– Yo nunca tendré bastante de ti, Mick. Pase lo que pase, siempre te querré. -Cerró los ojos y le besó en el cuello-. Siempre -añadió en un susurro.
Mick respiró sonoramente cuando ella puso la mano dentro de los calzoncillos y cogió la ardiente verga con la palma. Mick se quitó la cartera de los pantalones y la arrojó sobre la cama.
– Yo nunca me cansaré de sentirte en mi mano -susurró Maddie-. Duro y suave al mismo tiempo. Nunca olvidaré lo que siento al acariciarte así.
– ¿Quién dice que lo tengas que olvidar?
Mick se acercó a un lado de la cama y la empujó por los hombros hasta que Maddie se quedó sentada.
¿Quién? Él lo diría. Se tumbó y le miró quitarse la ropa rápido hasta quedarse desnudo delante de ella; un hombre alto e imponente que hacía que le doliera el corazón y el alma. Maddie levantó la mano y lo atrajo sobre ella. La voluptuosa cabeza del ardiente pene la acariciaba entre las piernas.
– Me encanta que estemos juntos -susurró Maddie mientras le chupaba el lóbulo de la oreja y se frotaba contra el cuerpo caliente de Mick. Luego le dio unos mordisquitos en el cuello y en el hombro.
Mick la empujó con delicadeza para tumbarla sobre la cama.
– Nos queda mucho tiempo para pasar juntos. -Le besó la barbilla y el cuello-. Mucho más tiempo.
Se metió un pezón en la cálida boca a la vez que con la otra mano le recorría el vientre para acariciarla con los dedos. Mientras Maddie veía cómo le besaba los pechos, sentimientos puros fluían por sus venas. Aquel era Mick, el hombre que podía hacerla sentir hermosa y deseada. El hombre que amaba y que probablemente perdería. Mick levantó la cabeza y el fresco aire de la noche le rozó los pechos allí donde su boca los había dejado húmedos y brillantes. Él buscó en la cartera y sacó un condón, pero Maddie se lo quitó de las manos y extendió el fino látex por toda su verga. Lo notaba latir en la mano, fuerte y constante. Lo tumbó sobre la cama y se sentó a horcajadas sobre él. Los párpados de Mick se cerraron y exhaló profundamente mientras la veía bajar sobre él y hundirse su pene en ella.
– Estás muy guapa ahí arriba -dijo con voz grave y ronca, sujetándola por la cintura-. Me gusta mucho.
Y subió las manos desde los costados hasta los pechos de Maddie.
Maddie balanceaba la pelvis mientras subía un poco y bajaba. La cabeza del pene chocaba en su interior y lanzó un profundo gemido. Se movía arriba y abajo, contoneando las caderas mientras lo cabalgaba. Del cuerpo de Mick fluía un calor hormigueante donde su cuerpo tocaba el de ella.
– Mick. ¡Oh, Dios!
Mick se movía con ella, acompañándola con poderosos embates, hasta que las sensaciones la inundaron por completo y dejó caer la cabeza hacia atrás mientras un orgasmo líquido y cálido la irrigaba, empezando en la pelvis y propagándose hasta los dedos de las manos y de los pies.
– Mick, te quiero -dijo mientras nuevas emociones le envolvían el corazón que latía y le estrujaban el pecho en un fiero abrazo.
Justo cuando acabó el clímax, Mick le cogió la cintura y el trasero con un brazo y la giró, tumbándola en la cama mirando hacia él. Aún estaba enterrado muy dentro de ella y Maddie automáticamente le ciñó la cintura con las piernas, como sabía que le gustaba. Atrajo la boca de Mick hacia la suya y le dio unos fogosos y húmedos besos mientras él sacaba la verga y la hundía otra vez dentro de ella. Maddie se pegó a él mientras la embestía una y otra vez. Mick levantó el pecho y colocó las manos sobre la cama junto al rostro de Maddie. A cada embate la acercaba más a un segundo orgasmo y ella gritaba mientras los músculos de la vagina hacían que Mick se corriera por segunda vez.
Los ojos de Mick se cerraron y su aliento silbaba entre los dientes.
– La hostia bendita -renegó, y luego gimió de satisfacción. Se la metió una última vez y luego se derrumbó encima de ella.
