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– ¿Lo estaba de veras? -preguntó M con expresión suave-. Aunque pasados dos años, quizá lo haya olvidado.

– Sí. Por aquel entonces había otra mujer en mi vida -se las compuso Bond para responder sin perder la calma-. Le ofrecí ser su amigo… Me refiero a Emma. Y le dije que siempre que se encontrara en un apuro me llamase.

M exhaló un largo suspiro.

– Nunca he entendido a las mujeres, Bond; pero, a mi modo de ver, semejante propuesta debió animarla mucho.

– Todo depende de cómo se haga. Por mi parte utilicé cierta finura. Por aquel entonces tuve que salir de Londres por algún tiempo… Asuntos del Servicio, señor. El caso Rahani [1], ¿se acuerda? -inquirió, pronunciando la frase en un tono marcadamente sarcástico.

– Sí, sí, sí -M hizo un movimiento amplio con la mano derecha, como si quisiera apartar algún insecto volador inoportuno.

– ¿Y no volvió a saber de ella? -preguntó Bailey.

– Sólo la llamada telefónica del pasado noviembre.

– Dijo usted que le pareció extraña.

– Sí.

– ¿Por qué motivo?

– Porque casi me había olvidado de ella… Bueno, no olvidado del todo, pero sí la tenía apartada de mi mente. Pero aún veo a Peter y Liz Dupré de vez en cuando.

– Se mueve usted en círculos elevados -murmuró M.

– No tanto. Hace años fui a la escuela con el hermano de Peter. Luego se mató en un estúpido accidente de moto. Conocí a Peter durante el funeral y de vez en cuando me daba algún consejo…

– Ninguna indiscreción, supongo -expresó M con aspereza.

Bond frunció el ceño y repuso mirándole de frente:

– Si se refiere a «cuestiones internas» y cosas por el estilo, nada de eso, señor. Sólo consejos sensatos. Fue por entonces cuando me cayó aquel regalo [2].

– Perfecto -M pareció sumirse en un estado de semiinconsciencia.

Bond se dijo que cuando practicaba su viejo truco era cuando más peligroso se volvía.

– ¿Qué hay de la llamada telefónica? – le apremió Bailey.

– Emma estuvo divagando bastante. Me contó que se encontraba en un hospital y acabó preguntándome si me sentía salvado. Cuestiones religiosas, ¿comprenden?

– ¿Y usted qué contestó?

– ¿A qué se refiere?

– A si se sentía salvado.

– Creo que me comporté de un modo un tanto frívolo. Repuse que me consideraba salvado, pero sólo por muy poco.

– ¿Cómo se lo tomó?

– De ningún modo. No pareció ni darse cuenta. Dijo algunas otras nimiedades y, de pronto, colgó el teléfono.

– ¿Le preocupó su brusquedad?

– En efecto. Recuerdo que sí. Me pareció como si la hubieran interrumpido, como si alguien le hubiera arrebatado el teléfono de la mano.

Frunció el ceño preguntándose por qué en aquel entonces no había actuado de acuerdo con su instinto.

– Cuándo la conoció hace un par de años, ¿hubiera creído que era de las que se meten en asunto de drogas?

Bond miró fríamente al funcionario de la Sección Especial.

– ¿Por qué me dice eso? ¿Acaso estaba enganchada?

– Pues sí. Y mucho. Heroína. Sabemos todo lo que le ocurrió. La familia se ha mostrado muy cooperadora. Emma nunca quiso aceptar ayuda de sus padres. Estos sentían una preocupación terrible. Luego la pobre chica empezó a interesarse por la religión. Aunque una religión muy especial. El grupo de los Humildes. ¿Ha oído hablar de ellos?

Bond hizo una señal de asentimiento.

– ¿Y quién no? Hacen el bien, pero parecen ser muy malos. Se muestran contrarios a la promiscuidad y a las drogas, y tratan de implantar un nuevo orden. Su lema es «un mundo de igualdad», ¿no es cierto?

