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Tengo vestigios en la conciencia. Pesa en mí el sueño sin que la inconsciencia pese… No soy. El viento… Despierto y vuelvo a dormirme, todavía no me he dormido. Hay un paisaje de ruido alto y torvo más allá de que me desconozco. Disfruto, recatado, la posibilidad de dormir. En efecto duermo, pero no sé si duermo. Hay siempre en lo que creemos [111] que es el ruido un ruido de final de todo, el viento en lo oscuro, y, si sigo escuchando, el ruido de los pulmones y del corazón.

59

El viento se levanta… Primero era como la voz de un vacío… un soplar del espacio dentro de un agujero, una falta en el silencio del aire. Después eleva un sollozo, un sollozo del mundo, el sentirse que temblaban vidrieras y que era realmente viento. Después sonó más alto, bramido sordo, un bramar [112] sin ser […] un crujir de cosas, un caer de pedazos, un átomo del fin del mundo.

Después, parecía que (…)

(Posterior a 1923.)

60

Entré en la barbería de la manera acostumbrada, con el placer de serme fácil entrar sin embarazo en las casas conocidas. Mi sensibilidad de lo nuevo es angustiosa: tengo calma sólo donde ya he estado.

Cuando me senté en la butaca, pregunté, por un acaso que recuerda, al muchacho barbero que me estaba poniendo al cuello un paño frío y limpio, qué tal le iba al compañero de la butaca de la derecha, más viejo y con ingenio, que estaba enfermo. Le pregunté sin que me apremiase la necesidad de preguntar: se me ocurrió la oportunidad por el local y el recuerdo. «Se murió ayer», respondió sin entonación la voz que estaba detrás del paño y de mí, y cuyos dedos se levantaban de la última inserción en la nuca, entre mí y el cuello de la camisa. Toda mi buena disposición irracional se murió de repente, como el barbero eternamente ausente de la butaca de al lado. Hizo frío en todo cuanto pienso. No dije nada.

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[111] Lectura dudosa.

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[112] Lectura dudosa.