Nick fijó con frialdad su mirada en Max y dijo sin reservas, – Henry quiere que deje preñada a Delaney.
Max recapacitó sobre si decir la verdad a Nick. No sentía ni amor ni lealtad hacia su anterior cliente. Henry había sido un hombre muy difícil y había ignorado sus consejos profesionales repetidamente. Había advertido a Henry sobre redactar un testamento tan caprichoso y potencialmente dañino, pero Henry Shaw siempre tenía que hacer las cosas a su manera, y el dinero era demasiado bueno como para que Max lo mandara a otro abogado-. Creo que es lo que intentaba – contestó con sinceridad, quizá porque se sentía un poco culpable por la parte que le tocaba.
– ¿Por qué simplemente no lo puso en el testamento?
– Henry lo hizo así por dos razones. Primera, que no creía que estuvieras dispuesto a tener un niño por propiedades o dinero. Y segunda, le informé que si estipulaba eso y tú impugnabas el testamento por esa condición, fecundar a una mujer, posiblemente podrías ganar gracias a los principios morales. Henry pensó que habría algún juez que podría llegar a pensar que tú tienes principios morales en lo que se refiere a las mujeres, y eso echaría por tierra el testamento-. Max hizo una pausa y vigiló las rígidas mandíbulas de Nick. Tuvo el placer de ver una reacción, por muy leve que fuese. Tal vez ese hombre no estaba completamente desprovisto de emoción humana-. Existía la posibilidad de que un juez lo declarase mentalmente incompetente.
– ¿Por qué Delaney? ¿Por qué no otra mujer?
– Tenía la impresión de que tú y Delaney teníais un pasado oculto en común, – dijo Max-. Y pensó que si te prohibía que tocaras a Delaney, te sentirías obligado a desafiarle, como lo hiciste en el pasado.
La ira apretaba la garganta de Nick. No había habido ningún pasado oculto entre Delaney y él. “Oculto” incluso sonaba como un alucinante Romeo y Julieta. En cuanto a lo otro, la teoría de la relación prohibida, qué Max había dicho, podría haber sido verdad una vez, pero Henry la había cortado de raíz. Nick ya no era un niño que quería cosas que no podía tener. Ya no hacía las cosas sólo para desafiar al viejo y no se sentía atraído por la muñeca de porcelana que siempre le paraba las manos.
– Gracias, -dijo levantándose-. Sé que no tenías porqué decirme nada.
– Cierto. No tenía porqué hacerlo.
Nick estrechó la mano extendida de Max. No creía que le gustara al abogado, lo cual no le importaba en absoluto.
– Espero que Henry viese lo que no existía, -dijo Max-. Espero, por el bien de Delaney, que no obtenga lo que quiere.
Nick no perdió el tiempo contestándole. La virtud de Delaney estaba a salvo de él. Salió por la puerta principal de la oficina y caminó por la acera hacia su Jeep. Podía oír su móvil sonando incluso antes de abrir la puerta. Paró y volvió a empezar. Puso en marcha el motor y cogió el teléfono. Era su madre queriendo información acerca del testamento y recordándole que fuera a su casa para almorzar. No necesitaba que se lo recordara. Louis y él almorzaban en casa de su madre varias veces a la semana. Así se quedaba tranquila con respecto a sus hábitos alimenticios y evitaban que se presentara en sus casas y les ordenara los cajones de los calcetines.
Pero hoy en particular no quería ver a su madre. Sabía cómo reaccionaría ante el testamento de Henry y realmente no quería hablar con ella sobre eso. Gritaría y se enfurecería y dirigiría sus insultos acalorados a cualquiera con el apellido Shaw. Suponía que tenía muchas razones legítimas para odiar a Henry.
