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Si yo hubiese escrito el Rey Lear, soportaría con remordimiento toda mi vida posterior. Porque esa obra es tan grande, qué enormes abultan sus defectos, sus monstruosos defectos, las cosas hasta mínimas que hay entre ciertas escenas y su posible perfección. No es el sol con manchas; es una estatua griega rota. Todo cuanto ha sido hecho está lleno de errores, de faltas de perspectiva, de ignorancias, de rasgos de mal gusto, de debilidades y distracciones. Escribir una obra de arte del tamaño preciso para ser grande, y la perfección precisa para ser sublime, nadie posee el don divino de hacerlo, la suerte de haberlo hecho. Lo que no puede salir de una vez sufre de lo accidentado de nuestro espíritu.

Si pienso en esto, entra en mi imaginación un desconsuelo enorme, una dolorosa certeza de nunca poder hacer nada de bueno y útil para la Belleza. No hay método para conseguir la perfección excepto ser Dios. Nuestro mayor esfuerzo dura tiempo; el tiempo que dura atraviesa diferentes estados de nuestra alma, y cada estado de alma, como no es otro cualquiera, perturba con su personalidad la [399] individualidad de la obra. Sólo tenemos la seguridad de escribir mal cuando escribimos; la única obra grande y perfecta es aquella que nunca se sueñe realizar.

Sigue escuchándome y compadécete. Oye todo esto y dime después si el sueño no vale más que la vida. El trabajo nunca da resultado. El esfuerzo nunca llega a ninguna parte. Sólo la abstención es noble y elevada, porque ella es la que reconoce que la realización es siempre inferior, y que la obra hecha es siempre la sombra grotesca de la obra soñada.

Poder escribir, en palabras sobre papel, que se puedan después leer en voz alta y oír, los diálogos de los personajes de mis dramas imaginados: Esos dramas tienen una acción perfecta y sin interrupción, diálogos sin quiebra, pero ni la acción se esboza en mí en longitud, para que yo la pueda proyectar en realización, ni son propiamente palabras lo que forma la substancia de esos diálogos íntimos, para que, oídas con atención, yo las pueda traducir a escritas.

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[399] En el original impreso, «e» (y), lo que parece descuido del autor o errata por «a» (la).