Dejando aparte las relaciones humanas, Toller preveía que la comida y la bebida, ya fuese ingerida o eliminada, iba a ser lo que más pusiera a prueba la capacidad de aguante de la tripulación. No podía hacerse fuego para cocinar, de modo que la dieta consistía exclusivamente en raciones frías de carne y pescado deshidratados y salados, frutos secos, nueces y galletas, acompañadas de agua y un poco de coñac al día.
El hecho de que el motor principal estuviese funcionando casi sin interrupción —confiriendo de esta forma cierto peso a las cosas—, hacía que las operaciones de aseo no resultasen tan molestas como en las condiciones de gravedad cero, pero la experiencia seguía requiriendo grandes dosis de estoicismo. En el lavabo situado en el centro de la nave había una complicada salida tubular con válvulas de un solo sentido: el único punto del casco que se abría al espacio. Inevitablemente se perdía una pequeña cantidad de aire cada vez que se hacía funcionar el aparato, pero el volumen de aire generado por la sal de fuego era suficiente para compensarlo.
Al principio se acordó que los seis miembros de la tripulación realizarían turnos iguales en el asiento del piloto, pero el plan se modificó en seguida por razones prácticas. Para Berise, Gotlon y Wraker era fácil mantener a Gola en la retícula, y Bartan no tardó en adquirir la misma habilidad, pero para Toller y Zavotle la tarea resultaba fastidiosa y pesada. Inclinándose ante la conveniencia, Toller cambió el plan de deberes para dejar que los cuatro jóvenes se encargasen de mantener el rumbo de la nave hacia Farland, mientras Zavotle y él tenían más tiempo para dedicarlo a lo que juzgasen oportuno. Zavotle lo empleaba en sus estudios astronómicos y en hacer largas anotaciones en el cuaderno forrado de cuero, pero para Toller las horas libres resultaban una carga.
A veces pensaba en su esposa y en su hijo —preguntándose qué estarían haciendo—, y otras miraba desde las portillas la invariable panoplia de estrellas, remolinos plateados y cometas, lleno de aburrimiento. En esos períodos la nave parecía estar inmóvil, y —aunque lo intentaba— era incapaz de aceptar que estaban alcanzando la velocidad necesaria para la travesía interplanetaria.
—¿Estás preparada? —le preguntó Bartan a Berise.
Cuando ésta asintió, apagó el motor, salió flotando del asiento del piloto y aguantó las correas, mientras Berise se acomodaba en su sitio.
—Gracias —dijo ésta, dirigiéndole una sonrisa cordial.
Él le contestó de forma amable e impersonal, fue hasta la escalera y descendió, dejando a Berise con Toller y Zavotle en la cubierta superior. Gotlon y Wraker estaban ocupados cargando los tanques de combustible en la sección de cola.
—Me parece que hay alguien que está desarrollando cierta debilidad por el joven Bartan —comentó Toller, sin dirigirse a nadie en particular.
Zavotle resopló sonoramente.
—En tal caso, ese alguien está perdiendo el tiempo. Nuestro señor Drumme reserva todo su afecto para los espíritus[1], ya sea de un tipo o de otro: embotellados o incorpóreos.
—No me importa lo que digáis —Berise hizo una pausa, sus manos apoyadas suavemente sobre los mandos—. Debe de haber querido mucho a su esposa. Si me muriese o desapareciera poco después de haberme casado, me gustaría que mi marido volase a otro planeta para buscarme. Lo encuentro muy romántico.
—Estás casi tan loca como él —dijo Zavotle—. Espero que no nos veamos afectados por algún contagio mental, una pterthacosis de la mente. ¿Tú que crees, Toller?
—Bartan hace su trabajo. Quizá sea suficiente.
—Sí —Zavotle miró por la portilla que tenía junto a él durante unos segundos, y adquirió una expresión enigmática—. Quizás hace su trabajo bastante mejor de lo que yo hago el mío.
Toller se sintió intrigado. No sólo por lo que había dicho, sino también por el tono de su voz.
—¿Ocurre algo malo?
Zavotle asintió.
—Seleccioné una estrella guía que, supuestamente, nos pondría en una trayectoria de intersección con Farland. Si hubiese hecho los cálculos correctos, y elegido bien la estrella, deberíamos ver a ésta y a Farland acercándose gradualmente ante nosotros.
—¿Y bien?
—Sólo llevamos cinco días de vuelo, pero ya es evidente que Farland y Gola se están separando. No te lo comenté antes porque esperaba, estúpidamente supongo, que la situación cambiaría, o que lograría encontrar una explicación. No ha sucedido ninguna de las dos cosas, de modo que debo considerar que he fallado al cumplir con mi deber.
—Pero ese no es un problema grave, ¿verdad? —dijo Toller—. Supongo que lo único que tenemos que hacer es cambiar un poco el rumbo. No hay ningún peligro.
Zavotle esbozó una sonrisa triste.
—Verás, Toller, nada funciona como esperaba. Farland parece demasiado brillante, y además su imagen en el telescopio es demasiado grande. Juraría que tiene el doble de tamaño que cuando empezamos. Quizá los instrumentos ópticos funcionan de forma diferente en el vacío. No lo sé, no puedo explicarlo.
—Podría significar que hemos realizado la mitad del viaje —dijo Berise.
—No he pedido tu opinión —replicó Zavotle con aspereza—. Hablas de temas cuya comprensión está más allá de tu alcance.
Berise juntó las cejas.
—Lo que comprendo es que cuando algo parece que dobla su tamaño, la distancia hasta allí se ha reducido a la mitad. Creo que es bastante simple.
—Para las mentes simples todo parece simple.
—Basta de discutir —intervino Toller—. Lo que necesitamos…
—Pero esta mujer estúpida sugiere que hemos viajado catorce o quince millones de kilómetros en sólo cinco días —protestó Zavotle, frotándose el estómago—. ¡Tres millones de kilómetros por día! Eso significa una velocidad de veintisiete mil kilómetros por hora, lo cual es imposible. La verdadera velocidad…
La verdadera velocidad de tu nave es superior a ciento cincuenta mil kilómetros por hora, dijo en silencio la mujer de cabellos rubios que apareció con un resplandor en un lado del compartimiento.
Capítulo 15
Toller contempló fijamente a la mujer, sabiendo sin necesidad de que nadie lo dijese que era la esposa de Bartan Drumme, y la idea que tenía sobre el universo y sus leyes fluyó y cambió para siempre. Sintió frío y debilidad, pero no miedo. Berise y Zavotle no se movieron; pero aunque miraban en diferentes direcciones, supo que estaban viendo exactamente lo mismo que él. La mujer era bella, iba vestida con un sencillo vestido blanco, y resplandecía como una vela en la penumbra del interior de la nave. Habló con enojo y una sombra de preocupación.
Al principio, no podía creerlo cuando sentí que Bartan se estaba acercando, y entonces busqué y descubrí que era cierto. Emprendisteis el viaje por el espacio sin conocer los efectos de la aceleración continua. ¿Cómo pudisteis no daros cuenta de que os dirigíais a una muerte segura?
—¡Sondy! —Bartan había vuelto a la cubierta superior y se agarraba a un asidero cerca del final de la escalera—. He venido para llevarte a casa.
Eres un idiota, Bartan. Todos sois idiotas y temerarios. Tú, Ilven Zavotle, tú que trazaste los planes para este viaje, ¿cómo esperabas aterrizar en el planeta?
Zavotle habló como un hombre en trance.
—Pensábamos reducir la velocidad de nuestra nave al irrumpir en la atmósfera de Farland.
1
Juego de palabras intraducible. En inglés,