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Y no en vano. Desde los comienzos del noveno año del reinado efectivo de Luis XIII, hervían las pasiones en torno a una pareja real de veinticinco años de edad[5] que no se llevaba demasiado bien. Las viejas brasas, aún calientes, de las guerras de religión se reavivaban cada día al soplo de una corte joven, ambiciosa, turbulenta, celosa de sus privilegios y de su propia influencia, pero sobre todo por la creciente influencia del hombre de hierro en quien ella adivinaba un domador decidido a amansarla. Ni la menor preocupación por el bien del reino podía atisbarse en todo ello. Sólo intereses particulares.

Unos meses antes se había anunciado el estallido de una tormenta con ocasión del matrimonio de Monsieur, el hermano del rey y hasta el momento su heredero porque, después de diez años de matrimonio, la pareja real seguía sin tener descendencia.

El soberano y la reina madre, María de Médicis, deseaban casar a aquel muchacho de diecisiete años, veleidoso, agitado, nervioso, vanidoso, carente de valentía y fácil de manejar, con su prima Mademoiselle de Montpensier, la soltera más rica de Francia. El cardenal, por supuesto, aprobaba el enlace, pero no ocurría lo mismo con los príncipes de sangre real —Condé, Conti, Soissons y naturalmente Vendôme— ni con el entorno de la joven reina Ana de Austria. Un entorno compuesto por muchachas bonitas y algo alocadas y jóvenes caballeros atolondrados, todos ellos bailando al son de la mejor amiga de la reina, la intrigante, excesiva y encantadora duquesa de Chevreuse. Ninguno de ellos deseaba a ningún precio que Gastón d'Anjou se casara con aquel gran partido que otros anhelaban. Se le reservaba otro destino.

Así pues, se formó una conspiración cuyo personaje clave era el preceptor del príncipe, el mariscal d'Ornano, coronel del regimiento de los Corsos, un personaje rudo, expeditivo y arrogante que empujaba a su alumno a rebelarse, e incluso llegó a proponerle huir de París y refugiarse en La Rochelle. ¡En pleno feudo protestante!

La respuesta real no se hizo esperar: el 26 de mayo de aquel año de 1626, el rey hizo arrestar a D'Ornano y sus dos hermanos y los encerró en la Bastilla, donde, por prudencia, hizo cambiar al alcaide para la ocasión.

Para los conjurados, aquel golpe de mano llevaba la firma de Richelieu y, lejos de calmarlos, los enfureció. Madame de Chevreuse, siempre activa, tramó de inmediato una nueva conspiración que tenía como objetivo, en esta ocasión, la eliminación física del cardenal y tal vez también del rey, cuya viuda podría entonces casarse con Monsieur, a quien la duquesa juzgaba el soberano ideal. Era en efecto una perfecta marioneta que podría manipularse sin esfuerzo...

Ana de Austria, todavía no repuesta del apasionado romance con el irresistible duque de Buckingham, no veía en ello el menor inconveniente: no amaba a su esposo y detestaba a Richelieu. Dio carta blanca a su querida Chevreuse. Por su parte, Gastón d'Anjou[6] —Monsieur— se involucró hasta el cuello en la conspiración, al frente de la cual Madame de Chevreuse colocó al joven príncipe de Chalais, que estaba loco por ella y llegó incluso a ofrecer a alguno de sus gentilhombres para asegurar el éxito. Pero Madame de Vendôme ignoraba estos recientes acontecimientos; sólo estaba informada de la detención del mariscal d'Ornano, suficiente motivo de inquietud para ella en cualquier caso.

—Sí —repitió—. Hace meses que temo lo que finalmente ha sucedido hoy. El Gran Prior y mi esposo se han comprometido con Monsieur y los príncipes de sangre al negarse a admitir que son príncipes legitimados y que se les pudiera tratar con menos miramientos que a los demás.

Rogó luego a los presentes que la dejaran conversar un momento en privado con el obispo de Nantes. Únicamente su primogénito fue autorizado a quedarse. François tendió la mano a su hermana para llevársela, no sin protestar:

—¿Por qué Mercoeur sí y nosotros no?

