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La mañana ha roto, como una caída, desde la cima pálida de la Hora…

Han terminado de arder, amor mío, en el hogar de nuestra vida, las astillas de nuestros sueños…

Desengañémosnos de la esperanza, porque traiciona, del amor, porque cansa, de la vida, porque harta y no sacia, y hasta de la muerte, porque trae más de lo que se quiere y menos de lo que se espera.

Desengañémosnos, oh Velada, de nuestro propio tedio, porque se envejece de sí mismo y no osa ser toda la angustia que es.

No lloremos, no odiemos, no deseemos…

Cubramos, oh Silenciosa, con un sudario de lino fino el perfil rígido y muerto de nuestra Imperfección… [411]

9

Pasábamos, jóvenes todavía, bajo los árboles altos y el vago susurro de la floresta. En los claros, súbitamente surgidos del acaso del camino, el claro de luna los hacía lagos, y las márgenes, enmarañadas de ramas, eran más noche que la misma noche. La brisa vaga de los grandes bosques respiraba con ruido entre los árboles. Hablábamos de las cosas imposibles; y nuestras voces eran parte de la noche, del claro de luna y de la floresta. Las oíamos como si fuesen de otros.

No carecía de caminos la floresta incierta. Había atajos que, sin querer, conocíamos, y nuestros pasos fluctuaban en ellos entre los moteados de las sombras y la vibración 7 bis vaga de la luz dura y fría. Hablábamos de las cosas imposibles y todo el paisaje real era también imposible.

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[411] Publicado en la revista A Águia, 2.ª série, vol. IV, jul.-dic. de 1913, pp. 38-42, firmado por Fernando Pessoa y con la referencia «Del Libro del desasosiego, en preparación». Los editores no han encontrado el original.

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7 bis En el original, «o palhetar vago». Para esta traducción, v. supra, nota 354.