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Nick paró el motor del Jeep y sacó la cabeza por la ventanilla-. Oye, Fierecilla, ¿dónde vas vestida de puta?

Lentamente se giró y se puso la chaqueta-. No estoy vestida de puta.

Tan pronto salió del vehículo le echó una buena mirada. Su mirada comenzó en sus botas y subió hacia arriba. Una sonrisa perezosa curvó sus labios-. Parece como si alguien hubiera pasado un buen rato envolviéndote en film transparente.

Ella se echó el pelo hacia atrás y lo sometió al mismo escrutinio que acababa de sufrir. Su pelo estaba sujeto en una coleta, y llevaba la camiseta azul del trabajo con las mangas cortas que dejaba ver parte de sus biceps. Sus pantalones vaqueros estaban casi blancos en algunos lugares y sus botas llenas de polvo-. ¿Te hiciste ese tatuaje en prisión?- preguntó, apuntando hacia la corona de espinas que rodeaba su bíceps.

Su sonrisa se convirtió en una línea y no contestó.

Delaney no podía recordar una sola ocasión en que hubiera sido mejor que Nick. Él siempre había sido más rápido y malo. Pero eso había sido en el pasado con la vieja Delaney. La nueva Delaney levantaba la nariz y confiaba en su suerte-. ¿Y que hace aquí el ermitaño, mostrándose en público?

– Está a punto de estrangular un pequeño asno pelirrojo que solía ser rubio-. Dio varios pasos hacia ella y se paró lo suficientemente cerca como para tocarla-. Es de lo peor.

Delaney le contempló y sonrió-. ¿Vas a inclinarte y coger jabón?- Esperó su cólera. Esperó que dijera algo cruel. Algo que la hiciera desear haber desaparecido en el momento en que había visto su Jeep, pero no lo hizo.

Él se balanceó sobre los talones y sonrió abiertamente-. Eso si que es bueno -dijo, luego se rió y fue la confiada y profunda risa de un hombre que sabía con seguridad que a nadie se le ocurriría cuestionar su preferencia sexual.

Y ella no pudo recordar ninguna otra ocasión en que hubiera oído su risa sin estar dirigida a ella. Como aquella vez que su madre la había hecho disfrazarse de Pitufo en el desfile de Todos los Santos, y Nick y todos los camaradas matones que tenía, habían aullado con la risa.

Este Nick la desarmaba-. Me dijeron que ambos vamos a participar en la boda de Louie.

– Bueno, quien habría pensado que mi mejor amiga acabaría con el loco de Louie Allegrezza.

Su risa silenciosa fue profunda y sincera-. ¿Cómo va el negocio?- preguntó y realmente parecía interesado.

– Bien,- contestó. La última vez que había sido agradable con ella, lo había dejado desnudarla, mientras él permanecía con toda la ropa-. Todo lo que necesito es una cerradura nueva y algunos pestillos.

– ¿Por qué? ¿Alguien trató de entrar?

– No estoy segura-. Ella bajó su mirada a los documentos doblados que llevaba en el bolsillo del pecho, de cualquier manera sus ojos la atraían-. Sólo me dieron una llave y tiene que haber más en alguna parte. Telefoneé al cerrajero, pero aun no ha venido.

Nick cogió la manilla de la puerta detrás de la cintura de Delaney y la intentó abrir. Su muñeca acarició su cadera-. Y probablemente no lo hará. Jerry es un cerrajero muy bueno cuando trabaja, pero sólo lo hace lo suficiente para pagar su alquiler y comprar alcohol. No lo verás hasta que termine sus existencias de Black Velvet [39].

– Vaya, eso si que es genial-. Ella se miró las puntas de las botas brillantes-. ¿Entraron en tu oficina alguna vez?

– No, pero yo tenga cerrojos y puertas blindados.

– Tal vez lo podría hacer yo, -dijo, pensando en voz alta. ¿Tampoco podría ser tan difícil? Todo lo que necesitaba era un destornillador y quizá un taladro.

Esta vez cuando él se rió, definitivamente fue de ella-. Te mandaré a alguien en los próximos días.

Delaney lo miró. Subió por su barbilla, su boca llena y sensual y mirada fría. No confiaba en él. Su oferta era demasiado bonita-. ¿Por qué vas a hacer eso por mí?

