– Sí -resopló Meg-. ¡Vaya amiga!
– ¿Ocurrió algo fuera de lo normal ese día?
– Creo que no.
Maddie apoyó los codos en las rodillas, se inclinó hacia delante y miró a Meg a los ojos.
– Normalmente cuando una mujer que parece cuerda mata a su marido y luego se suicida, es que algo ha sobrecargado la tensión de esa relación. Normalmente se cree que a la persona que le afecta más la tensión se siente más indefensa, como si fuera a perderlo todo y, por tanto, no tuviera ya nada que perder. Si no era la infidelidad de tu padre, entonces tenía que ser otra cosa.
– Tal vez solo planease asustarlo con la pistola. Tal vez quería asustarlo y que las cosas volvieran a su cauce.
Normalmente aquella era la excusa, pero rara vez la verdad.
– ¿Eso es lo que crees?
– Sí. Tal vez los encontrara juntos desnudos.
– Los dos estaban vestidos. Alice estaba detrás de la barra y tu padre delante. Estaban a tres metros de distancia.
– ¡Ah! -Se mordió la uña del pulgar-. Sigo creyendo que fue allí para asustar a papá y las cosas se desmadraron.
– Lo crees, pero no lo sabes.
Meg dejó caer la mano y se puso de pie.
– Mi madre amaba a mi padre. No creo que fuera allí con la intención de matar a nadie. -Se colocó el bolso en el hombro-. Tengo que volver a casa.
Maddie se levantó.
– Bueno, gracias por tu ayuda -dijo, y acompañó a Meg hasta la puerta-. Te lo agradezco.
– Si puedo aclararte algo, llámame.
– Lo haré.
Maddie entró en el salón y apagó la grabadora. Sentía lástima por Meg, verdadera lástima. Meg era una víctima del pasado, igual que ella, pero Meg era mayor que Mick y Maddie y recordaban más aquella horrible noche. Meg también recordaba más de lo que estaba dispuesta a contar. Más de lo que quería que Maddie supiera, pero estaba bien… por el momento. Maddie había escrito el primer capítulo del libro, pero se había parado para trabajar en la cronología. Cuando llegó a la secuencia de…
– Miau.
Maddie volvió la cabeza atrás.
– Por el amor de Dios. -Se acercó hasta la puerta de cristal y miró el gatito-. Vete.
– Miau.
Tiró de la cuerda de las persianas y las cerró para no ver más al molesto gato. Entró en la cocina y se preparó una cena baja en calorías. Comió delante del televisor con el sonido apagado. Después de cenar, se dio un baño y se frotó la piel con un exfoliante de vainilla. En el mármol, junto a la toalla, tenía un frasco de mantequilla corporal Marshmallow Fluff. Lo había recibido por correo en su casa de Boise el día anterior y se lo había metido en el bolso.
¡Cielos!, ¿hacía solo un día que había hablado con Trina, había hecho la prueba del vestido de dama de honor y se había acostado con Mick? Quitó el tapón de la bañera y se levantó. Había sido una chica muy trabajadora.
Maddie se secó, se puso la crema, los pantalones del pijama a rayas y una camiseta rosa, luego se fue a la sala y cogió la grabadora de la mesa de café donde aún estaba. En la televisión daban un anuncio de un teléfono móvil y la apagó con el mando a distancia. Quería volver a oír los recuerdos de Meg de la noche en que su madre había matado a dos personas y luego se había suicidado.
– Miau.
– ¡Maldita sea! -Tiró del cordón de las persianas y allí, sentado como una bola de nieve blanca en las oscuras sombras de la tarde, estaba su torturador. Con los brazos en jarras miró al gatito a través del cristal-. Estás acabando con mi paciencia.
– Miau.
Maddie no comprendía cómo podía armar tanta bulla con aquella boquita.
– ¡Vete!
Como si lo hubiera entendido, el gatito se levantó, caminó en círculo y luego se sentó en el mismo lugar.
– Miau.
– Ya lo he oído.
Maddie fue al lavadero, se enfundó una cazadora tejana y salió por la puerta corredera de cristal dando grandes zancadas. La dejó abierta y cogió al gatito. Era tan pequeño que cabía entero en una mano.
