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Otras veces, este cuarto estrecho es apenas una ceniza de bruma en el horizonte de esta tierra diferente… Y hay momentos en que el suelo que allí pisamos es esta alcoba visible…

Sueño y me pierdo, doble de ser yo y esa mujer… Un gran cansancio y un fuego negro que me consume… Una gran ansia pasiva es la vida falsa que me oprime…

¡Oh felicidad empañada!… ¡Oh eterno estar en la bifurcación de dos caminos!… Sueño, y por detrás de mi atención sueña alguien conmigo… Y tal vez yo no sea sino un sueño de ese Alguien que no existe…

¡Allá fuera, la alborada tan lejana! ¡La floresta tan aquí ante otros ojos míos!

Y yo, que lejos de ese paisaje casi lo olvido, es al tenerlo cuando siento añoranzas de él, es al recorrerlo cuando lloro y a él aspiro…

¡Los árboles! ¡Las flores! ¡El esconderse frondoso de los caminos!…

Paseábamos a veces, del brazo, bajo los cedros y los algarrobos [409] y ninguno de nosotros pensaba en vivir. Nuestra carne era para nosotros un perfume vago y nuestra vida un eco de rumor de fuente. Nos dábamos la mano y nuestras miradas se preguntaban lo que sería ser sensual y querer realizar en la carne la ilusión del amor…

En nuestro jardín había flores de todas las bellezas… -rosas de contornos enrollados, lirios de un blanco amarilleciéndose, amapolas que estarían ocultas sí su rojo no les atisbase presencia, violetas poco en la margen tizada de los bancales, miosotis mínimos, camelias estériles de perfume… Y, pasmados por cima de las hierbas altas, ojos, los girasoles aislados nos miraban grandemente.

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[409] En el original, «olaias» (Cercis siliquastrum), árbol de la familia de las leguminosas. No se trata del algarrobo vulgar (Ceratonia siliqua), muy abundante en España y Portugal (portugués: «alfarrobeira»), sino del llamado algarrobo loco o árbol de Judas, o de Judea, de gran valor ornamental debido al color de su abundante floración.