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Shep golpeó las tablas del suelo con el rabo. En algún lugar a lo lejos ululó suavemente una lechuza y el batir de unas alas rompió el silencio de la noche. El aire olía a caballos, polvo y artemisa. Zach pensó que podría encontrar la paz ahí afuera, en mitad de ninguna parte. Si no fuera por su familia.

Zach acabó su cena, le dio los huesos al perro y se limpió los dedos en el dobladillo de sus Levi's. Se acabó su Budweiser en dos tragos y volvió a la cocina a por otra. Tras beberse la segunda en otros dos tragos, empezó a sentirse mejor, mientras aplastaba el aluminio de la lata con las manos. Se dirigió hacia su habitación, donde conectó el equipo de música y se tumbó sobre la cama. La canción era un viejo tema de los Doors… Come on baby, light my fire… Como Kat. Chico, esa mujer puede encender fuegos peligrosos. Zach cerró los ojos y dejó que la música lo envolviera.

.… Try and set the night onfire [2]1 Las contraventanas estaban entornadas y un soplo de brisa movía las cortinas. Tenía los ojos abiertos mirando al techo. Estaba caliente, tan caliente como cuando Kat le había besado en el tejado del cobertizo. Solo pensar en estar con ella le había hecho tener sueños húmedos durante tres noches consecutivas. El dolor que sentía en los riñones era tan fuerte que había llegado a considerar la posibilidad de ir con su hermano en coche a Bend, y buscar a alguna mujer que pudiera aliviarle aquel dolor, pero el recuerdo de su última visita a una puta le había hecho preferir quedarse en el rancho. No necesitaba más problemas, pero, ¡cielos!, sí que necesitaba un poco de alivio. Aquella presión. Martilleando, martilleando…

En lo más profundo de su mente sabía que lo que quería no era simplemente cualquier mujer, que no podría llegar a aliviarse con cualquier mujer que estuviera dispuesta; estaba seguro de que nadie más que Kat podría hacerlo, y Kat, su «madrastra», era la peor elección de todas. Se tumbó de lado y se planteó hacerse una paja. Por supuesto que no iba a ser la primera vez que lo hacía, pero aquello le dejaba tan… vacío, o solo, o sintiéndose estúpido. «Enfréntate a eso, Danvers, la deseas a ella. Lo único que tienes que hacer es bajar al vestíbulo, girar en el pasillo y llamar a la puerta de su habitación y ¡el más dulce cono de este lado de las Rocosas te estará esperando para ofrecerte cualquier fantasía con la que puedas soñar!»

Tenía la garganta tan seca que no podía tragar saliva y los ojos le escocían; al final se resignó a su destino echando mano a la bragueta de sus pantalones.

Sintió un crujido en la puerta del balcón, notó el viento que entraba en la habitación y su corazón dio un vuelco. Abrió los ojos de golpe. Al principio pensó que estaba sufriendo alucinaciones al ver a aquella hermosa mujer al otro lado del cristal. La luz de la luna provocaba reflejos plateados en el negro cabello de Kat y refulgía en la parte superior de su pijama de seda. Su corazón empezó a latir con tanta fuerza que estaba seguro de que ella podría oírlo.

Las puertas se abrieron del todo y varias hojas secas entraron en la habitación arrastradas por el viento. Ese mismo viento le apartó el cabello del rostro mientras entraba en la habitación; pudo ver las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Le temblaban los labios y le goteaba la nariz.

– ¿Qué… qué estás haciendo aquí?

– Por favor, abrázame, Zach -susurró ella con una voz estrangulada por el dolor.

– ¿Qué sucede?

Avanzando a tientas hacia el borde de su cama, ella sollozó con fuerza y luego se quedó de pie delante de él, como si dudara.

Él se sentó en la cama. -No deberías estar aquí, Kat…

– Lo sé…, pero… ¡Oh, Dios! -Ella levantó los ojos al cielo y las lágrimas le resbalaron por las mejillas. Entre sollozos apagados, le dijo-: Witt acaba de llamar y dice que la policía ya ha dejado de buscar, la investigación sigue abierta, pero todos creen, la policía y el FBI, que London… que London está muerta. -Las últimas palabras eran apenas un quejido y Zach no pudo contenerse. Se puso en pie y la abrazó intentando consolarla, mientras su cuerpo se estremecía entre sollozos. -¡Oh, Dios, oh, Dios!

