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Mis lecturas predilectas son la repetición de los libros triviales que duermen conmigo a mi cabecera. Hay dos que nunca me dejan -la Retórica del Padre Figueiredo [52] y las Reflexiones sobre la Lengua Portuguesa del Padre Freiré [53]. Estos libros los releo siempre, y bien; y, si es cierto que ya los he leído muchas veces, también es cierto que no he leído seguido ninguno de ellos. Debo a estos libros una disciplina que casi creo imposible en mí; una regla de escribir objetivado, una ley de la razón de que las cosas estén escritas.

El estilo afectado, claustral, humilde, del Padre Figueiredo es una disciplina que hace las delicias de mi entendimiento. La difusión, casi siempre sin disciplina, del Padre Freiré entretiene a mi espíritu sin cansar, y me educa sin causarme preocupaciones. Son espíritus de eruditos y de sosegados que le sientan bien a mi ninguna disposición para ser como ellos, o como cualquier otra persona.

Leo y me abandono, no a la lectura, sino a mí mismo. Leo y me adormezco, y es como entre sueños como sigo la descripción de las figuras retóricas del Padre Figueiredo, y es por bosques encantados por donde oigo al Padre Freiré enseñar que se debe decir Magdalena, pues Madalena sólo lo dice el vulgo.

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He meditado hoy, en un intervalo de sentir, en la forma de prosa que uso. En verdad, ¿cómo escribo? He tenido, como todos han tenido, el deseo pervertido de querer tener un sistema y una norma. Es cierto que he escrito antes de la norma y del sistema; en esto, por tanto, no soy diferente de los demás.

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[52] V. nota 21.

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[53] El P. Francisco José Freiré (1719-1773) publicó, bajo el pseudónimo de Cándido Lusitano, un Arte Poética en la que define la doctrina literaria de los árcades o neoclásicos.