Pero hay algo más… En estas horas lentas y vacías, me sube del alma a la mente una tristeza de todo el ser, la amargura de ser al mismo tiempo una sensación mía y una cosa exterior, que no está en mi poder alterar. ¡Ah, cuántas veces mis propios sueños se me imponen como cosas, no para substituirme a la realidad, sino para confesárseme sus pares en no quererlos yo, en surgirme por fuera como el tranvía que da la vuelta en la curva del extremo de la calle, o la voz del pregonero nocturno, de no sé qué cosa, que se destaca, tonada árabe, como un borbotón súbito, de la monotonía del atardecer [114].
Pasan matrimonios futuros, pasan las parejas de modistillas, pasan jóvenes con urgencia de placer, fuman en el paseo de siempre los jubilados de todo, en una u otra puerta se resguardan los vagos parados que son dueños de las tiendas. Lentos, fuertes y débiles los reclutas sonambulizan en grupos ora muy ruidosos [115], ora más que ruidosos. Gente normal surge de vez en cuando. Allí los automóviles no son muy frecuentes a estas horas […] En mi corazón hay una paz de angustia, y mi sosiego está hecho de resignación.
Pasa todo esto y nada de todo esto me dice nada, todo es ajeno a mi sentir, […] cuando el acaso tira piedras, ecos de voces desconocidas -ensalada colectiva de la vida.
El cansancio de todas las ilusiones y de todo lo que hay en las ilusiones: su pérdida, la inutilidad de tenerlas, el antecansancio de tener que tenerlas para perderlas, la amargura de haberlas tenido, la vergüenza intelectual de haberlas tenido sabiendo que tendrían tal fin.