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– ¿Y Xi'an está muy lejos de aquí, de Wudang?

Lao Jiang inclinó la cabeza, pensativo.

– Calculo que a la misma distancia que Hankow, en dirección oeste-norte -dijo, al fin-. Xi'an es la capital de la vecina provincia de Shensi [41], al norte, y Wudang se encuentra en el límite con Shensi, de modo que habrá unos… cuatrocientos kilómetros, puede que menos. Aunque el problema serán las montañas. Entre Wudang y Shensi se encuentra la cordillera Qin Ling, de modo que necesitaremos otro mes o mes y medio para llegar hasta allí.

No podía ser fácil, me dije desolada. En plena época de lluvias, cercano ya el invierno, tendríamos que atravesar una cordillera que, con absoluta seguridad, sería aún más temible que Wudang con sus setenta y dos cumbres altas y escarpadas.

– No se desanime, Elvira -oí decir al anticuario-. Xi'an era el punto de origen de la famosa Ruta de la Seda que unía Oriente y Occidente. Está muy bien comunicada. Tiene buenos caminos y buenas pistas de montaña.

– Pero ¿y la guerra?, ¿y la Banda Verde?

– ¿Volvemos al mapa…? Ya tenemos situada la capital del Primer Emperador, la vieja Xianyang. Esta línea de puntos que discurre por debajo, de un lado a otro de las tablillas, es el río Wei. -Y señaló otro par de caracteres ilegibles; lo hubiera visto mejor de habérmelo indicado con alguna de aquellas uñas postizas de oro que lucía en Shanghai-. Si seguimos el cauce del Wei hacia el este encontramos que tiene muchos afluentes al norte y al sur pero éste -y puso el dedo sobre la última línea que descendía hacia la esquina inferior derecha del mapa-, éste en concreto es el Shahe, del que habla Sai Wu en su carta, ¿lo ve?, aquí está escrito el nombre, y sin duda este engrosamiento alargado es el lago artificial formado por el dique de contención. ¡Qué maravilla! -exclamó abriendo los brazos como para estrechar entre ellos al desgraciado maestro de obras muerto dos mil años atrás-. Adviertan esta pequeña marca de tinta roja en el extremo del embalse. Casi no se distingue, pero ahí está.

Me pasó la lupa y se apartó para que yo pudiera examinar la maravillosa señal roja. Viéndolo así, como él lo explicaba, lo cierto es que el extraño mapa se volvía comprensible. Si seguía con la mirada el descenso vertical del Shahe desde el Wei hasta una cadena de montañas que descansaba sobre el borde inferior de las tablillas de bambú, podía verse, cerca del final de su cauce, un ensanchamiento alargado con una ligera inclinación en sentido nordeste que tenía una diminuta mancha roja en su extremo más cercano a las montañas. ¿Esa mancha roja indicaba el lugar donde había que sumergirse…? ¡Por favor!

Después de que Fernanda, e incluso Biao, examinaran el plano, la lupa volvió a las manos de Lao Jiang, que continuó con la lectura.

– «Sumérgete donde he puesto la señal y desciende cuatro ren…» -repitió.

– ¿Cuánto es un ren? -preguntó mi sobrina.

El anticuario pareció sorprenderse con la pregunta.

– Son medidas antiguas -le explicó después de pensárselo un poco- y muchas de ellas han variado desde aquella época, pero me atrevería a decir que cuatro ren son unos siete metros, aproximadamente.

– ¡Siete metros! -me lamenté-. ¡Pero si yo casi no sé nadar!

– No se preocupe, tai-tai -quiso animarme Biao-, la ayudaremos. No es difícil.

Lao Jiang, harto de interrupciones, prosiguió con la lectura:

– «…cuatro ren hasta encontrar la boca de una tubería pentagonal que forma parte del sistema de drenaje del recinto funerario».

– ¿Pentagonal? -murmuró Biao.

– De cinco lados -le aclaró rápidamente Fernanda.

– «Avanza por ella veinte chi…».

– ¡Ya estamos otra vez! -protestó la niña-. Y, ahora, ¿qué es un chi?

– Un chi equivale, más o menos, a unos veinticinco centímetros -le aclaró Lao Jiang sin levantar la mirada del jiance-. Veinte chi serían unos cinco metros, si no me equivoco.

– No, no se equivoca -dijo el sabihondo de Biao; ese niño valía para las matemáticas, estaba claro.

– ¿Puedo seguir leyendo, por favor? -suplicó Lao Jiang con malhumor.

– Adelante -le animé. Lo cierto era que, si seguíamos interrumpiéndole, no acabaríamos nunca.

– «Avanza por ella veinte chi y asciende al respiradero. Encontrarás uno cada veinte chi. El último es el fondo de un pozo que te llevará directamente al interior del túmulo. Saldrás frente a las puertas del gran salón principal que da entrada al palacio funerario. Debes saber que la tumba tiene seis niveles de profundidad, el número sagrado del reinado del Dragón Primigenio.»

– ¿Seis niveles? -proferí.

– ¿El número sagrado? -preguntó al mismo tiempo Fernanda.

Lao Jiang, desolado, se quitó nuevamente las gafas.

– ¿Podrían hacer las preguntas sin atropellarse, por favor? -rogó con un suspiro.

