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Un silencio frío. Los ruidos de la calle como si fueran cortados a cuchillo. Se ha sentido, prolongadamente, como un malestar de todo, un suspender cósmico de la respiración. Se ha parado el universo entero. Momentos, momentos, momentos. La tiniebla se ha encarbonado de silencio.

Súbitamente, acero vivo, (…)

¡Qué humano era el campanillazo metálico de los tranvías!

¡Qué paisaje alegre la simple lluvia en la calle resucitada del abismo!

¡Oh Lisboa, hogar mío!

¿1930?

57

Me sentí inquieto ya. De repente, el silencio había dejado de respirar.

Súbitamente, de acero, un día infinito se astilló. Me agaché, animal, contra la mesa, con las manos garras inútiles encima del tablero liso. Una luz sin alma entró en los rincones y en las almas, y un sonido de montaña próxima se precipitó de lo alto, rasgando con un grito el velo duro [109] del abismo. Se paró mi corazón. Me latió la garganta. Mi conciencia sólo vio un borrón de tinta en un papel.

58

Primero es un sonido que forma otro sonido, en la concavidad nocturna de las cosas. Después es un aullido vago, acompañado del oscilar rozado de los letreros de la calle. Después, todavía, hay un alto de pronto en la voz lavada [110] del espacio, y todo se estremece, y no oscila y hay silencio en el miedo de todo esto con un miedo sordo que sólo […] cuando ha pasado.

Después no hay nada más que el viento, y me doy cuenta con sueño de que las puertas se estremecen presas y las ventanas producen un sonido de cristal que resiste.

No duermo. Entresueño.

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[109] «sedas».

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[110] Lectura dudosa.