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Al final de este día queda lo que quedó de ayer y quedará de mañana: al ansia insaciable e innúmera de ser siempre el mismo y otro.
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Mi hábito vital de incredulidad en todo, especialmente en el instinto, y mi actitud natural de insinceridad, son la negación de obstáculos en que hago esto constantemente.
En el /fondo/, lo que sucede es que hago de los otros mi sueño, doblándome sus opiniones para, expandiéndolas por medio de mi raciocinio y mi intuición, volverlas mías y (yo, no teniendo opinión, puedo tener las de ellos lo mismo que cualesquiera otras) para doblarlas a mi gusto y hacer de sus opiniones cosas emparentadas con mis sueños.
De tal manera antepongo el sueño a la vida que consigo, en el trato verbal, (no teniendo otro) continuar soñando, y persistir, a través de las opiniones ajenas y de los sentimientos de los demás, en la línea fluida de la vida, una personalidad amorfa.
Cada otro es un canal o una reguera por donde el agua del mar sólo corre a gusto de ellos, marcado, con los resplandores del agua al sol, el curso curvo de su orientación más realmente que podría hacerlo su sequedad.
Pareciéndole a veces, a mi análisis [57] rápido, parasitar a los otros, lo que sucede en realidad es que les obligo a ser parásitos de mi posterior emoción. Hábito de vivir las /cortezas/ de sus individualidades. Calco sus pisadas en arcilla de mi espíritu y así, más que ellos, llevándolas para dentro de mi conciencia, he dado sus pasos y andado por su(s) camino(s).