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Tras contar silenciosamente hasta diez, agarró su bolso y salió a toda prisa de la habitación. El pasillo no le era familiar, pero giró hacia la derecha, luego dobló la primera esquina y de repente se quedó parada cuando vio algo que solo podría describirse como el santuario de la familia de Witt Danvers. Cuadros, placas y trofeos diversos reposaban en una vitrina de cristal metida en el muro, del cual sobresalía de forma prominente.

Tuvo que tomar aliento con fuerza mientras miraba un retrato de ellos tres: Witt, Katherine y London. ¿Podría ser…? El corazón de Adria dio un vuelco y pasó la mano por el cristal, desplazando con cada uno de los dedos un pequeño reguero de polvo. Katherine estaba sentada en una silla de mimbre, vestida con un traje de color vino, cerrado por el cuello y con mangas largas. Su garganta estaba rodeada por un collar de diamantes y en sus dedos brillaban más diamantes. Sostenía entre sus brazos a London, una niña de picara sonrisa que parecía tener unos tres años. El cabello rizado de London caía en tirabuzones; llevaba un vestido de terciopelo rosa con cuello de encaje y bordados en los extremos de las mangas cortas. Witt estaba de pie al lado de ellas, con una mano colocada con gesto posesivo sobre el hombro de su esposa. Miraba a la cámara sonriendo y sus ojos parecían brillar con picardía.

«Papá», intentó decir ella, pero la palabra no llegó a salir de su boca. ¿Habría sido aquella su familia? Su familia biológica. Se le hizo un hueco en el pecho. «¡Oh, Dios!» Sus ojos se nublaron de lágrimas y notó que sus dientes se clavaban en el labio inferior. Después de tantos años de no saber, ¿Acaso estaba ahora mirando una foto de su familia? Sintió calor en la garganta y parpadeó, mientras recorría la curva de la mandíbula de Katherine, tan parecida a la suya, con un dedo y luego se quedaba mirando el rostro de la sonriente niña. Era cierto que el parecido, a pesar de que Víctor y Sharon Nash no le habían tomado muchas fotografías siendo niña, era considerable.

– ¿Fuiste tú mi madre? -preguntó en voz baja a la mujer de la foto y luego volvió a colocar un dedo sobre el cristal.

– ¿Tocándolo puedes llegar a saberlo? Sorprendida, dio un salto hacia atrás. No había oído a Zach acercarse, ni se había dado cuenta de que estaba de pie detrás de ella, con un hombro apoyado en la pared, observando su reacción. El corazón empezó a latirle con fuerza bajo el pecho.

– No… no te había oído llegar. -¿Qué opinas del memorial de la familia? -dije él, levantando un hombro. Luego, bebiendo lentamente un trago de su vaso, se quedó mirando la pared llena de cuadros-. La familia Danvers al completo. ¿No es el tipo de recuerdos que te hacen pensar en Ozzie y Harriet [1]?

Adria se quedó mirando la vitrina. Había diplomas y trofeos de fútbol, un premio de la Escuela de Arte de Trisha, un «certificado de alumno sobresaliente» de Nelson, una medalla de natación con el nombre de Jason grabado en ella y una llave de la ciudad dedicada a Witt Danvers. Alrededor de la vitrina había unas cuantas fotografías: de Witt con diversos dignatarios, de Witt con uno o varios de sus hijos, de Witt cuando aún era un muchacho con su padre, de Jason vestido de futbolista, de Nelson vestido de toga y con bonete, de Jason el día de su boda, y también de Trisha vestida de manera formal con un alto y escuálido galán a su lado.

Pero no había ni una sola fotografía, ni una sencilla Polaroid o una foto en blanco y negro de Zachary. No podía creer lo que le estaban diciendo sus ojos y siguió buscándolo entre las fotografías.

– Creo que no me he ganado demasiada popularidad en este concurso -le explicó él como si le hubiera leído el pensamiento-. Al viejo no le iba eso de enmarcar fotografías de fichas policiales.

– Yo, eh, no esperaba encontrarme con esto -dijo ella, acercándose hacia la pared.

– ¿Y quién lo iba a esperar?

