Discutió con Su familia y partió para Cafarnaum, donde habría de vivir con sus amigos. Y, es durante esos años, que empezó a realizar milagros.
Dos hombres venían caminando hacia él.
Eran más bajos que él, pero con robusta musculatura; cada uno llevaba el espeso cabello negro atado en una cola detrás de la cabeza. Su ropa era funcionaclass="underline" lo que parecían ser prendas de una pieza hechas de algodón, con faltriqueras profundas y muy usadas. Estaban caminando por la orilla del mar, sin prestar atención a las olas pequeñas que rompían a sus pies. Daban la impresión de tener cuarenta años, pero era probable que fueran más jóvenes. Se los veía saludables, bien alimentados, prósperos. Probablemente eran mercaderes, pensó.
Estaban tan enfrascados en su conversación que aún no habían advertido su presencia.
…No, se recordó a sí mismo: no lo podían ver a David…porque él no había estado ahí, en ese día desaparecido hacía ya mucho, cuando esa conversación bajo un sol candente había tenido lugar. Ninguno de los circunstantes era consciente de que un hombre que vendría del futuro remoto, un día se maravillaría al verlos, un hombre que tenía la capacidad de hacer que este instante cotidiano cobrara vida y se repitiera una vez y otra, absolutamente inmutado.
Él retrocedió cuando los hombres chocaron suavemente con él. La luz pareció disminuir de intensidad y no sintió más la agudeza de las piedras debajo de los pies.
Pero después siguieron de largo, alejándose de él, y su conversación no se vio perturbada ni en una palabra por el fantasmal encuentro. La vivida realidad del paisaje se restableció con tanta tranquilidad como si él hubiera ajustado los controles de una invisible pantalla flexible.
Siguió caminando hacia Cafarnaum.
Jesús podía curar enfermedades de origen psicosomático y causadas por sugestión, tales como los dolores de espalda, la tartamudez, las úlceras, el estrés, la fiebre del heno, las parálisis y ceguera por histeria; incluso los falsos embarazos. Algunas de las curaciones eran notables y muy conmovedoras de presenciar. Pero se limitaban a aquellas gentes cuya creencia en Jesús era más fuerte que su creencia en la enfermedad y, al igual que con cualquier otro sanador antes de Él o después, Jesús no tenía la capacidad de curar enfermedades orgánicas más profundas. (Hay que reconocerle que Él jamás afirmó poder hacerlo).
Como era natural, sus milagros de curación atrajeron a gran cantidad de seguidores. Pero lo que distinguía a Jesús de los muchos otros jasidim de Su época era el mensaje que Él predicaba junto con Sus curaciones.
Jesús estaba convencido de que la Era Mesiánica prometida por los profetas llegaría no cuando los judíos hubieran obtenido la victoria en lo militar sino cuando se volvieran puros de corazón. Estaba convencido de que esta pureza interior se iba a lograr no mediante una vida que fuera nada más que de pureza en lo exterior sino a través del sometimiento a la terrible clemencia de Dios. Y creía que esta clemencia se hacía extensiva a todo Israeclass="underline" a los intocables, a los impuros, a los desclasados y a los pecadores. A través de Sus curaciones y exorcismos demostró la realidad de ese amor. Jesús fue la Proporción Áurea entre lo divino y lo humano. Eso explica por qué la atracción que ejercía era eléctrica: parecía poder lograr que el pecador más abyecto se sintiera cerca de Dios.
Pero en esa nación ocupada, pocos tenían el refinamiento suficiente como para entender Su mensaje. Jesús se volvió impaciente ante las vociferantes exigencias que se Le hacían para que revelara de Sí mismo que era el Mesías. Y los lestai que se sentían atraídos por Su presencia carismática empezaron a ver en Él un conveniente punto focal para un alzamiento contra los odiados romanos. Los problemas empezaron a acumularse.
David vagó por las habitaciones pequeñas y cuadradas como un fantasma, mirando a la gente, las mujeres, los sirvientes y los niños, que iban y venían.
La casa era más impresionante de lo que había esperado. Estaba construida según el modelo de una casa de campo romana, con un atrio abierto central y diversas habitaciones que se abrían hacia él, a manera de un claustro. El decorado era muy mediterráneo, la luz, densa y brillante; las habitaciones, abiertas al aire sereno.
Ya en época tan temprana del ministerio de Jesús, más allá de las paredes de Su casa había un campamento permanente: los enfermos, los lisiados, los potenciales peregrinos; una ciudad en miniatura formada por tiendas.
Tiempo después, en este sitio se iba a construir un convento y después, en el siglo V, una iglesia bizantina que habría de sobrevivir hasta los días mismos de David, junto con la leyenda de aquellos que una vez habían vivido ahí.
En ese momento hubo un ruido fuera de la casa: el sonido de pies que corren, de gente gritando. David salió con paso vivo al exterior.
La mayoría de los habitantes de la ciudad de tiendas, algunos de los cuales exhibían una sorprendente y jovial presteza, se apresuraba por llegar hacia el centelleante mar, al que David pudo distinguir por entre las casas. Siguió a la multitud que se estaba congregando, alzándose por encima de la muchedumbre que lo rodeaba, y trató de no hacer caso del hedor causado por la suciedad en la gente y en las cosas, mucho del cual era extrapolado por el soporte lógico de control con inoportuna autenticidad; la percepción directa de los olores a través de las cámaras Gusano todavía era una cuestión nada confiable.
La muchedumbre se desplegaba a medida que llegaba al muelle rudimentario. David se abrió camino a través del gentío y alcanzó el borde del agua, sin hacer caso de las temporarias disminuciones de luminosidad que se producían cuando los galileos, en su avidez por llegar, pasaban rozándolo o a través de él.
Había una sola barca en el agua mansa: quizá tenía seis metros de largo, era de madera y su construcción era tosca. Cuatro hombres estaban remando con paciencia hacia la orilla. Al lado de un fornido timonel que estaba en la popa había una red de pesca recogida formando una pila sobre sí misma.
Otro hombre estaba parado en la proa, mirando hacia la gente que estaba en la orilla.
David oyó los murmullos: Él había estado predicando, desde la barca, en otros sitios a lo largo de la orilla. Tenía una voz imponente que se transmitía muy bien por el agua, éste es lesho, éste es Jesús.
David se esforzó por verlo con más claridad. Pero la luz que se reflejaba en el agua lo encandilaba.
…Y, por eso, debemos volver, con renuencia, al verdadero relato de la Pasión.
Jerusalén, compleja, caótica, edificada con la radiantemente brillante piedra blanca local, en esta Pascua judía[6] estaba atestada de peregrinos que habían venido a comer el cordero pascual dentro de los confines de la ciudad santa, como lo exigía la tradición. Pero la ciudad también contaba con la pesada presencia de soldados romanos. Y en esta Pascua, en particular, se sucedía un tiempo de mucha tensión, pues había muchos grupos de insurrectos operando allí, por ejemplo, los zelotes, feroces opositores a Roma, y los iscarii, asesinos que habitualmente actuaban sobre las multitudes que asistían a las conmemoraciones. Era en medio de este epicentro del conflicto histórico que caminaban Jesús y Sus seguidores.
El grupo de Jesús comió su ágape de Pascua judía. (Pero no se recitó la Eucaristía; no existió la orden de Jesús de tomar pan y vino en recuerdo de Él, como si fueran fragmentos de Su propio cuerpo. Es evidente que este rito es una creación de los redactores del Evangelio. Esa noche, Jesús tenía muchas ideas en su cabeza… pero no el invento de una nueva religión).
6
En realidad,