Henry no había sabido qué creer. Había estado furioso ante la posibilidad de que el rumor fuera cierto. Le había ordenado a Nick que le dijera la verdad. Por supuesto, Nick no dijo nada.
– ¿Lo hiciste?
Ahora todo resultaba endiabladamente irónico. Diez años más tarde, Henry quería que dejara preñada a Delaney. Nick le dio a Gail las cervezas frías-. Te dije que ya bastaba.
– Creo que tengo derecho a saberlo, Nick.
Él miró sus ojos azules y se rió sin humor-. Tú no tienes derecho a nada.
– Tengo derecho a saber si ves a otras mujeres.
– Sabes que lo hago.
– ¿Qué pasaría si te pidiera que lo dejaras de hacer?
– No lo hagas – la avisó.
– ¿Por qué no? Estamos mucho más cerca desde que nos hemos convertido en amantes. Podríamos tener una maravillosa vida juntos si quisieras.
Sabía que no era el único hombre en la lista de Gail de maridos potenciales. La diferencia era que ostentaba el primer puesto. Durante un tiempo, ser el número uno en la lista de éxitos sexuales de Gail había sido divertido. Pero últimamente ella se había vuelto demasiado posesiva y eso lo irritaba-. Te dije desde el principio que no esperaras nada de mí. Nunca confundo sexo y amor. Una cosa no tiene nada que ver con la otra-. Nick puso la cerveza en sus labios y dijo, -no te lo tomes a mal, pero no te amo.
Ella cruzó los brazos bajo los pechos y se recostó contra la encimera de la cocina-. Eres un mierda. No sé como te aguanto.
Nick tomó un trago largo. Ambos sabían porqué lo hacía.
Delaney tocó el fuerte brazo masculino de Steve que rodeaba su cintura y la atraía a su lado. Cohetes blancos, rojos y azules explotaron en la noche negra, cubriendo el lago de las chispas de los fuegos artificiales mientras Delaney comprobaba la fuerza del abrazo de Steve. Decidió que le gustaba. Le gustaron el contacto y el calor. Se sintió viva otra vez.
Miró a la izquierda y vió como Nick enterraba la mitad de un cohete en la arena. Hacía unos minutos, había visto los fuegos artificiales, que Tío Nick, había traído a su sobrina. No había ni un sólo cohete legal en toda la costa.
Una ráfaga de oro iluminó su perfil durante unos breves segundos, y apartó la mirada. Ya no iba a evitarle. No iba a andar escondiéndose porque no quisiera toparse con él. No iba a pasarse el resto de su tiempo en Truly de la manera que había pasado el mes pasado. Tenía un plan. A su madre no iba a gustarle, pero a Delaney no le importaba en absoluto.
Y también tenía una boda que esperar con ilusión en noviembre. Lisa la había abordado otra vez sobre participar en su boda y Delaney le había dicho que sí con placer. Recordó que tiempo atrás Lisa y ella se habían recogido el pelo con horquillas y habían jugado a recorrer el pasillo. Habían especulado sobre quién se casaría primero. Incluso habían esperado hacer una boda doble. Ninguna de las dos habría creído que llegarían solteras hasta la madura edad de veintinueve.
Veintinueve. Hasta donde sabía, era la única de sus compañeras de la escuela que no se había casado por lo menos una vez. En febrero cumpliría los treinta años. Una mujer de treinta años sin casa propia y sin nadie en su vida. Lo de la casa no le preocupaba en absoluto. Con tres millones podría comprarse una casa. Y el hombre. No era que necesitara un hombre en su vida. No lo hacía, pero habría sido bonito tenerlo algunas veces. Hacía mucho que no tenía novio y echaba de menos la intimidad.
Su mirada volvió a la silueta oscura del hombre que encendía cohetes cerca del borde del agua. Él la miró por encima del hombro. Un pequeño cosquilleo se asentó en su estómago, y rápidamente miró hacia arriba al cielo de la noche.