—Eres demasiado joven, François. Cuatro años más cuentan mucho, tu hermano es ya casi un hombre.

Elisabeth no dijo nada, pero su aire ofendido dejó ver claramente que pensaba lo mismo:

—¡Vamos, François! Iremos a ver cómo sigue tu hallazgo.

Cuando todo el mundo hubo salido, la duquesa extrajo un rosario de un bolsillo disimulado en su vestido de terciopelo gris y lo sostuvo con firmeza en las manos, como si se aferrara a él para no caer.

—Ahora que estamos solos, amigo mío, contadme algo más, porque os confieso que no entiendo cómo se ha llegado al extremo de arrestar a mi esposo y a su hermano por esa ridícula historia del matrimonio de Monsieur, en el que únicamente les tocaba el papel de espectadores.

El obispo le dirigió una mirada de amistad y simpatía. El valor y la fe de aquella mujer aún joven siempre le habían impresionado, y la compadecía por haberse desposado con un hombre cuyo orgullo y ambición le empujaban a arrojarse en medio de todos los avisperos.

—Hay hechos más graves, señora duquesa... que vos ignorabais. Por el contrario, el Gran Prior estaba situado en el primer plano.

Y contó cómo éste, en connivencia con Monsieur y la duquesa de Chevreuse, había preparado un atentado contra el cardenal aprovechando que el rey estaba en Fontainebleau y su ministro se había instalado en Fleury a la espera de que finalizaran las obras del palacio que se había hecho construir en la capital. El plan del Gran Prior era sencillo: Monsieur y algunos amigos, de caza por los alrededores, se presentarían ya de noche cerrada a pedir alojamiento y mesa a Richelieu, y lo matarían durante una disputa provocada adrede. Luego decidirían qué hacer con el rey, en función de cómo reaccionara a la noticia. Pero Monsieur, fiel a sí mismo, se declaró enfermo en el último momento; uno de los suyos, el joven príncipe de Chalais, hizo confidencias imprudentes y los demás conjurados fueron detenidos. A la mañana siguiente Monsieur, todavía acostado, tuvo la sorpresa de ver al cardenal irrumpir en su dormitorio para ofrecerle, todo sonrisas, su casa de Fleury, «que tanto parecía gustarle». Después de lo cual fue a ofrecer su dimisión al rey, que no sólo la rechazó, sino que le otorgó plenos poderes para concluir el asunto «con el mayor rigor».

—Sigo sin ver qué tiene que ver mi marido con toda esta historia —exclamó la duquesa—. Estaba ya en Bretaña cuando encarcelaron a D'Ornano...

—Así es, pero su hermano estaba gravemente implicado porque la idea había sido suya.

—¿Y no arrestó al Gran Prior?

—No. Richelieu quería librarse de un solo golpe de los dos hermanos. Citó al Gran Prior y con las palabras más amables le dio a entender que deseaba verle acceder al Almirantazgo, que había dejado vacante el señor de Montmorency, a cambio evidentemente de que el duque César renunciara a sus pretensiones al cargo. Nuestro querido Gran Prior se quedó deslumbrado. Por eso tuvo tanto empeño en conseguir que su hermano fuera a discutir a Blois con Su Majestad. Así es cómo ocurrió todo, señora.

—¡Es indigno! ¿Cómo pudo ser tan estúpido el Gran Prior Alexandre?

—¡La ambición, señora duquesa, la ambición!

—Y... ¿qué ha sido de Monsieur?

—Para asegurarse de no ser molestado, se ha apresurado a denunciar a todos los participantes en el complot, e incluso ha prometido casarse con Mademoiselle de Montpensier en cuanto el rey lo disponga.

—¡El muy infame! ¿Y qué hará el rey ahora que tiene en su poder al gobernador de Bretaña?

—Marcha a Nantes con el fin de consolidar su autoridad sobre la provincia... y de impartir su justicia.

—¡Misericordia! ¡En bonito apuro nos hemos metido! ¿Qué consejo podéis darme, monseñor?

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[5] Luis XIII y Ana de Austria habían nacido el mismo año.

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[6] Llevó el título de duque de Anjou hasta convertirse en duque de Orleans en 1626.