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¡Y este truco de la valija asistida, válgame el cielo! Espero que ni a ti ni a mí nos abran un expediente. Claro que siempre podríamos argumentar que habría sido mucho peor que el asesinato de Francisco Camargo hubiese quedado impune, ¿no es así? Menos mal que la propia Sara, cuando la interrogó el capitán de la PDI, terminó confesando que guardaba el diario original en su caja del banco, junto a sus joyas y objetos de valor. Por eso la policía española no pudo encontrarlo.

– Tampoco lo buscaba, en realidad -le aclaró Martina-. El registro en casa de los Labot solo tenía como objetivo batir el bosque para hacer saltar la liebre. El problema de desatención de Gloria, su síndrome de inseguridad, repetitivo, y su costumbre de duplicarlo todo hicieron el resto. Y tu agenda, claro está… Está bien, me has convencido. Me la quedaré de recuerdo.

– Buena chica.

– Sabes perfectamente que no lo soy.

– Me agrada tu forma de ser.

– Siempre fuiste muy diplomático. A lo mejor por eso eres embajador.

– En realidad, me hubiera gustado ser un poli. -José Manuel sonrió, porque, ahora sí, Martina había chocado su copa y al encender un Player's su mirada volvió a animarse-. O un escritor de novelas policíacas. Por cierto, no hemos comentado lo de la Sacromonte. ¡Las caras que puso durante el interrogatorio! Puede que con este final escriba una buena novela.

– Pero no el comienzo de una buena amistad.

– Estás hecha un Bogart cualquiera. ¿Otro whisky?

– Bien. Pero después quiero que me lleves a Orongo, al poblado de los hombres pájaro.

– Es de noche, Martina.

– Precisamente por eso.

– Podríamos caernos por los acantilados y acabar volando de verdad.

– Sería maravilloso.

– No puedo despeñarme. Tengo que llegar vivo a la boda. Adriana quiere que seas testigo.

– Caramba… Enhorabuena.

– ¿Y la tuya, Martina? ¿Quizá en el próximo caso?

– ¿Qué tal si lo dejamos aquí?

– De acuerdo -suspiró José Manuel de Santo-. Tú ganas, como siempre.

Fin

Agradecimientos

La isla de Pascua es uno de esos destinos de los que no se regresa del mismo modo en que se llegó. Su soledad nos conmueve y ya nunca olvidaremos sus cabezas de piedra, su azul oceánico o la verde transparencia de su laguna volcánica.

En la cumbre del volcán Rano Kau, el poblado de Orongo, cuna de los hombres pájaro, sigue atesorando secretos. El ritual del héroe que se impone a la naturaleza, a la tierra abrupta, al enemigo mar, a los monstruos marinos, y regresa con el huevo místico del ave migratoria que ha visto los lugares que ellos nunca verán está sembrado de alegorías. Algunas van siendo desveladas por los arqueólogos, pero en la sagrada ceremonia del hombre pájaro todavía reside el enigma.

Desde que fue descubierta por Roggeveen en 1722, la isla de Pascua ha hecho correr tinta. De la ingente bibliografía existente sobre los moais, los hombres pájaro y otras culturas y cultos del Pacífico me han resultado de utilidad los ensayos de Routledge, Englert, Chauvet, Vergara, Arredondo o Cristino, además de los diarios de Loti, Varigny o Heyerdhal.

En Hanga Roa, capital de la isla, debo agradecer la ayuda del personal del Museo Englert, del Consejo de Ancianos y de la Gobernación.

En Santiago de Chile, mi gratitud se centra en el embajador español, Juan Manuel Cabrera. En Zaragoza, en mi familia, Belén y mis tres hijos, Edu, Belencita y Juan, que me permitieron aislarme para trabajar en este libro. En Barcelona, en mi agente literaria, Antonia Kerrigan, y en Víctor Hurtado, por difundir y promocionar mi obra. En Madrid, en Carmen Fernández de Blas, directora de Ediciones Martínez Roca, y en el editor Javier Ponce, así como en el resto del equipo de MR. Debo a todos ellos las mejores sugerencias y correcciones al texto.

Juan Bolea

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