– Bien, yo primero -dije, adelantándome a mi sobrina-. ¿Cómo es que la tumba tiene seis niveles de profundidad? El historiador que hizo la crónica sobre el mausoleo no dice nada de eso.

– Cierto, Sima Qian no menciona este detalle, pero le recuerdo que Sima Qian escribió su historia cien años después de la muerte del emperador y que jamás visitó el lugar ni sabía dónde se encontraba. Se limitó a copiar las referencias que encontró en los viejos archivos históricos de la dinastía Qin.

– ¿Por qué el seis era el número sagrado del Primer Emperador? -le atajó Fernanda, a quien le importaban poco la historia y las crónicas de nadie.

– Shi Huang Ti, influenciado por los maestros geománticos de su época, adoptó la filosofía de los Cinco Elementos. No voy a explicarles ahora en qué consiste -yo asentí; sabía de lo que hablaba y, desde luego, me parecía muy bien que no lo explicara. Me bastaba con tener anotada dicha teoría en mi libreta de dibujo-, pero, según el taoísmo, existe una relación armoniosa entre la naturaleza y los seres humanos, relación que se concreta en los Cinco Elementos, es decir, el Fuego, la Madera, la Tierra, el Metal y el Agua. El reinado de Shi Huang Ti, según el ciclo de estos Elementos, estaba regido por el Agua, ya que los reinados anteriores pertenecían al período del Fuego y él los había conquistado y dominado. Como el Elemento Agua se corresponde con el color negro, toda la corte imperial vestía de negro y todos los edificios, estandartes, ropas, sombreros y decoraciones se hacían con este color.

– ¡Qué siniestro! -dejé escapar.

– Y por eso llamaban también a la gente del pueblo «cabezas negras». Pero, además, según la teoría de los Elementos, el Agua no sólo está asociada al color negro sino al número seis. Y ésa es la respuesta a su pregunta, Elvira: la tumba tiene seis niveles porque así lo dictaban las normas del emperador. Era su número geomántico.

– Por eso y porque quién se iba a imaginar que un mausoleo subterráneo pudiera tener seis pisos, ¿verdad?

– Verdad -confirmó él, poniéndose otra vez las gafas con gesto cansino-. Bien, en fin, estábamos leyendo… Aquí. «… el número sagrado del reinado del Dragón Primigenio. Cada uno de los niveles es una trampa mortal pensada para proteger el verdadero sepulcro, que se encuentra en el último, en el más profundo, a salvo de los profanadores y los saqueadores. Y allí es donde tú tienes que llegar, Sai Shi Gu'er. Ahora te daré toda la información que he recogido, con grandes dificultades, durante los últimos años. Los miembros del gabinete secreto del… ¿Shaofu?»… -Lao Jiang se detuvo-. No sé qué significa esta palabra. Me resulta completamente desconocida, «…del gabinete secreto del Shaofu [42] encargados de la seguridad trabajan en completo aislamiento y yo me he limitado a construir lo que ellos me han ordenado, pero puedo decirte algunas cosas que te servirán. Sé que en el primer nivel cientos de ballestas se dispararán cuando entres en el palacio pero podrás evitarlo estudiando a fondo las hazañas del fundador de la dinastía Xia.»

– ¡Esto es una locura! -exclamé, apabullada, sin poder evitarlo.

– «Del segundo nivel aún sé menos, pero no enciendas fuego allí para alumbrarte, avanza en la oscuridad o morirás. Del tercero conozco lo que yo hice: hay diez mil puentes que, en apariencia, no conducen a ninguna parte pero existe un camino entre ellos que lleva a la salida. En el cuarto nivel está la cámara de los Bian Zhong…» -Lao Jiang se detuvo, pensativo-. No sé qué son los Bian Zhong. «…la cámara de los Bian Zhong, que tiene relación con los Cinco Elementos».

– Eso sí lo sabemos -apunté, animosa, pero nadie me secundó.

– «En el quinto hay un candado especial que sólo se abre con magia. Y en el sexto, el auténtico lugar de enterramiento del Dragón Primigenio, tendrás que salvar un gran río de mercurio para llegar a los tesoros.» -Hizo una pausa y se pasó la mano por la frente-. «Te ruego, hijo mío, que vengas y que hagas lo que te pido. Inclinándome dos veces, Sai Wu.»

– ¿Cree que podremos conseguirlo? -le pregunté. La confianza que flotaba en el aire al comenzar la lectura se había esfumado por completo. Ahora, como los enfermos postrados en cama que no pueden levantarse, permanecíamos en silencio, inmóviles, atrapados por la duda.

– Este texto es muy antiguo -farfulló Lao Jiang tras meditar un poco la respuesta-. Lo que entonces era ciencia avanzada hoy ya no lo es. Tampoco creemos ya en la magia y, sin duda, disponemos de copias suficientes de los manuscritos que contienen los conocimientos que entonces sólo eran accesibles a los eruditos de la corte y a los emperadores. Creo que no debemos preocuparnos -concluyó-. Estoy seguro de que lo conseguiremos.

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[41] Actual provincia de Shaanxi Sheng.

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[42] Departamento de la administración del Primer Emperador responsable de los trabajos del mausoleo.