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Me inclino por encima de Neil y miro por la ventanilla, preguntándome qué estará pasando, pero no veo nada. Volamos en medio de una blancura uniforme.

Lissa se está frotando la cabeza.

—Me golpeé la cabeza contra la ventanilla —le dice a Neil— ¿Me sale sangre?

Él se inclina hacia ella, solícito, para ver.

Me desabrocho el cinturón y me voy al fondo del avión, pero los dos baños están ocupados; Zoe está sentada en el apoyabrazos de un asiento del lado del pasillo, instruyendo al grupo de turistas japoneses.

—La moneda es la libra egipcia —dice—. Cien piastras son una libra.

Vuelvo a mi asiento.

Neil está masajeando suavemente las sienes de Lissa.

—¿Te sientes mejor? —le pregunta.

Estiro el brazo hacia la otra hilera de asientos para tomar la guía de Zoe.

El capítulo se titula “Atracciones Imperdibles” y las Pirámides encabezan la lista.

“Giza, Pirámides de. Margen oriental del Nilo, 15 Km (9 millas) al sudoeste de El Cairo. Accesible por taxi, ómnibus, vehículos alquilados. Entrada: 3 libras egipcias. Comentarios: Las Pirámides son imperdibles, pero prepárese para la desilusión. No se parecen en nada a lo que usted espera; el tránsito es terrible; las hordas de turistas, los puestos de gaseosas y los vendedores ambulantes de souvenirs arruinan por completo el paisaje. Abierto todos los días”.

Me pregunto cómo hace Zoe para soportar esto. Doy vuelta la página para ver la Atracción Número Dos. Es la tumba del Rey Tutankhamón y el que haya escrito la guía tampoco se emocionó con ella. “Tutankhamón, Tumba de. Valle de los Reyes, Luxor, 668 Km (400 millas) al sur de El Cairo. Tres cámaras poco impresionantes. Pinturas murales de inferior calidad”.

Hay un mapa que muestra un pasillo largo y recto (indicado con la palabra “Pasillo”) y las tres cámaras poco impresionantes que se suceden en fila: Antecámara, Cámara Mortuoria, Sala del Juicio.

Cierro el libro y vuelvo a ponerlo sobre el asiento de Zoe. El marido de Zoe sigue durmiendo. El de Lissa está espiando por encima del respaldo.

—¿Dónde están las azafatas? —pregunta—. Quiero otro trago.

—¿Estás seguro de que no me sale sangre? Siento un bulto —le dice Lissa a Neil, frotándose la cabeza—. ¿Crees que tengo conmoción cerebral?

—No —dice Neil, haciéndole girar la cabeza hacia él—. No tienes las pupilas dilatadas.

—La mira profundamente a los ojos.

—¡Azafata! —grita el marido de Lissa—. ¿Qué hay que hacer para que me sirvan más?

Zoe regresa, alborozada.

—Creyeron que era una guía turística profesional —dice, sentándose y abrochándose el cinturón—. Me preguntaron si podían incorporarse a nuestro grupo. —Abre la guía de viaje—. “El más allá estaba lleno de monstruos y semidioses con forma de cocodrilos, mandriles y serpientes. Estos monstruos podían destruir a los difuntos antes de que lograran llegar a la Sala del Juicio”.

Neil me toca la mano. —¿Tienes aspirinas? —me pregunta—. A Lissa le duele la cabeza.

Revuelvo mi cartera, buscándolas; Neil se levanta para ir a buscar un vaso de agua.

—Neil es tan considerado —dice Lissa, mirándome con ojos brillantes.

—“Para defenderse de estos monstruos y semidioses, a los difuntos se les hacía entrega del Libro de los Muertos —lee Zoe—. “El Libro de los Muertos” contenía una serie de instrucciones para el viaje y hechizos mágicos que protegían a al difunto”.

Pienso en cómo me las voy a ingeniar para sobrevivir al resto del viaje sin tener ningún hechizo mágico que me proteja. Seis días en Egipto y luego tres en Israel, y todavía falta el viaje de vuelta en un avión como este, sin nada que hacer durante quince horas, salvo mirar a Lissa y a Neil y escuchar a Zoe.