En el pueblo hacían unos finales tan espectaculares que iluminaban todo el lago como un amanecer y parecía como si el bote del Coronel Mansfield estuviera en llamas. A la gente le encantaban los fuegos, y lo exteriorizaban haciendo estallar cohetes en playas y balcones. Dragones felices, Cobras y Poderosos Rebeldes salían súbitamente entre los chorros de fuego. Los fuegos artificiales legales salían de Whistling Pete's, silbando mientras ascendían por el cielo, zumbando en el silencio de la noche.
Delaney había olvidado que la gente de Truly eran pirómanos. Un cohete silbó sobre su cabeza y estalló en una lluvia roja sobre la terraza de Louie.
Bienvenidos a Idaho. La tierra de las patatas y los fuegos artificiales.
Capítulo Cinco
La manilla de la puerta del Miata se incrustó en la parte trasera de Delaney cuando Steve presionó contra la delantera. Ella colocó las manos en su pecho y finalizó el beso.
– Ven a casa conmigo, -murmuró él por encima de su oreja.
Delaney se echó lo suficiente para atrás como para escrutar su rostro en las oscuras sombras. Deseó poder utilizarlo. Deseó sentirse tentada. Deseó que no fuera tan joven y que su edad no tuviera importancia, pero la tenía-. No puedo-. Era guapo, tenía músculos de acero y parecía realmente agradable. Se sintió como una asaltacunas.
– Mi compañero de habitación está de viaje.
Un compañero de habitación. Por supuesto que tenía un compañero de habitación. Tenía veintidós años. Probablemente vivía de Budweiser y chile enlatado. Cuando ella tenía esa edad, una buena comida constaba en su mayor parte de ganchitos, “salsa [38]”, y sangría. Vivía en Las Vegas, trabajaba en el Circus Circus, y no tenía ni idea de lo que iba a hacer el resto de su vida-. Nunca voy a casa con hombres que acabo de conocer – dijo y le empujó hasta que dio un paso atrás.
– ¿Qué haces mañana por la noche?- preguntó.
Delaney negó con la cabeza y abrió la puerta de su coche-. Eres una persona estupenda, pero no tengo interés en salir con nadie ahora mismo.
Mientras se alejaba en el coche, miró por el espejo retrovisor como Steve se retiraba. Al principio se había sentido halagada por la atención que le había demostrado, pero según la noche avanzaba, se había puesto más inquieta. Había madurado en siete años. Los muebles a juego eran tan importantes como un gran estereo, y en algún momento de su vida, la frase “la fiesta sigue hasta que vomitas” había perdido su encanto. Pero incluso si se hubiese visto firmemente tentada a utilizar el cuerpo de Steve para su placer, Nick lo había arruinado todo. Lo hizo al quedarse a la fiesta. Era demasiado consciente de él, y había demasiada historia entre ellos para que lo ignorara completamente. Incluso aunque logro olvidarlo por unos momentos, repentinamente sintió su mirada, como una ráfaga de calor irresistible irradiando hacia ella. Pero cuando lo miró, él miraba hacia otro lado.
Delaney subió el largo camino de acceso y presionó el mando de la puerta del garaje. Incluso si Nick no hubiera estado allí, y Steve no hubiera sido tan joven, dudaba que se hubiera ido con él. Tenía veintinueve años, vivía con su madre, y era demasiado paranoica para disfrutar de una noche de pasión.
Después de aparcar entre los Cadillacs de Henry y Gwen, entró en la casa a través de la puerta de la cocina. Una pequeña luz y varias velas con olor a cítrico alumbraban la oscuridad del porche a su espalda, iluminando a Gwen y la espalda y la cabeza de un hombre. Hasta que no estuvo fuera, Delaney no reconoció al abogado de Henry, Max Harrison. No había visto a Max desde el día en que había leído el testamento de Henry. Estaba sorprendida de verle ahora.
– Me alegro de verte, -dijo acercándose a ella-. ¿Te gusta residir en Truly otra vez?
Es una mierda, pensó sentándose en una silla de hierro forjado al lado de la mesa de su madre-. Lo mismo que antes.
– ¿Disfrutaste de la fiesta?- preguntó Gwen.
– Sí -contestó la verdad. Se había encontrado con alguna gente simpática, y a pesar de Nick Allegrezza, había pasado un buen rato.