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– Los señores Ferraro son mis clientes desde hace muchos años. Tonino, Antonio (hizo un gesto para señalar al marido, quizá temiendo que yo pudiese pensar que era la mujer la que se llamaba Antonio), tiene varias tiendas de decoración y cocina, en Bari y provincia. Rosaria era profesora de educación física, pero dejó la enseñanza hace unos años y ahora trabaja administrando el negocio con él. Tienen dos hijos.

Al llegar a ese punto se interrumpió, quedándose un rato callado. Lo miré, luego miré a Antonio, más conocido como Tonino, luego a Rosaria. Luego volví a mirarle a él, esbozando una sonrisa interrogativa que se convirtió casi en una mueca. Afuera se oyó un ruido, como si chocasen planchas de hierro, y pensé que había habido una colisión. Fornelli prosiguió.

– Una chica, la mayor, y un chico, el pequeño, que tiene dieciséis años. Se llama Nicola y está cursando el bachillerato científico. La chica se llama Manuela, tiene veintidós años y estudia en Roma, en la Luiss.

Hizo una pausa, como para retomar aliento o como para reunir fuerzas.

– Manuela hace seis meses que está desaparecida.

No sé por qué, entorné los párpados al oír esa revelación, pero tuve que abrirlos enseguida porque en la oscuridad vi unos globos de luz cegadora.

– ¿Desaparecida? ¿Desaparecida en qué sentido?

Una pregunta muy aguda, pensé nada más hacerla. ¿Desaparecida en qué sentido? En un espectáculo de magia, no te fastidia, seguro que es lo que se imaginan los padres. Estás en plena forma esta tarde, Guerrieri.

El padre me miró. Su rostro tenía una expresión indefinible; movió algún músculo de la cara, como si tuviese intención de hablar, pero no dijo nada. Tuve la impresión de que, simplemente, no era capaz de hacerlo. Al mirarlo se materializaron en mi cabeza las palabras de una vieja canción de De Gregori: «¿Conocéis por casualidad a una chica de Roma cuya cara es como un dique cuando se derrumba?». Eso era, la cara del señor Ferrara, vendedor de muebles y padre desesperado, parecía un dique cuando se derrumba.

Fue la mujer la que tomó la palabra.

– Manuela desapareció en septiembre. Había ido a pasar el fin de semana con unos amigos que tienen unos trulli * entre Cisternino y Ostuni. El domingo por la tarde una chica la llevó en coche a la estación de Ostuni. Desde ese momento no hemos vuelto a saber nada de ella.

Asentí, no sabiendo qué decir. Me hubiera gustado expresar solidaridad, cercanía, ¿pero qué se les dice a unos padres desesperados porque su hija ha desaparecido? Ah, cuánto lo siento, pero no se preocupen, son cosas que pasan. Ya verán cómo su hija reaparece pronto, la vida vuelve a su curso normal, y todo esto no habrá sido más que un mal sueño.

¿Un mal sueño? Pensé que si una persona adulta lleva desaparecida mucho tiempo -y seis meses son mucho tiempo- o le ha ocurrido algo grave o ha decidido alejarse deliberadamente. Cierto, cabe la posibilidad de que haya perdido la memoria, de que esté vagando por alguna parte y que, antes o después, den con ella. A los ancianos les ocurre a veces. Pero Manuela no era una anciana. En cualquier caso, ¿qué pintaba en todo eso un abogado? Es decir, ¿qué pintaba yo? ¿Por qué habían acudido a mí? Me pregunté en qué momento podría hacer esa pregunta sin parecer insensible.

– Naturalmente, la policía o los carabinieri habrán tomado declaración a esa chica…

– Naturalmente. La investigación la han llevado a cabo los carabinieri. Tenemos copia de todos los informes, luego te los enviaré -dijo Fornelli.

¿Por qué iba a enviármelos? Me agité en la butaca, como hago siempre cuando no entiendo qué está pasando y me encuentro a disgusto.

– De todas formas, te lo resumo ahora en pocas palabras. Manuela no llevaba el coche, fue a los trulli en el de unos amigos. Tenía que volver el domingo por la tarde pero no encontró a nadie que pudiese llevarla a Bari directamente, así que la acompañaron a la estación de Ostuni para que cogiera el tren.

– ¿Llegó a coger el tren?