Considero posibilidades más alegres.

—¿Y si no estamos yendo a El Cairo? —digo—. ¿Y si estamos muertos?

Zoe levanta la vista del libro, irritada.

—Ultimamente se han producido muchos atentados terroristas y estamos en Medio Oriente —continúo—. ¿Y si el último pozo de aire fue en realidad una bomba? ¿Y si esa bomba nos hizo explotar y ahora somos un montón de pedacitos flotando a la deriva en el Mar Egeo?

—Mediterráneo —dice Zoe—. Ya hemos sobrevolado Creta.

—¿Cómo lo sabes? —pregunto—. Mira por la ventanilla. —Señalo la ventanilla de Lissa, la uniforme blancura de afuera—. No se ve el agua. Podríamos estar en cualquier parte. O en ninguna parte.

Neil regresa con el vaso de agua. Se lo entrega a Lissa, junto con mi aspirina.

—Siempre revisan los aviones para ver si hay bombas, ¿verdad? —pregunta Lissa—. ¿No usan detectores de metales y esas cosas?

—Una vez vi una película —digo— donde todos estaban muertos, pero no lo sabían. Estaban en un barco y pensaban que iban a Norteamérica. Había tanta niebla que no se veía el agua. —Lissa mira nerviosamente por la ventanilla—. Era exactamente igual a un barco de verdad, pero poco a poco iban descubriendo ciertas cositas que no parecían normales. No había casi nadie a bordo y no había tripulación.

—¡Azafata! —llama el marido de Lissa, inclinándose hacia el pasillo por encima de Zoe—. Necesito otro ouzo[1].

Sus gritos despiertan al marido de Zoe, que mira a su esposa y pestañea, confundido al ver que no está leyendo la guía.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—Estamos todos muertos —digo—. Fuimos asesinados por unos terroristas árabes. Pensamos que vamos rumbo a El Cairo pero en realidad vamos rumbo al Cielo. O al Infierno.

Lissa, mirando por la ventanilla, dice:

—Hay tanta niebla que no veo el ala. —Mira a Neil, espantada—. ¿Y si le pasó algo al ala?

—Estamos atravesando una nube, nada más —dice Neil—. Probablemente estamos iniciando el descenso hacia El Cairo.

—El cielo estaba perfectamente despejado —digo— y de repente apareció la niebla. La gente del barco también advertía la niebla. Advertía que no funcionaban las luces. Y no podía encontrar a la tripulación. —Le sonrío a Lissa—. ¿Te diste cuenta de que la turbulencia desapareció de golpe? Exactamente después de que caímos en ese pozo de aire. ¿Y por qué…?

De la cabina del piloto sale una azafata, que se acerca a nosotros por el pasillo, trayendo una bebida. Todos parecen aliviados y Zoe abre la guía y comienza a recorrer sus páginas con el pulgar, buscando datos fascinantes.

—¿Alguien quería un ouzo? —nos pregunta la azafata.

—Aquí —dice el marido de Lissa, estirando el brazo para tomarlo.

—¿Cuánto falta para llegar a El Cairo? —digo. La azafata comienza a caminar hacia el fondo del avión, sin contestarme. Me desabrocho el cinturón y la sigo—. ¿Cuándo llegamos a El Cairo? —le pregunto.

Se da vuelta, sonriendo, pero todavía está pálida y parece asustada.

—¿Desea beber algo más, señora? ¿Ouzo? ¿Café?

—¿Por qué se acabó la turbulencia? —digo—. ¿Cuánto falta para llegar a El Cairo?

—Tiene que volver a su asiento —me dice, señalando el indicador de cinturones abrochados—. Estamos iniciando el descenso. Llegaremos a destino dentro de veinte minutos. —Se inclina hacia el grupo de japoneses y les dice que coloquen los respaldos en posición vertical.

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1

Licor de origen griego, incoloro y con sabor a anís (N. de la T.)