– Seguro que tienes pulgas o gusanos.
– Miau.
Sostenía el gato a distancia.
– Lo último que necesito es un gato deforme y cabezón.
– Miau.
– Chist. Te voy a encontrar un buen hogar.
El puñetero gatito había empezado a ronronear como si fueran a ser amigos. Tan en silencio como pudo, bajó los escalones y cruzó la fría hierba de puntillas hasta el jardín de los Allegrezza. En la cocina estaba encendida una luz y a través de la puerta corredera de cristal veía a Louie prepararse un bocadillo.
– Esta gente te encantará -susurró.
– Miau.
– En serio. Tienen un niño, y los niños adoran a los gatitos. Tú haz alguna monería y ya estás dentro.
Lo dejó en la terraza y luego corrió como alma que lleva el diablo hasta su casa, cerró la puerta con llave y bajó las persianas. Se sentó en el sofá y reclinó la cabeza hacia atrás. Silencio. Gracias a Dios. Cerró los ojos y se dijo a sí misma que había hecho una buena obra. Podía haberlo espantado tirándole algo. El pequeño Pete Allegrezza era un buen chico. Lo más probable es que quisiera un gato, y le daría un buen hogar. Era obvio que hacía tiempo que no comía, y sin duda Louie lo oiría y le daría un pedazo de carne. Maddie era lo que se dice una jodida santa.
– Miau.
– ¿Te estás quedando conmigo? -Se sentó erguida y abrió los ojos.
– Miau.
– De acuerdo, he intentado ser buena. -Entró como una furia en su dormitorio y se puso unas chancletas-. Estúpido gato.
Volvió al salón, abrió la puerta de atrás y cogió al gatito. Lo sostuvo delante de su cara y le miró a los ojos fantasmales.
– Eres demasiado estúpido para saber que te había encontrado un buen hogar.
– Miau.
Era su karma. Mal karma. Estaba claro que era una venganza por algo que había hecho. Cogió el bolso con la mano libre y encendió las luces de fuera, que estaban al lado de la puerta del lavadero. Cuando salió de la casa, abrió el coche con el mando a distancia.
– Ni se te ocurra arañar la tapicería -dijo mientras dejaba al gato en el asiento del pasajero.
Era domingo por la noche y el refugio para animales estaba cerrado. Soltar al gato en cualquier lado no era una opción. Conduciría hasta la otra orilla del lago y lo dejaría en el umbral de una puerta para que el maldito bicho no consiguiese encontrar el camino de regreso.
Apretó el botón de encendido. No era una desalmada. No lo iba a dejar en algún sitio que tuvieran un gran pit bull encadenado en el jardín. No quería ese tipo de karma.
Puso la marcha atrás y miró al gatito sentado en su cara tapicería de piel que la miraba a los ojos.
– «Hasta la vista, baby.» [9]
– Miau.
Mick entró el Dodge en el aparcamiento de la tienda de comestibles D-Lite y lo dejó en un hueco a pocos metros de las puertas principales. Al entrar había visto el Mercedes negro aparcado bajo una de las brillantes luces del parking. Aunque él no había visto nunca el coche, todo el mundo en la ciudad sabía que Madeline Dupree conducía un Mercedes negro como Batman. Dentro de las lunas ligeramente tintadas, Mick podía distinguir el perfil de la cabeza y la cara de Maddie. Se acercó al coche y dio unos golpecitos en la ventana del conductor. Sin un sonido, el cristal se bajó milímetro a milímetro. La luz del aparcamiento resplandecía en la ventana y de repente estaba mirando los ojos marrón oscuro de la mujer que le había vuelto loco la noche anterior.
– Bonito coche.
– Gracias.
– Miau.
Mick miró la bola de pelo blanca que estaba en el regazo de Maddie.
– Oye, Maddie, tienes un gatito en el…
– No lo digas.
Mick se echó a reír.
– ¿Cuándo te has comprado un gato?
– No es mío. Yo odio los gatos.
– Entonces ¿por qué está en tu… regazo?