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Conocerse es errar, y el oráculo que dijo «Conócete» propuso un trabajo mayor que los de Hércules y un enigma más negro que el de la Esfinge. Desconocerse conscientemente, he ahí el camino. El desconocerse concienzudamente es el empleo activo de la ironía. No conozco cosa mayor, ni más propia del hombre que es de verdad grande, que el análisis paciente de la inconsciencia de nuestras conciencias, la metafísica de las sombras autónomas, la poesía del crepúsculo de la desilusión.

Pero siempre nos engaña algo, siempre se nos embota algún análisis, siempre la verdad, aunque falsa, está más allá de la otra esquina. Y es esto lo que cansa más que la vida, cuando ésta cansa, y que su conocimiento y meditación, que nunca dejan de cansar.

Me levanto de la silla en donde, apoyado distraídamente en la mesa, me he entretenido en narrar para mí estas impresiones irregulares. Me levanto, hiergo el cuerpo en sí mismo, y voy a la ventana, alta por cima de los tejados, desde donde puedo ver a la ciudad ir a dormir en un comienzo lento de silencio. La luna, grande y de un blanco blanco, elucida tristemente las diferencias apretujadas de las casas. Y el claro de luna parece iluminar álgidamente todo el misterio del mundo. Parece mostrarlo todo, y todo es sombras con mezclas de luz mala, intervalos falsos, desniveladamente absurdos, incoherencias de lo visible. No hay brisa, y parece que el misterio es mayor. Siento náuseas en el pensamiento abstracto. Nunca he escrito una página que me revele o que revele algo. Una nube muy leve flota vaga por cima de la luna, como un escondrijo. Ignoro, como estos tejados. He fracasado, como la naturaleza entera [378].

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[378] Publicado en presença, vol. 2, n.° 32, Nov. 1931-Fev. 1932, p. 8. Firmado por Fernando Pessoa y atribuido a Bernardo Soares.