Zach se quedó mirando el retrato de Witt con su segunda esposa y su hija, y sus ojos se cruzaron con los de la Katherine del retrato. Adria vio un músculo que palpitaba en su mandíbula y se sintió como si fuera una intrusa en algún lugar sagrado, como en realidad era aquel. De repente le pareció que le costaba respirar, mientras observaba cómo Zach miraba la foto de Katherine.

– No podía encontrar…

El salió de su ensoñación y la oscuridad de sus ojos desapareció.

– Al doblar la esquina, segunda puerta a la izquierda. Ella no esperó a que le diera más indicaciones y salió corriendo hacia el vestíbulo. Andaba a paso ligero, como si estuviera huyendo de algo íntimo y oscuro, y sintió una ligera punzada de terror.

Una vez en el baño, se lavó la cara con agua fría. «No te dejes impresionar por él», se dijo mientras veía su pálido rostro en el espejo. «No te dejes impresionar por él.» Pero no podía quitarse de encima la sensación de que en aquella lujosa mansión había algo maligno y amenazante.

Cuando regresó al estudio, él estaba de nuevo de pie junto a la ventana, mirando hacia la noche lluviosa.

Recordándose a sí misma que necesitaba por lo menos un aliado en aquella familia, que seguramente trataría de desacreditarla, cogió la bebida que él le había preparado y bebió un sorbo que le quemó toda la garganta. -¿Sabes por qué fui a verte a ti primero? -preguntó ella, intentando romper las barreras que él había levantado a su alrededor.

El no contestó, tan solo se quedó mirando hacia la noche como si su negritud le fuera hostil.

– Pensé que tú podrías entenderme.

– Yo no entiendo a los impostores.

– Tú sabes qué se siente al estar alejado de la propia familia -dijo ella con precipitación.

Él levantó ligeramente los hombros y volvió a tomar un trago de su whisky escocés.

– No dejes que unas cuantas fotografías colgadas en la pared te hagan pensar que tú y yo tenemos algo en común. De manera que yo estaba fuera.

– Pero querías volver.

– Dejemos esto claro, hermanita -dijo él, sintiendo que la espalda se le tensaba-:yo nunca quise volver a esta familia. Fue idea del viejo.

– ¿Por qué? -preguntó ella, decidiendo que no llegaría a saber nada de lo que había pasado si no forzaba un poco más la conversación-. ¿Qué le hiciste para que llegara a desheredarte?

– ¿Por qué tenía que haberle hecho yo algo a él? ¿Por qué no él a mí? -Él le lanzó una mirada tan fría que podría haberle roto un hueso y luego volvió a mirar a través de la ventana.

– Sólo era una suposición -admitió ella, pero las manos empezaron a temblarle un poco y tuvo que apretar el vaso con más fuerza. Estar cerca de él ya la sacaba de quicio; estar sentada bajo su dura mirada casi se le hacía imposible.

– Entonces, imagínalo tú misma.

– ¿Qué pasó, Zach?

Él se volvió hacia ella y entonces su ojos, hasta ese momento tan fríos, se entornaron sutilmente y ella sintió que la temperatura de la habitación se elevaba de manera repentina. En su rostro se reflejaban los duros contornos de las llamas de la chimenea, con sombras móviles que producían ángulos y líneas que lo hacían aparecer todavía más duro, más severo; pero también sentía algo más: aquella profunda mirada dirigida hacia ella hacía que el corazón se le acelerara, y era una sensación que no quería pararse a analizar demasiado. Adria se mordió los labios.

– La verdad es que eso no es asunto tuyo. Sin hacer caso del nudo que tenía en el estómago, ella dijo:

– He intentado averiguar qué pasó entre tú y Witt, pero no pude encontrar ninguna explicación. Pensé que tenía que ver con el hecho de que fueras sospechoso del secuestro, que algo que te ocurrió aquella misma noche era la confirmación de que estabas involucrado.

– Es posible que eso tuviera algo que ver -soltó él.

– ¿Y qué más?

La mandíbula de Zach se movió por un momento y ella pensó que él estaba a punto de confiárselo. Pero en lugar de eso volvió a mirar hacia la ventana y contestó: -No importa.

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[1] Protagonistas de una de las más famosas y duraderas comedias de situación televisivas estadounidenses de los años sesenta -«The Adventures of Ozzie and Harriet»-, en la que los miembros de una familia media americana se interpretaban a sí mismos. (N del T.)