– Veo que está usted bien enterado -concedió el funcionario de la Sección haciendo una señal de asentimiento-. En apariencia esa gente parecen mansos corderos: pureza, santidad en el matrimonio, prohibición de todo exceso… e incluso dirigen con éxito una unidad de desintoxicación para drogadictos y alcohólicos. Magnífico, pero si se rasca un poco en la superficie, se detecta algo que adopta un aire más siniestro.

– ¿Cómo por ejemplo? -quiso saber Bond.

– Por ejemplo, basan sus prácticas en los puntos más relevantes de cierto número de religiones: creen en la Biblia, aunque sólo en el Antiguo Testamento, no en el Nuevo, y muy especialmente en la Torah. Además, también utilizan el Corán.

Bond hizo una señal de asentimiento. Sabia lo suficiente de religiones comparadas como para comprender que la Torah contiene los cinco primeros libros del Antiguo Testamento que compendian la estricta ley judía.

– Arman un gran tinglado con sus ceremonias religiosas -continuó Bailey-. Todo muy teatral y tomado de sólo Dios sabe cuántas tradiciones litúrgicas distintas, ¿va comprendiendo?

Bond volvió a asentir.

– Esto significa -comentó- que han incorporado rituales de ceremonias religiosas procedentes de diversos períodos de la historia y de numerosas creencias.

M miró a Bond con evidente aire de incredulidad. El jefe supremo siempre se quedaba sorprendido cuando su agente revelaba tener interés o poseer información sobre temas al margen de su tarea profesional o de sus excelentes conocimientos en gastronomía, vinos, mujeres o automóviles rápidos, actitud que resultaba francamente ofensiva para la capacidad intelectual de Bond.

– En efecto -aprobó Bailey, que parecía haberse relajado y que se había echado un poco hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y las manos cruzadas-. Pero todo esto combinado con la política. Porque su religión se basa realmente en un ideal revolucionario. Muy poco maduro, pero capaz de captar a mentalidades jóvenes e impresionables. Los humildes heredarán la tierra. Ya conoce la frase. Todos los hombres deben ser iguales y esa igualdad ha conseguirse aun cuando para ello sea preciso desencadenar la más sangrienta de las revoluciones. Entre sus miembros figura un numeroso grupo de jóvenes ricos que han donado sus fortunas a la organización. El título concreto de ésta es Sociedad de los Humildes.

– ¿Pretende decirme que Emma Dupré también entregaba su dinero a la misma? -preguntó Bond frunciendo el ceño.

– Exactamente. Heredó un par de millones al cumplir veintiún años. Parte de esa suma la gastó viviendo de un modo extravagante, con el pequeño vicio que había adquirido. El resto pasó a la sociedad cuando la hubieron sacado de la droga. Cuando el padre Valentine la desenganchó -intervino M bruscamente-. Intentemos ver las cosas a través de su verdadera luz, Bailey. Especialmente ahora, cuando ya sabemos que las relaciones de Bond con la muchacha muerta fueron muy superficiales y correctas. Verá usted, Bond: tenemos un pequeño problema. Esa joven, que ingresó como miembro de los Humildes, era hija de un banquero comercial, el director de la Gomme-Keogh. Ahora bien, nosotros tenemos un contacto. Se trata de Basil Shrivenham. Porque lord Shrivenham forma parte del grupo de auditores de la Sección Especial del ministro de Asuntos Exteriores, que está encargado de los libros del Servicio. Y ese señor tiene también una hija: la honorable Trilby Shrivenham, que fue una buena amiga de la fallecida, y que figura también como miembro de los Humildes. Trilby ya ha entregado a la sociedad nada menos que cinco millones de libras de su patrimonio. ¿A quién ha pasado tanta riqueza? Pues al Gran Guru de los Humildes, el que se hace llamar padre Valentine.

– Se debe parecer a esos evangelistas norteamericanos que salen en la televisión -comentó Bond, haciendo una mueca, aunque sin humor-. Comprendo que existe esa conexión con lord Shrivenham porque éste echa una mirada a nuestra contabilidad cada equis años, pero en cuanto a la investigación del caso, me parece que más bien corresponde a la policía de Impuestos.

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[1] Véase "Misión de Honor" (1984), del mismo John Gardner.

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[2] En dicha novela Bond recibe una herencia.