¡Refinamiento último! ¡Perversión /máxima/! La mentira absurda tiene todo el encanto de lo perverso con el último y mayor encanto de ser inocente. La perversión de propósito inocente -¿quién excederá, oh (…), el refinamiento máximo de esto? ¡La perversión que no aspira a producirnos placer, que no tiene la furia de causarnos dolor, que cae al suelo entre el placer y el dolor, inútil y absurda como un juguete mal hecho con el que un adulto quisiera divertirse!
Y cuando la mentira empieza a producirnos placer, digamos la verdad para mentirle. Y cuando nos produzca angustia, paremos, para que el sufrimiento no signifique para nosotros ni perversamente placer…
¿No conoces, oh Deliciosa, el placer de comprar cosas que no son necesarias? ¿Conoces el sabor a los caminos que, si los tomásemos distraídos [391], sería por error por lo que los tomaríamos? ¿Qué acción humana tiene un color tan bello como las acciones espurias -(…) que mienten a su propia naturaleza y desmienten a lo que es su intención?
¡La sublimidad de desperdiciar una vida que podría ser útil, de nunca ejecutar una obra que por fuerza sería bella, de abandonar a medio camino la vía segura de la victoria!
Ah, amor mío, la gloria de las obras que se han perdido y nunca se encontrarán, de los tratados que hoy no son más que títulos, de las bibliotecas que ardieron, de las estatuas que fueron rotas.
Qué santificados de lo Absurdo los artistas que quemaron una obra muy bella, de aquellos que, pudiendo hacer una obra bella, a propósito la hicieron imperfecta, de aquellos poetas máximos del Silencio que, reconociendo que podrían hacer una obra del todo perfecta, prefirieron osar [392] no hacerla nunca. (Si fuera imperfecta, va.)