Otros se especializan en el conflicto físico, y han matado a los campeones de boxeo de Europa una noche de juerga, en la esquina del Chiado [121]. Unos son influyentes con todos los ministros de todos los ministerios, y éstos son aquellos de los que menos hay que dudar, pues no repugna.
Unos son grandes sádicos, otros son grandes pederastas, otros confiesan, con una tristeza de voz alta, que son brutales con las mujeres. Las llevaron allí, a latigazos, por los caminos de la vida. Al fin se quedan debiendo el café.
Hay los poetas, hay los (…)
No conozco mejor cura para todo este lamazal de sombras que el conocimiento directo de la vida humana corriente, en su realidad comercial, por ejemplo, como la que surge en la oficina de la Calle de los Doradores. ¡Con qué alivio volvía yo de aquel manicomio de títeres hacia la presencia real de Moreira, mi jefe, contable auténtico y sabedor, mal vestido y mal tratado, pero lo que ninguno de los otros conseguía ser, lo que se dice un hombre…!
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Comparados con los hombres sencillos y auténticos, que pasan por las calles de la vida, con un destino natural y callado, esas figuras de los cafés asumen un aspecto que no sé definir sino comparándolas con ciertos duendes de los sueños -figuras que no son de pesadilla ni de disgusto, pero cuyo recuerdo, cuando despertamos, nos deja, sin que sepamos por qué, un sabor a asco pasado, un disgusto de algo que está con ellos pero que no se puede definir como siendo suyo.