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– Ilumina la oscuridad…

Tercera Parte

Las campanas se aquietan

El monstruo de bronce lo había matado.

The Rosamonde

Julian Sermet

El río Wale inundó durante catorce días los Fenchurches. El agua cubría todo St Stephen y la línea de ferrocarriles estaba bajo veinte centímetros de agua, de modo que los trenes pasaban muy lentamente provocando una pequeña ola a izquierda y a derecha. St Peter fue la localidad más afectada, ya que el agua llegó hasta las ventanas de los segundos pisos. En St Paul, el agua había alcanzado los dos metros y medio, excepto en el montículo donde estaban la iglesia y la vicaría, que habían quedado a salvo.

La organización del párroco funcionó de maravilla. Tuvieron víveres para los tres primeros días, y después el servicio de botes de emergencia traía comida fresca desde las ciudades vecinas. En la iglesia se inició una vida muy curiosa, como si estuvieran en una isla, que adquirió ritmo propio con el paso de los días. Cada mañana se anunciaba con un repique de campanas, que hacía que los granjeros salieran fuera a ordeñar las vacas. Traían agua caliente de la vicaría con abrevaderos con ruedas. Se sacudían las sábanas y se guardaban debajo de los bancos; se retiraba la lona que, durante la noche, separaba a los hombres y a las mujeres y se celebraba un pequeño servicio de himnos y oraciones para empezar a preparar las cosas en la capilla de mujeres. El desayuno se cocinaba siguiendo las instrucciones de Bunter y miembros del Instituto de Mujeres lo repartían por los bancos, y después todo el mundo se ponía a trabajar. En la nave sur se impartían las clases, lord Peter Wimsey organizaba juegos en el jardín de la vicaría, los ganaderos cuidaban a los animales, los propietarios de gallinas metían todos los huevos en una cesta común, la señora Venables presidía un club de costura en la vicaría. Había dos radios: una en la vicaría y otra en la iglesia, que entretenían a la gente y cuyas baterías se recargaban continuamente con un sistema que los Wilderspin conectaron al Daimler de lord Peter. Tres noches a la semana se dedicaban a los conciertos y las charlas, organizadas por la señora Venables, la señorita Snoot y los coros combinados de St Paul y St Stephen, con la ayuda de la señorita Hilary y Bunter. Los domingos, la actividad se iniciaba con una celebración matinal, seguida de una misa común conducida por los dos párrocos anglicanos y los dos ministros protestantes. Se celebró una boda, que estaba fijada para uno de los días que estuvieron encerrados, y fue la ocasión perfecta para que todos se vistieran de gala; y también nació un niño al que bautizaron como Paul (por la iglesia) Christopher (porque St Christopher era el santo de los ríos y las inundaciones), aunque el párroco tuvo que pelear para hacer desistir a los padres en su empeño por llamarlo «Inundación Van Leyden».

Al decimocuarto día, Wimsey, que salió a darse un baño en lo que antes había sido una calle, vio que el nivel del agua había bajado treinta centímetros y volvió, agitando con la mano una rama de laurel que había cogido del jardín de una casa, como el sustituto más cercano al olivo. Ese día tocaron un carrillón muy alegre de Kent Treble Bob Major y, desde el otro lado de las tierras inundadas, escucharon la respuesta de las campanas de St Stephen.

– El olor -dijo Bunter, mirando el desierto de destrozos y algas en lo que se había convertido St Paul- es muy desagradable, milord, incluso me atrevería a decir que no es higiénico.

– Tonterías, Bunter -dijo Wimsey-. En el sur lo llamarían ozono y pagarían mucho dinero por poder respirarlo.

Las mujeres del pueblo se hacían cruces del trabajo que les costaría limpiar y ordenar las casas, y los hombres se quejaban de cómo habían quedado los campos.