Su marido Louis se había matado conduciendo uno de los camiones de transporte forestal de Henry, dejándola con un hijo pequeño, Louie, para criarlo ella sola. Unas cuantas semanas después del entierro de Louis, Henry había ido a su casa para ofrecer sus condolencias y simpatía. Cuando salió de la casa, lo había hecho con la firma de la joven y vulnerable viuda en un documento quitándole la responsabilidad de la muerte de Louis. Había puesto un cheque en su mano y un hijo en su vientre. Después de que Nick naciera, Benita se había enfrentado a Henry, pero él había negado al bebé que posiblemente fuera suyo. Y había continuado negándolo durante la mayor parte de la vida de Nick.
Aunque Nick imaginaba que su madre tenía derecho a enojarse, cuando llegó a su casa, se sorprendió ante la cólera con la que reaccionó. Maldijo el testamento en tres idiomas: Español, Vasco e Inglés. Nick entendió sólo parte de lo que dijo, pero la mayor parte de su discurso se dirigió hacia Delaney. Y ni siquiera le había contado la absurda estipulación sexual. No quería ni pensar como se pondría cuando lo supiera.
– ¡Esa chica! – dijo extremadamente furiosa, cortando una barra de pan-. Siempre antepuso a esa neska izugarri a su hijo. Su propia sangre. Ella no es nada, nada. Pero lo obtiene todo.
– Puede que se vaya del pueblo, -recordó Nick. A él no le importaba si Delaney se quedaba o se iba. No quería ni los negocios de Henry ni el dinero. Henry ya le había dado la única propiedad que había querido.
– ¡Bah! ¿Y porqué se iba a ir? Tu tío Josu puede hacer algo sobre eso.
Josu Olechea era el único hermano de su madre. Pertenecía a la tercera generación de ganaderos de ovejas, con su propia tierra cerca de Marsing. Desde que Benita estaba viuda, consideraba a Josu el cabeza de familia, sin importar que sus hijos fueran hombres.
– No le molestes con esto -dijo Nick y apoyó un hombro contra el refrigerador. Cuando eran niños, como siempre estaban metidos en líos, su madre creía que Louie y él necesitaban una certera influencia masculina, y los había mandado a que pasaran un verano con Josu y sus pastores. Lo adoraron hasta que descubrieron las chicas.
La puerta trasera se abrió y su hermano entró en la cocina. Louie era más bajo que Nick. Fornido, con los ojos y el pelo negro que había heredado de sus padres-. Y bien – empezó Louie, cerrando la puerta de tela metálica tras él-. ¿Qué te dejó el viejo?
Nick sonrió y se enderezó. Su hermano apreciaría la herencia-. Te va a encantar.
– No obtuvo prácticamente nada – profirió su madre, llevando un plato de pan de molde al comedor.
– Me dejó su propiedad de Angel Beach y el terreno de Silver Creek.
Las gruesas cejas de Louie se elevaron en su frente y un destello de luz centelleó en sus ojos oscuros-. Joder – incluso a los treinta y cuatro años lo murmuró para que su madre no le oyera.
Nick se rió y los dos siguieron a Benita al comedor, luego se sentaron a la pulida mesa de roble. Observaron como su madre colocaba el mantel que había sacado para el almuerzo.
– ¿Qué vas a hacer en Angel Beach?- preguntó Louie, suponiendo correctamente que Nick querría explotar la tierra. Benita podía no darse cuenta del valor de la herencia de Nick, pero su hermano sí lo hacía.
– No sé. Tengo un año para pensarlo.
– ¿Un año?
Benita puso dos platos con “guisado de vaca [18]” frente a sus hijos, luego tomó asiento. Estaba muy caliente, y Nick no tenía ganas de guiso-. Consigo la propiedad si hago algo. Bueno, realmente, si no hago algo.
– ¿Intenta que cambies tu nombre de nuevo?
Nick levantó la mirada de su plato. Su madre y su hermano estaban mirándolo. No le dio más vueltas. Eran su familia y creía que la familia tenía derecho, otorgado por Dios, para meter sus narices en sus cosas. Cogió un trozo de pan y comió un bocado-. Hay una condición, – comenzó después de tragar-. Las propiedades serán mías dentro de un año si no me vuelvo a liar con Delaney.