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[…] Siento una gran indiferencia por su obra. Ya lo he visto… Nunca he podido admirar a un poeta que me ha sido imposible ver.

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Ha sido siempre con disgusto como he leído en el diario de Amiel las referencias que recuerdan que publicó libros. La figura se rompe allí. Si no fuera por eso, ¡qué grande!

El diario de Amiel me duele siempre por mi culpa.

Cuando llegué a ese punto en el que dice que sobre él descendió el fruto del espíritu como «la conciencia de la conciencia», sentí una referencia directa a mi alma.

(Posterior a 1915.)

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Parecerá a muchos que este diario mío, hecho para mí, es demasiado artificial. Pero es de mi naturaleza el ser artificial. ¡Con qué he de entretenerme, además, sino con escribir estos apuntes espirituales! Por lo demás, no cuidadosamente los escribo. Es, incluso, sin cuidado limador como los agrupo. Pienso naturalmente en este lenguaje mío refinado.

Soy un hombre para quien el mundo exterior es una realidad interior. Siento esto, no metafísicamente, sino con los sentidos usuales con que captamos la realidad.

Mi [396] frivolidad de ayer es hoy una nostalgia (constante) que me roe la vida.

Hay claustros en esta hora. Ha atardecido en los retraimientos. En los ojos azules de los estanques, una última desesperanza refleja la muerte del sol. ¡Éramos tantas cosas de los parques antiguos, de tan voluptuoso modo estábamos incorporados en presencia de las estatuas, en la /poda inglesa de los paseos/! ¡Los vestidos, los espadines, las pelucas, los meneos y los cortejos pertenecían tanto a la substancia de que está [397] hecho nuestro espíritu! ¿Nosotros quién? El surtidor apenas, en el jardín desierto, agua alada, onda ya menos alta en su acto triste de /querer volar/.

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[396] «A nossa» (Nuestra).

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[397] «era» (estaba).