Los cuerpos de Will Thoday y John Cross aparecieron en St Stephen, hasta donde los había arrastrado la corriente. Los enterraron bajo la sombra de la torre de St Paul, con toda la solemnidad posible, repique incluido. Hasta que ambos descansaron en paz Wimsey no habló con el párroco y el comisario Blundell.

– Pobre Will -dijo-. Murió como un hombre y se llevó sus pecados con él. Seguro que no quería hacerle mal a nadie, pero creo que quizá se imaginó cómo había muerto Deacon y se sintió responsable. Aunque ahora ya no tenemos que buscar al asesino.

– ¿Qué quiere decir, milord?

– Porque -dijo con una amarga sonrisa- los asesinos de Geoffrey Deacon ya están colgados, y muy por encima del infierno.

– ¿Asesinos? -preguntó el comisario-. ¿Más de uno? ¿Quiénes fueron?

– Gaude, Sabaoth, John, Jericho, Jubilee, Dimity, Batty Thomas y Sastre Paul.

Se hizo un largo silencio. Wimsey añadió:

– Debería haberlo adivinado. Creo que se dice de la Catedral de San Pablo que cuando uno entra en la sala de las campanas mientras tocan un carrillón, no sale vivo. También sé que si la noche que tocaron la alarma hubiera estado diez minutos más allí arriba, también yo estaría muerto. No sé de qué, si de una apoplejía o un infarto, de lo que sea. Estoy seguro que aquella nota tan aguda habría roto una jarra de cristal. Sé que ningún ser humano podría resistir el ruido de las campanas durante más de un cuarto de hora, y Deacon estuvo allí encerrado y atado durante nueve interminables horas el día de Nochevieja.

– ¡Dios mío! -exclamó el comisario-. Entonces, cuando usted dijo que podía haberlo matado el párroco, Hezekiah Lavender o usted mismo, tenía razón.

– Sí -dijo Wimsey-. Fuimos nosotros. -Se quedó un momento pensando y continuó-. Es más, el ruido debió de ser mucho peor aquella noche porque la nieve hacía de pantalla y no dejaba escapar el sonido. Geoffrey Deacon era un mal hombre, pero cuando pienso en la terrible agonía de su muerte…

Se vino abajo, con la cabeza entre las manos, como si instintivamente quisiera hacer callar aquel ruido que todavía retumbaba en su cabeza. En medio del silencio, se oyó la suave voz del párroco.

– Siempre ha habido leyendas sobre Batty Thomas. Ya mató a dos hombres hace años, y Hezekiah puede asegurarles que las campanas se ponen celosas frente a la presencia del diablo. A lo mejor Dios habla a través de esas bocas metálicas inarticuladas. Es el mejor juez, y el único, fuerte y paciente, y cada día alguien lo provoca.

– Bueno -dijo el comisario, más alegre de lo habitual-. Parece que no tendremos que hacer más averiguaciones. El tipo está muerto, y el que lo encerró allí arriba también, el pobre, y eso es todo. No entiendo demasiado de campanas, pero me fiaré de usted, milord. Supongo que será cuestión de períodos de vibración. Parece que es la mejor solución, y así se lo comunicaré al inspector jefe. Y eso es todo. -Se levantó y añadió-: Que tengan un buen día, caballeros.

Y se marchó.

La voz de todas las campanas de Fenchurch St Pauclass="underline" Gaude, Gaudy Domnini in laude. Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus Sabaoth. John Colé me hizo, John Presbyter me pagó y John Evangelista me ayudó. De Jericho a John no hay campana que mejore mi sonido. Jubílate Deo. Nunc Dimittis, Domine. El abad Thomas me colocó aquí y me hizo tocar alto y claro. Pavle es mi nombre y debe respetarse.

Gaude, Sabaoth, John, Jericho, Jubilee, Dimity, Batty Thomas y Sastre Paul.

Nueve sastres dicen que un hombre de Dios ha llegado a su fin.

Dorothy L. Sayers

***

[1] Nombre que se da a la tercera y última fase del gótico inglés, que abarca el período comprendido entre 1350 y 1530