– ¿Desconfías?

– Mucho.

Él se encogió de hombros-. Una persona fácilmente podría meterse a través del la rejilla de ventilación que va de un edificio a otro.

– Sabía que tu oferta no estaba hecha de todo corazón.

Él se inclinó hacia adelante y plantó sus manos en la pared a ambos lados de su cabeza-. Me conoces demasiado bien.

Su gran cuerpo bloqueó la luz del sol, pero ella se negó a sentirse intimidada-. ¿Cuánto va a costarme?

Una sonrisa malvada iluminó sus ojos-. ¿Cuánto ofreces?

De acuerdo, sólo se negaba a demostrarle que la intimidaba. Levantó su barbilla un poco-. ¿Veinte dólares?

– No es suficiente.

Atrapada dentro de sus brazos, apenas podía respirar. Sólo un poco de aire separaba su boca de la de él. Estaba tan cerca que podía oler el perfume de la crema de afeitar en su piel. Tuvo que girar la cara-. ¿Cuarenta?- preguntó, su voz sonó aguda y jadeante.

– No-no-. le tocó la mejilla con el dedo índice e hizo que su mirada volviera a la de él-. No quiero tu dinero.

– ¿Qué quieres?

Sus ojos se movieron a su boca y creyó que la besaría-. Pensaré algo -dijo él y se impulsó separándose de la pared.

Delaney inspiró profundamente y le vio desaparecer en el edificio de al lado. Le dio miedo pensar que podría ser ese algo.

*********

Al día siguiente en el trabajo, puso un letrero con una oferta de manicura gratis por cortarse o teñirse. No funcionó, pero roció el spray gris en la cabeza de la Sra. Vaughn con forma de casco. Laverne Vaughn había enseñado escuela elemental de Truly hasta que se retiró a finales de los años setenta.

Evidentemente, Wannetta había cumplido su palabra. Les habló a sus amistades de Delaney. La señora Vaughn pagó diez dólares, y quiso su descuento por edad, y exigió la manicura. Delaney quitó el letrero con la oferta.

El viernes había lavado y marcado a otra de las amistades de Wannetta, y el sábado, la Sra. Stokesberry le llevó dos pelucas para limpiar. Una blanca para uso diario, y otra negra para ocasiones especiales. Las recogió tres horas más tarde, e insistió en probar la blanca en su propia cabeza.

– Tienes descuento para la tercera edad, ¿no es así?- preguntó mientras se puso el pelo por detrás de las orejas.

– Sí- Delaney suspiró, preguntándose porqué les aguantaba tantas majaderías a tantas personas. Su madre, las señoras de pelo gris, y Nick. Especialmente Nick. La respuesta se le reveló como un tintineo de su caja registradora. Tres millones de dólares. Podía aguantarlo por tres millones de los grandes.

Tan pronto como la mujer se fue, Delaney cerró la peluquería y fue a visitar a sus amigos Duke y Dolores. Los perros temblaron de excitación mientras le lamían las mejillas. Por fin, caras amigas. Apoyó la frente sobre el cuello de Duke e intentó no llorar. Fracasó, tal y como lo hacía con la peluquería. Odiaba las ondas y los sprays grises. Realmente odiaba lavar y marcar pelucas. Pero sobre todo, odiaba no poder hacer lo que más le gustaba. Y Delaney amaba hacer que las mujeres ordinarias parecieran extraordinarias. Amaba el sonido de los secadores, y el ruido rápido de las tijeras, y el olor de tintes y permanentes. Le encantaba su vida antes de regresar a Truly para el entierro de Henry. Tenía amigos y un trabajo que amaba.

Siete meses y medio, se dijo a sí misma. Siete meses y luego podría ir donde quisiera. Se puso de puntillas y cogió las correas de los perros.

Media hora más tarde, volvió de pasear a los perros y los devolvió de nuevo a su perrera. Estaba a punto de abrir la puerta del coche cuando Gwen bajó los escalones exteriores.

– ¿Puedes quedarte a cenar?- preguntó su madre, con un suéter beige de angora envolviendo sus hombros.

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[39] Es un café con algún tipo de aguardiente, tipo carajillo. (N de T)