniendo su hermoso color de anuncio de champú.

– ¿Va todo bien, querida?

– ¡Mejor sería insoportable! ¿Y tú? ¿Qué haces en Londres?

– He venido a ver a mi editor inglés… Y a darte una sorpresa. ¿No estás un poco cansada?

– ¡No paro! El desfile tendrá lugar este fin de semana, y me falta mucho para estar lista. Trabajo día y noche.

– ¿Quieres que me quede y que asista al desfile?

– Preferiría que no. Me pondría demasiado nerviosa.

Joséphine sintió una punzada en el corazón. Y un pensamiento negativo. Soy su madre, le pago los estudios y no tengo derecho a estar allí ¡Menuda cara! Le asustó la violencia de su reacción, e hizo una pregunta cualquiera para disimular su turbación.

– ¿Y para qué sirve ese desfile?

– ¡Sirve para ganar el derecho a pertenecer, por fin, a esta prestigiosa escuela! Acuérdate, el primer año es eliminatorio. Escogen a muy poca gente, ¿sabes?, y quiero formar parte de los pocos elegidos…

Se le había endurecido la mirada que penetraba el aire como si quisiera disolverlo. Había escondido los pulgares en la palma de las manos y apretaba los puños. Joséphine la contempló con estupor: ¡tanta determinación, tanta energía! ¡Y sólo tenía dieciocho años! La fuerza irresistible del apego por su hija, de su amor por ella, borró su resentimiento.

– Lo conseguirás -dijo Joséphine, arropándola con una mirada de admiración, que apagó inmediatamente por miedo a crispar a Hortense.

– En todo caso, haré todo lo posible.

– ¿Y ves a Shirley y a Gary de vez en cuando?

– No veo a nadie. Trabajo día y noche. No tengo un minuto para mí…

– ¿Y podríamos ir a cenar una noche, a pesar de todo?

– Si quieres… pero no demasiado tarde. Tengo que dormir, estoy agotada. No has elegido el mejor momento para venir.

Hortense parecía distraída. Joséphine intentó captar su atención contándole noticias de Zoé, relatando la muerte de la señorita de Bassonnière, la llegada de Du Guesclin a casa. Hortense la escuchaba, pero su mirada traicionaba una ausencia educada, que indicaba claramente que estaba pensando en otra cosa.

– Estoy contenta de verte -suspiró Joséphine poniendo la mano sobre la de su hija.

– Yo también, mamá. De verdad. Es sólo que estoy agotada y obsesionada con ese desfile… ¡Es aterrador tener que jugarte la vida en pocos minutos! Todo Londres estará allí, ¡no quiero parecer una paleta!

Se separaron prometiendo que cenarían juntas al día siguiente. Hortense había quedado con un iluminador para su desfile, esa misma tarde, y debía hacer algunos retoques en dos modelos.

– Podríamos quedar en la Osteria Basilico, está justo detrás de tu hotel en Portobello. ¿A las siete? No quiero acostarme tarde.

Tú no vales la pena, oyó Joséphine recuperándose inmediatamente. Pero ¿qué me pasa? ¿Ahora me rebelo contra todo el mundo? ¡Ya no voy a soportar a nadie!

– Perfecto -dijo atrapando al vuelo el beso de su hija-. ¡Hasta mañana!

Volvió al hotel andando y mirando los escaparates. Pensó en un regalo para Hortense. De pequeña era tan seria que a veces teníamos la impresión, su padre y yo, de ser unos chiquillos a su lado. Dudó ante un jersey, tiene tan buen gusto que no me gustaría equivocarme, me gustaría tanto que triunfara…, su padre estaría orgulloso de ella. ¿Qué hacía en Lyon? ¿Se había ido antes o después del asesinado de la señorita de Bassonnière? No había tenido noticias de la capitán Gallois, el caso no avanzaba. Podría cenar con Shirley, sí, pero tendría que hablar, y tenía ganas de calma, de silencio, de soledad, nunca estoy sola, aprovechar, aprovechar, observar la calle, la gente, vaciar la cabeza. Vio a una chica que limpiaba los zapatos de los transeúntes, tenía las manos delicadas y perfil de una niña, una pancarta a sus pies indicaba: 3 £ 50 los zapatos, 5 £ las botas, reía frotándose la punta de la nariz con su único dedo limpio. Debe de ser una estudiante que trabaja para pagarse la habitación, es tan caro alojarse en esta ciudad…, Hortense parece arreglárselas bien, vive en un buen barrio, ¿y Philippe?

Subió por Regent Street, las aceras estaban llenas de gente, de hombres-sándwich que llevaban pancartas publicitarias, de turistas que gritaban y hacían fotos. Por encima de los edificios vio decenas de grúas. La ciudad era una auténtica obra que se preparaba para los Juegos Olímpicos. Andamios metálicos, vallas, hormigoneras y obreros con casco cubrían las calles. Giró a la izquierda por Oxford Street, mañana iré al British Museum y a la National Gallery, mañana llamaré a Shirley…

Aprovechar, aprovechar, escuchar los ruidos nuevos en mi cabeza. Ruidos de indignación, de cólera. ¿Por qué Hortense me rechaza? ¿Está nerviosa de verdad, o se avergüenza de mí? «Todo Londres estará allí…».

Sacudió la cabeza y entró en una librería.

Cenó sola, con un libro. Los Cuentos de Saki, en edición Penguin. Adoraba la escritura de Saki, su tono sarcástico y seco. «Reginald closed his eyes with the elaborate weariness of one who has rather nice eyelashes and thinks it's useless to conceal the fact». [21] En pocas palabras había delineado al personaje. Sin necesidad de detalles físicos o de una larga descripción. «One of these days, he said, I shall write a really great drama. No one will understand the drift of it, but everyone will go back to their homes with a vague feeling of dissatisfaction with their lives and surroundings. Then they will put new wall-papers and forget». [22]

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[21] «Reginald cerró los ojos con el elaborado desánimo de quien tiene una hermosa mirada y piensa que es inútil ocultarlo».

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[22] «Uno de estos días, dijo, escribiré un drama realmente bueno. Nadie entenderá lo que significa, pero todos volverán a sus casas con un vago sentimiento de satisfacción con sus vidas y lo que les rodea. Entonces volverán a empapelar y a olvidar».