– Creemos que sí, aunque no lo sabemos con seguridad. Lo que sí sabemos es que compró el billete.

– ¿Por qué dices que no hay duda de que compró el billete?

– Los carabinieri han tomado declaración al empleado de la taquilla, le enseñaron fotos y él reconoció a Manuela.

Pensé que era algo inusual. Los empleados de las taquillas, como toda la gente que trabaja en contacto continuo con el público, apenas se fijan en la cara de los clientes. Ni los miran, y, si lo hacen, los olvidan enseguida. Es normal, ante ellos no paran de desfilar caras, es inevitable que no puedan recordarlas, salvo que exista una razón concreta para hacerlo. Fornelli intuyó lo que estaba pensando y me contestó aunque no hubiese formulado la pregunta.

– Manuela es una joven muy guapa, supongo que el taquillero se fijó en ella por eso.

– ¿Y dices que no se ha podido averiguar si subió o no al tren?

– No se ha podido establecer con certeza. Los carabinieri han interrogado a los revisores de todos los trenes de la tarde. Sólo a uno le parecía recordar a una chica que se parecía a Manuela, pero estaba mucho menos seguro que el de la taquilla. Digamos que es posible que haya subido al tren (luego verás las declaraciones) pero no estamos seguros.

– ¿Cuándo se dieron cuenta de su desaparición?

– Tonino y Rosaria tienen un chalé en Castellaneta Marina. Se encontraban allí con Nicola. Manuela pasó con ellos un par de días y luego se fue. Dijo que iba a pasar el fin de semana en los trulli de sus amigos. Llamó por teléfono desde allí y les dijo que iba a volver a Roma el domingo por la tarde, en tren o en coche, si encontraba a alguien que pudiera llevarla. Tenía que ir a la universidad a la semana siguiente, creo que para hablar con un profesor o para algo de secretaría.

– Tenía que hablar con un profesor -dijo la madre.

– Sí, en efecto. De todas formas, ellos se dieron cuenta de su desaparición el lunes. Tonino y Rosaria regresaron a casa, a Bari, el domingo por la noche. Manuela no los llamó a la mañana siguiente, pero eso era bastante normal. Por la tarde la llamó Rosaria, pero el móvil de Manuela no estaba operativo.

La madre intervino de nuevo; el padre seguía en silencio.

– La llamé dos o tres veces más pero el teléfono seguía apagado. Luego le mandé un SMS diciéndole que me llamase, pero ella no lo hizo; fue entonces cuando empecé a preocuparme. Estuve llamándola toda la tarde, pero el teléfono siempre estaba apagado. Al final llamé a Nicoletta, la amiga con la que compartía el apartamento en Roma, y ella me dijo que Manuela no había vuelto.

– ¿Saben si pasó por la casa de Bari?

Me respondió Fornelli porque a Rosaria le faltaba el aliento, como si acabase de subir varios pisos de escaleras.

– La portera vive en el inmueble, está siempre delante de la puerta, incluso los domingos, y no la vio. Y en casa no había ningún signo de que hubiera pasado por allí. Después de hablar con Nicoletta llamaron a otros amigos de Manuela, pero ninguno sabía nada. Sólo que había estado en los trulli y que se había ido de allí el domingo por la tarde. Entonces avisaron a los carabinieri (ya era de noche) pero éstos les dijeron que no podían hacer nada. Si se hubiese tratado de una menor de edad podrían haber activado la búsqueda, pero se trataba de una persona adulta que era libre de ir donde quisiera, de apagar el móvil, etcétera.

– Y les han dicho que se pasasen a la mañana siguiente para presentar una denuncia.

– Sí. Llegados a ese punto acudieron a la policía, pero la respuesta fue más o menos la misma. Entonces me llamaron a mí. Tonino quería coger el coche e ir a Roma, pero yo le disuadí. ¿Qué podía hacer en Roma? ¿Dónde iba a buscar? Ya habían hablado con la amiga de Manuela, que había excluido que hubiese regresado al piso y, en definitiva, no había ninguna certeza de que hubiera salido realmente hacia Roma. Nos pasamos la noche llamando a todos los amigos de Manuela de los que conseguimos encontrar el número, pero sin resultado alguno.

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* El trullo (plural trulli) es una vivienda popular, típica de Puglia. (N. de la T.)