El peso de Mick la aplastaba con rotundidad, aunque era bien recibido. Descansaba el rostro en la almohada al lado del de Maddie, y él le besó el hombro.
– ¿Maddie? -preguntó sin aliento.
– ¿Sí? -Le puso las manos en la espalda.
Se incorporó sobre los codos y la miró a la cara, con la respiración aún entrecortada.
– No sé qué ha sido diferente esta vez, pero ha sido el polvo más ardiente que he echado nunca.
Maddie sabía qué era lo diferente. Ella lo amaba. Maddie se sonrojó y le empujó por los hombros. Lo amaba y se lo había dicho.
Mick se levantó de encima de ella y se tumbó.
– Necesito agua -dijo Maddie mientras bajaba de la cama y se ponía de pie. Le sonaban los oídos de vergüenza, se acercó al armario y cogió la bata.
– ¿Dónde está tu gata? -le preguntó.
– Lo más probable es que esté en la silla del despacho.
Se miró las manos temblorosas, mientras se ataba el cinturón de toalla a la cintura.
– Si me ataca le daré G13 [10].
Maddie no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
– Vale -dijo desde el armario.
– Tengo más condones en el bolsillo del pantalón -dijo alegre como unas castañuelas mientras se dirigía al cuarto de baño-. Pero tendrás que dejarme un poco de tiempo para que vuelva a coger velocidad.
Mientras Mick usaba el cuarto de baño, Maddie fue a la cocina. Abrió la nevera y sacó una botella de Coca light. La apretó contra las ardientes mejillas y cerró los ojos. Tal vez no la había oído. En el viaje a Redfish le había dicho que a veces no entendía todo lo que decía mientras practicaban el sexo. Tal vez no había hablado tan claro como ella creía.
La destapó y dio un largo trago. Deseó con todas sus fuerzas que fuera uno de esos momentos en los que solo tienes que preocuparte por un problema. Le aguardaba el mayor de los problemas, amenazador, negro, devastador e inevitable.
Mick salió del dormitorio y se dirigió a la cocina. Llevaba puestos los tejanos algo caídos y tenía el cabello despeinado.
– ¿Estás avergonzada por algo? -le preguntó mientras abrazaba a Maddie por detrás.
– ¿Por qué?
Le quitó la botella de las manos y se la llevó a los labios.
– Prácticamente saliste corriendo de la habitación y tienes las mejillas rojas.
Dio un buen trago y se la devolvió.
Maddie se miraba los pies.
– ¿Por qué habría de estar avergonzada?
– Porque gritaste «te quiero» en medio de los espasmos de la pasión.
– ¡Oh, Dios! -Se tapó un lado de la cara con la mano libre.
Poniendo los dedos debajo de su barbilla él le alzó el rostro y le obligó a mirarle a la cara.
– Está bien, Maddie.
– No, no lo está. Yo no pretendía enamorarme de ti. -Sacudió la cabeza y siguió insistiendo-. Yo no quería enamorarme de ti. -Notaba un desgarrón en el pecho y las lágrimas se agolpaban en sus ojos a punto de salir, y no se le ocurría que fuera posible un dolor peor-. Mi vida es una mierda.
– ¿Por qué? -La besó dulcemente en los labios y dijo-: Yo también me he enamorado de ti. No creía que pudiera sentir por una mujer lo que siento por ti. Estos últimos días he estado preguntándome qué sentías tú.
Maddie retrocedió unos pasos y Mick dejó caer las manos a los costados. Aquel debería haber sido el mejor y más eufórico momento de su vida. No era justo, la vida no era justa.
Abrió la boca y se obligó a que la verdad saliera de aquel atolladero que se le había formado en la garganta.
– Madeline Dupree es mi seudónimo.
Mick enarcó las cejas.
– ¿No te llamas Madeline?
Ella asintió.
– Sí me llamo Madeline, pero no Dupree.
Mick ladeó la cabeza.
– ¿Cómo te llamas?
– Maddie Jones.
Mick la miró, con ojos penetrantes.
– Bien -dijo encogiendo los hombros desnudos.
Ni por un segundo Maddie creyó que decía «bien» como si de verdad le pareciera bien quién era ella. No estaba uniendo la línea de puntos. Se humedeció los labios secos.