Выбрать главу

El novelista alza la nuca; sus manos se agarran a las rodillas.

– No me voy a andar con remilgos, Jalal. Estuve en tu conferencia, anteayer. Todavía no me lo puedo creer.

– ¿Por qué no viniste a verme justo después?

– ¿Con toda esa jauría que pululaba a tu alrededor?… La verdad es que ni te reconocía. Estaba tan perplejo que creo que fui el último en abandonar la sala. Me has dejado totalmente patidifuso. Es como si hubiera recibido un ladrillazo en la cabeza.

Al doctor Jalal se le borra la sonrisa. Su rostro rezuma dolor. Luego se le ensombrecen los rasgos y se le arruga la frente. Durante largo rato se rasca el labio inferior en busca de una palabra apta para romper el muro invisible que acaba de levantarse entre el novelista y él.

Dice, tras fruncir el ceño, con la voz resquebrajada:

– ¿Fue para tanto, Mohamed?…

– Y sigo sonado, por si te interesa saberlo.

– Presumo que has venido a darme un tirón de orejas, maestro… Pues adelante, no te cortes.

El novelista levanta su abrigo, lo toquetea nervioso, saca un paquete de tabaco. Cuando tiende un cigarrillo al doctor, éste lo rechaza con un gesto seco. La brutalidad del ademán no escapa al escritor.

El doctor se ha parapetado tras una mueca de desencanto. Tiene la cara tensa y la mirada cargada de fría animosidad.

El escritor busca su mechero, pero no consigue dar con él; como Jalal no le ofrece el suyo, renuncia a fumar.

– Estoy esperando -le recuerda el doctor con tono gutural.

El escritor asiente con la cabeza. Vuelve a guardar el cigarrillo en el paquete, luego el paquete en el bolsillo del abrigo, que coloca de nuevo sobre el brazo del sillón. Da la impresión de estar ganando tiempo o poniendo en orden sus ideas ahora que no tiene más remedio que explicarse.

Resopla con fuerza y dice a quemarropa:

– ¿Cómo se puede cambiar de chaqueta de la noche a la mañana?

El doctor se estremece. Los músculos de su cara se convulsionan. No parecía esperarse una embestida tan frontal… Tras un largo silencio, en que permanece con la mirada fija, replica:

– No he cambiado de chaqueta, Mohamed. Sólo me he dado cuenta de que la llevaba puesta del revés.

– La llevabas bien puesta, Jalal.

– Es lo que yo creía. Estaba equivocado.

– ¿Fue porque te negaron la Insignia de las Tres Academias?

– ¿Crees que no me la merecía?

– Sobradamente. Pero no es el fin del mundo.

– Supuso el fin de mis sueños. Prueba de ello es que todo ha cambiado desde entonces.

– ¿Y qué ha cambiado?

– La partida. Ahora somos nosotros quienes repartimos las cartas y los puntos. Mejor todavía: nosotros imponemos las reglas del juego.

– ¿Qué juego, Jalal? ¿El de pimpampum?… Eso no divierte a nadie, todo lo contrario… Has saltado del tren en marcha. Estabas bien donde estabas.

– ¿De esclavo de turno?

– No eras un esclavo de turno. Eras un hombre ilustrado. Hoy somos nosotros la conciencia del mundo. Tú y yo, y esas inteligencias huérfanas, abucheadas por los suyos y despreciadas por las mentes embrutecidas. Sin duda, somos una minoría, pero existimos. Tú y yo somos los únicos capaces de cambiar las cosas. Occidente ha quedado fuera de la carrera. Está desbordado por los acontecimientos. La auténtica batalla se está librando en las rivalidades entre élites musulmanas, es decir, entre nosotros dos y los gurús.

– ¿Entre la raza aria y la raza âaryanne *?

– Es falso. Y lo sabes bien. Hoy todo lo que ocurre queda entre nosotros. Los musulmanes están a favor de quien haga oír su voz con mayor fuerza. Les da igual que sea un terrorista o un artista, un impostor o un justo, una eminencia oscura o una eminencia gris. Necesitan un mito, un ídolo. Alguien que sea capaz de representarlos, de definirlos en su complejidad, de defenderlos a su manera. Con la pluma o con bombas, eso les importa poco. Y nosotros somos quienes elegimos las armas, Jalal, nosotros: tú y yo.