Enterrando su cabeza en el pecho de ella, y abrazándola con fuerza, hizo todo lo posible para pensar en ella no como una mujer, sino como una persona a la que el destino acababa de jugar una mala pasada. Ella se colgó de su cuello y empezó a llorar como un niño, con las lágrimas cayéndole sobre su pecho. Él le dijo que todo iba a ir bien, que por supuesto que London estaba viva, que algún día todos ellos la volverían a ver de nuevo, pero incluso mientras pronunciaba aquellas palabras, estaba convencido de que no eran nada más que mentiras.

Cuando al final cesó el estremecimiento de los sollozos de ella, él levantó la cabeza.

– Deberías volver a tu dormitorio, tómate alguna pastilla para dormir…

– No puedo. No quiero estar sola. Por favor, Zach, no me digas que me marche. Deja que me quede contigo. Solo abrázame. Por favor.

Sus palabras tenían un eco funesto, pero él no se podía negar y cuando ella volvió la cara hacia él, Zach le besó los temblorosos labios sabiendo que estaba a punto de cruzar una barrera a partir de la cual ya no habría marcha atrás. La vida ya jamás sería igual que antes. La verdad empezaría a llenarse de mentiras. Pero la besó y ella respondió a sus besos con el cuerpo anegado de deseo y de temor.

Su cerebro estalló, y la sangre se le hizo más líquida y caliente cuando ella recorrió su espalda con los dedos, a lo largo de la curva de su columna vertebral hasta llegar a sus nalgas. Él sintió que su ya rígido pene se alzaba para la ocasión, sabiendo que no había vuelta atrás, mientras ella se apretaba contra él, le abría los botones que mantenían sus pantalones cerrados y ponía sus manos sobre su miembro erecto. Con una suave calidez, sus dedos le descubrieron una magia con la que él jamás hubiera podido soñar.

Cayeron juntos sobre la cama, buscándose con los labios, apretándose con las lenguas y, antes de que pudiera considerar todas las consecuencias de sus acciones, Zachary le arrancó la camisa de noche, desgarrando los botones de sus ojales, mientras las costuras de la fina tela se rasgaban sin oponer resistencia. Entonces le vio los pechos, sintió la suave presión de los dedos de ella sobre su espalda y la observó mientras ella se lamía los labios. Cuando ella le pasó la lengua alrededor de los pezones, a Zach casi se le cortó la respiración; Kath abrió las piernas con ansiedad, alzando las caderas para frotar sus húmedos rizos escondidos contra la entrepierna de él.

Él pensó que estaba a punto de correrse sobre ella.

– Kat…

– Hazlo, Zach, por favor -dijo ella, clavándole los dedos profundamente en los músculos.

Cerrando los ojos, él penetró aquella húmeda y oscura calidez. Un grito salvaje salió de su garganta y ya no pudo detenerse. En tres largas acometidas ya había acabado; Zachary se corrió rápida y cálidamente, y se dejó caer sobre ella, dándose vagamente cuenta de que acababa de condenarse a sí mismo al infierno. Ningún hijo se atrevería a perder la virginidad con la mujer de su padre y esperaría luego sobrevivir.

Pero a él le daba igual. Se apretó más hondo contra su calidez y la besó de nuevo, más seguro ahora de sí mismo. Había sido un poco torpe por ser la primera vez, pero aprendería de ella y llegaría a ser el mejor maldito amante que ella jamás había tenido.

Zach no podía recordar cuándo fue la última vez que había dormido tan profundamente. Se movió lentamente y notó que a su lado había otro cuerpo, suave, cálido y desnudo. Con una sonrisa, recordó la pasada noche de amor y se dio la vuelta para acercarse a Kat, quien lo miraba con los ojos entornados. El amanecer estaba empezando a romper por el horizonte y pronto el personal del rancho se pondría en marcha; ella tenía que marcharse.

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[2] 1. «Ven, cariño, enciende mi fuego.» «Intenta hacer que arda la noche.»