– Ya he elegido las mías. Y no existen otras.

– No te crees lo que estás diciendo.

– Sí.

– Pues no. Has cambiado de chaqueta.

– Te prohíbo…

– De acuerdo -lo interrumpe-. No he venido aquí para zarandear tu susceptibilidad. Sino a decirte esto: cargamos con una enorme responsabilidad, Jalal. Todo depende de nosotros, de ti y de mí. Nuestra victoria supone la salvación del mundo entero. Nuestra derrota, el caos. Tenemos un instrumento asombroso en nuestras manos: nuestra doble cultura. Nos permite enterarnos de qué va la cosa, dónde está el delito y dónde la razón, dónde está el fallo en unos y por qué otros están bloqueados. Occidente duda. Sus teorías, que antaño imponía como verdades absolutas, hoy se les vienen abajo ante el vendaval de las protestas. Tanto tiempo mecido por sus ilusiones para quedarse ahora sin referencias. De ahí la metástasis que ha llevado a este diálogo de sordos que enfrenta a pseudomodernidad y pseudobarbarie.

– Occidente no es moderno; es rico. Los «bárbaros» no son bárbaros, son pobres y no se pueden permitir su modernidad.

– Completamente de acuerdo contigo. Y ahí es donde nosotros intervenimos para poner las cosas en su sitio, para moderar los impulsos, reajustar las miradas, proscribir los estereotipos que están en el origen de este espantoso malentendido. Somos el justo medio, Jalal, el punto de equilibrio.

– ¡Artimañas!… Eso es lo que yo también creía. Para sobrevivir al imperialismo intelectual que me miraba por encima del hombro, yo, un erudito, me repetía exactamente lo que me acabas de decir. Pero me hacía ilusiones. Sólo valía para jugarme el pellejo en los estudios de televisión condenando a los míos, mis tradiciones, mi religión, a mis allegados y a mis santos. Me utilizaron. Como un tizón. Yo no soy un tizón. Soy una cuchilla de doble filo. Me han limado uno, pero me queda el otro para destriparlos. No creas que es por lo de la Insignia de las Tres Academias. Eso fue un desengaño más entre muchos otros. La verdad es otra. Occidente está senil. Sus nostalgias imperiales le impiden admitir que el mundo ha cambiado. Envejece mal, se ha vuelto paranoico y coñazo. Ya ni hay manera de que razone. Por ello hay que practicarle la eutanasia… No se construye sobre viejos cimientos. Se arrasa todo y se empieza desde la base.

– ¿Con qué? Con TNT, con paquetes bomba, con colisiones extraordinarias. Un vándalo no construye, destruye… Tenemos que aprender a asumir, Jalal, a aceptar los golpes bajos y las injusticias de aquellos que tomábamos por nuestros aliados; a trascender nuestro furor. Nos jugamos el porvenir de la humanidad. ¿Qué peso tienen nuestras desilusiones ante la amenaza que planea sobre el mundo? No han sido correctos contigo, no lo discuto…

– Te recuerdo que contigo tampoco.

– ¿Y eso es una razón válida para confundir el destino de las naciones con la fatuidad de un puñado de templarios?

– Para mí, ese puñado de cretinos encarna toda la arrogancia con que nos trata Occidente.

– Olvidas a tus discípulos, a tus colegas, a los miles de estudiantes europeos que has formado y que transmiten tu enseñanza. Es eso lo que cuenta, Jalal. El agradecimiento se puede ir a paseo si procede de gente que no te llega al tobillo. Cuando surge un genio en este mundo, se le reconoce porque todos los imbéciles se alían contra él, según Jonathan Swift. Siempre ha sido así… Tu triunfo es el saber que legas a los demás, las mentes que instruyes. No puedes dar la espalda a tantas alegrías y satisfacciones y sólo tener en cuenta los celos de una pandilla de inconscientes porfiados.

– Desde luego, Mohamed, nunca te enterarás. Eres demasiado bueno, y de una ingenuidad desesperante. Yo no me estoy vengando: reivindico mi inteligencia, mi integridad, mi derecho a ser grande, y guapo, y consagrado. Se acabó eso de aceptar la exclusión, de pasar por alto tantos años de ostracismo, de despotismo intelectual, segregacionista y obtuso. Soy profesor emérito…

вернуться

* âaryanne: los miserables, los pobres.